Mostrando entradas con la etiqueta Psicopatología. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Psicopatología. Mostrar todas las entradas

Síntesis de "Duelo y Melancolía" (1915) de Sigmund Freud


En "Duelo y Melancolía" (1915), Freud expone la diferencia fundamental entre el duelo normal y patológico, es decir la melancolía: la disminución de la propia estima (el yo se agrede, se critica, se humilla con amargos reproches). Esta asunción se deriva de las siguientes observaciones y consideraciones:
  • En el duelo el examen de realidad ha mostrado la pérdida del objeto, por lo cual surge una dolorosa resistencia a abandonar al objeto que es fuente de satisfacción. En la melancolía, en cambio, no es claro lo que el sujeto pierde, o lo que pierde en el objeto, por lo cual la melancolía se relacionará con una pérdida de un objeto psíquico. 
  • En el duelo el mundo aparece como desierto. En la melancolía el yo se ha empobrecido, atribuyéndose exageradamente ciertos defectos y rebajándose. Parece que el melancólico ha perdido el amor propio y por ende algo en el propio yo. 
  • Cuando el sujeto se agrede con reproches y autocrítica, estas agresiones parecen inadecuadas, sin embargo con pequeñas modificaciones pueden adaptarse a otra persona que fue amada. Se puede decir que "sus lamentos son acusaciones". 
  • Es por ello que la clave del cuadro clínico es distinguir los autorreproches como reproches hacia otra persona u objeto amado. Esto se da como una intensificación de una ambivalencia preexistente. Una parte del yo se torna sádica y se descarga con otra parte que se identifica con el objeto amado. Este sadismo aclara el suicidio. 
  • Las tachas que el yo se hace a sí mismo son más de carácter moral, es decir son acusaciones que ocasionan un sentimiento de culpabilidad. El yo se torna sádico consigo mismo. Una parte retrocede hasta la identificación y otra hasta la fase sádica. 

La melancolía se transforma en manía en algunos casos:
  • Se tiene la impresión de que el contenido es idéntico en la manía y en la melancolía. 
  • Ambas lucharían con el mismo complejo que sojuzga al yo en la melancolía y queda sometido en la manía. 
  • El maníaco nos evidencia su emancipación del objeto que le hizo sufrir. 

Referencias

Freud, S. (2006). El malestar en la cultura y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial.

K. Jaspers: Conciencia de la extensión del tiempo del pasado reciente


"Es comprensible que, después de un día de mucho trabajo y de ricos acontecimientos, se tenga la conciencia de un día largo, mientras que un día vacío, que pasó lentamente, es imaginado por la conciencia restrospectiva como breve. Cuanto más vivaces imaginemos los acontecimientos pasados, tanto más corto nos parece el tiempo transcurrido; cuanto más acontecimientos nos hayan afectado desde entonces, tanto más largo. Sin embargo hay un modo de recordar el transcurso del tiempo, que de esa manera no es de ningún modo comprensible, sino que tiene por base algo nuevo, elemental. 

Después de una psicosis aguda rica en acontecimientos, escribe un paranoico: "De la totalidad de mis recuerdos se ha establecido en mí la impresión de que el espacio de tiempo, que abarca, según la admisión humana ordinaria, sólo 3-4 meses, en realidad tuvo que haber abarcado un tiempo enormemente largo, como si noches aisladas hubiesen tenido la duración de siglos."

En la embriaguez de mezcalina experimentó Serko una sobreestimación subjetiva del tiempo transcurrido. El tiempo le pareció extendido. Incluso lo experimentado le parecía en la lejanía. 

Se ha informado sobre una abundancia dominante de acontecimientos en algunos segundos, por ejemplo, en la caída o en el sueño. Un investigador francés de los sueños comunica (citado según Winterstein): Soñaba con el dominio del terror de al revolución, con escenas de asesinato y de tribunales, con condenas, con el viaje al lugar de la ejecución, con la guillotina, sentía cómo era separada su cabeza del tronco y despertó: las colgaduras de la cama habían caído y le habían dado en las vértebras del cuello"."El fin del sueño es su origen."

La credibilidad de informes semejantes no puede ser puesta en duda. Pero no es posible que en un segundo se haya experimentado sucesivamente lo que en el recuerdo es consciente como una sucesión. Tiene que haber actos que resumen la actualización momentánea intensiva y que luego son descompuestos en el recuerdo en una sucesión. 

Psicasténicos y esquizofrénicos informan sobre experimentos sublimes de pocos minutos como si hubiesen tenido duración eterna. 

