En momentos en que se le prestaba atención al matrimonio entre consanguíneos sólo para considerarlo como un fenómeno de dañinas consecuencias hereditarias, hice referencia en un artículo al hecho de que el matrimonio entre parientes debía ser considerado como un fenómeno de la psicología de las neurosis. Partiendo de las particularidades de la sexualidad en los neuróticos, que nos son conocidas gracias al psicoanálisis, llegué a la idea de que, en muchas de tales personas, la transferencia de libido a personas no consanguíneas fracasa porque ellas se encuentran, incluso después de la pubertad, atrapadas en una atadura narcisista. Para el neurótico, que debe mantenerse alejado tanto del objeto de sus deseos originarios incestuosos como de la mujer no consanguínea, el casamiento con una pariente significa un compromiso.
Ya en el texto mencionado llamé la atención sobre el hecho de que, para poder explicar psicológicamente la tendencia al incesto, había que ponerla en una serie junto a determinados fenómenos. En un extremo de esa serie se encuentra el incesto real; no es tan infrecuente en las familias psicopáticas como suele suponerse. El extremo opuesto es el rechazo total y constante de cualquier relación con el sexo opuesto.
Junto al primer extremo podría ubicarse psicológicamente la inclinación por aquellos consanguíneos que no pertenecen a los grados de parentesco más cercanos. En una relación muy parecida con el otro extremo de la serie mencionada más arriba, se encuentra un fenómeno que yo llamaría “exogamia neurótica”. Ésta consiste en que el hombre2 siente un invencible pudor en entablar relaciones con una mujer que pertenezca a la misma raza o nacionalidad que él o, más correctamente, que su madre. En consecuencia, aquí se toman especiales medidas para impedir la posibilidad del incesto. El neurótico huye del tipo materno hacia mujeres que en aspecto y esencia se oponen de la manera más fuerte posible a su madre (o hermana). Esta huida es una consecuencia de su excesivo pudor frente al incesto. Quizás un ejemplo pueda iluminar el fenómeno en cuestión.
Un neurótico perteneciente al tipo rubio, norgermánico, muestra la mayor antipatía frente a ese mismo tipo cuando aparece en mujeres. Nada en la mujer debe traerle el recuerdo de su originario objeto de amor, de su madre. Ni siquiera soporta en las mujeres el dialecto local. Sólo lo atraen las castañas, morochas, pertenecientes a otra raza. En el curso de los años, ha entregado su cariño a diferentes mujeres pero ellas siempre pertenecían a otra raza u otra nacionalidad. Así aparece con claridad la tendencia, resaltada por Freud, a la “construcción en serie”. El paciente se muestra incapaz de dirigir, duradera y exitosamente, su libido a una determinada mujer. La fijación al amor más temprano se demuestra como más poderosa.
Tuve la oportunidad de analizar un gran número de casos parecidos y poco a poco llegué a la opinión de que en esta repulsión frente a las mujeres del propio tipo (o materno) o de la propia raza hay algo que corresponde a una ley. Una interesante observación en el mismo sentido ha publicado Weiss3 hace algún tiempo. En su comunicación se trata de un hombre que es incapaz de casarse con muchachas de su ciudad y provincia natales, o de la región natal de su padre o su madre. De igual manera, siente pudor frente a muchachas que tengan los ojos o los cabellos parecidos a los de su hermana.
La motivación de este pudor sexual permanece por completo inconsciente para muchos neuróticos, para otros, por lo contrario, completamente consciente.
Un paciente me explica que él –judío– nunca podría casarse con una judía, porque en cada judía veía a su hermana. De hecho, este paciente se encontraba en una fijación incestuosa, insólitamente fuerte, hacia su madre y su hermana de la cual también daba testimonio su neurosis (temor a la calle). En la pubertad se había llegado a un acercamiento sexual entre los hermanos.
Un segundo paciente, también de origen judío, realizó, en relación con sus inclinaciones, declaraciones muy parecidas a las precedentes. Se enamoraba repetidamente de muchachas cuyo aspecto era totalmente opuesto al tipo judío, por ejemplo, de una danesa rubia. En un tercer caso, la situación era exactamente igual, sólo que el paciente no tenía en claro el origen de su inclinación y rechazo racial.
En todos los casos que investigué existía, además de la excesivamente positiva fijación de la libido a los parientes más próximos, un odio pronunciado contra la propia familia. A veces éste se dirige predominantemente a la madre y se explica a partir de una inclinación incestuosa; otras, el odio es para el padre y se deriva sin dificultad de la posición edípica del hijo.
Tal odio se vuelve para el hijo un motivo eficaz para separarse de los suyos. No intenta anular el lazo con sus parientes sino también con sus compañeros de linaje. Dos fenómenos frecuentes se aclaran por medio de esta perspectiva.
Me refiero, en primer lugar, a los llamados matrimonios mixtos. En los países cristianos se trata de matrimonios entre cristianos y judíos. Lo que en no pocos casos lleva a la realización de un matrimonio mixto es, a veces, más bien, la huida del incesto; otras, el rechazo hostil de la propia familia. Podría aportar muchas pruebas que confirman este origen.
En segundo lugar, es digno de nuestro interés ese tipo de varones, que en edad temprana, la mayoría de las veces bajo el impulso de independencia de la pubertad, emigran de su patria y en algún lugar, en algún país exótico se involucran con una mujer de otra raza. Dispongo de una colección de instructivas observaciones a este respecto.
Gracias a las recientes investigaciones de Freud no se nos escapan las coincidencias entre la vida psíquica de los neuróticos y de los hombres primitivos. Aquí hay que recordar en primera línea el intenso pudor del neurótico frente al incesto. Este pudor frente al incesto se expresa de la manera más potente en la legislación de aquellos pueblos, cuya preocupación más importante es evitar el incesto. La medida más eficaz y de mayor alcance en este tipo es la institución, existente en muchas tribus, que se designa exogamia. Ésta prohíbe las relaciones sexuales no sólo entre consanguíneos en sentido estricto sino también entre pertenecientes a una misma tribu.
Hemos visto que no pocos neuróticos, siguiendo un condicionamiento interno, dirigen su inclinación sólo a aquellas personas que pertenecen a otro tronco familiar. El condicionamiento interno tiene en esos individuos el mismo efecto que la presión exterior, jurídica, en los pueblos primitivos. Tenemos derecho, entonces, a denominar, sin temor a equivocarnos, “exogamia” a este fenómeno neurótico que nos ocupa. El fenómeno neurótico y el etnológico, que nosotros referimos con el mismo nombre, coinciden profundamente en cuanto a su origen y su objetivo.