"En el aura del epiléptico, un segundo es vivido como eternidad o como sin tiempo" (Dostoievski)" (Jaspers, 2006, p. 99).


Bibliografía: 

Jaspers, K. (2006). Psicopatología general. México: Fondo de Cultura Económica. 

R. Chemama: El sujeto depresivo muestra una renuncia radical al deseo


En el sujeto depresivo "lo que predomina no es un síntoma como expresión de un deseo reprimido. Su tristeza corresponde más bien a una renuncia radical al deseo. Pero ¿cómo se presenta esta renuncia? Podríamos decir que con frecuencia el sujeto depresivo denuncia la vanidad de los bienes comúnmente buscados. 

Esto, después de todo, no necesariamente carece de pertinencia. Sabemos que la búsqueda de la satisfacción, la búsqueda del goce, conduce muchas veces a nuestros contemporáneos -y a nosotros mismos también- a buscar placeres muy nimios o molestos. En este sentido hay una verdad en la posición del sujeto depresivo. Dicha verdad atestigua una parte de nuestra realidad. El problema, sin embargo, es que son todos los bienes, es todo lo que se podría desear lo que se le presenta despojado de todo interés . Y él mismo se juzga poco interesante, malo, inútil, vacío... muerto" (Chemama, 2007, p. 68). 


Bibliografía:

Chemama, R. (2007). Depresión: La gran neurosis contemporánea. Argentina: Nueva Visión.

K. Jaspers: "Comprender es esclarecer y poner en evidencia"


"La psicología comprensiva tiene en su procedimiento una duplicidad singular. Puede aparecer a menudo como maligna al poner en evidencia engaños, y puede en cambio aparecer generosa en al afirmación por el esclarecimiento de un algo esencial. Ambas cosas le corresponden. En el impulso de hecho aparece a menudo la parte maligna. Escépticamente u odiando, se piensa constantemente sólo en "descubrir algún secreto". La verdad de esta comprensión quiere ser una penetración en la inverosimilitud universal. Las oposiciones sólo son utilizadas en la maligna psicología de la oposición, para cambiar todo lo que hace un hombre, lo que dice, lo que quiere, en lo contrario del fenómeno como su motivo verdadero. La interpretación de los símbolos sirve así para buscar el sentido de todo impulso en vulgaridades inconscientes reprimidas. La psicología del estar-en-el-mundo hace al individuo estrecho y limitado en su mundo, del que no conoce una salida para esa psicología. La psicología del instinto pone en evidencia todos los instintos superiores como fenómenos más elementales, que sólo se ocultan en ellos. El que comprende cae frente a sí mismo en desesperación, "falso ante ti mismo entre cien espejos" -parece hallar en sí la nada-. contra todo eso, va la comprensión esclarecedora en una actitud básica afirmativa. Va amorosamente a la esencia, actualiza, ahonda su visión, ve crecer lo existente substancial ante sus ojos. La psicología "que pone en evidencia" es el purgatorio ineludible en donde el hombre tiene que probarse y conservarse, purificarse y transformarse. la psicología esclarecedora es el espejo en donde es posible la conciencia afirmativa de sí mismo y la visión amorosa de la realidad extraña" (Jaspers, 2006, pp. 402-403).


Bibliografía: 

Jaspers, K. (2006). Psicopatología general. México: FCE.

K. Jaspers: "La interpretabilidad infinita"



"Así se trate de mitos, de contenidos de sueños y de contenidos de la psicosis, todo se ha demostrado como infinitamente interpretable. Cuando se piensa establecer una significación, aparece pronto otra distinta. Este hecho, de la infinitud de todas las interpretaciones de los símbolos, advertible desde la antigüedad (...), y luego en las interpretaciones de los sueños y en los psicoanálisis de la época moderna, no es casual y no es error, sino que yace en el principio de la comprensividad. Lo que es comprensible y el comprender mismo están en movimiento. También en la autointerpretación de la propia vida se transforma el sentido de los hechos típicos exteriormente fijo o va en otras honduras, de las que puede quedar la comprensión anterior como comprensión provisoria, parcial y anticipada. Así también en la comprensión de los mitos, sueños y contenidos delirantes. Por eso en la comprensión el objetivo del conocimiento no se puede orientar en la medida de las ciencias naturales y de la lógica formal nacida de las matemáticas. Más bien está la verdad de la comprensión en otros criterios, como la intuibilidad, la relación, la profundidad, la riqueza. La comprensión queda en la esfera de lo posible, se ofrece constantemente como provisoria, es en la frialdad del saber racional siempre una mera propuesta; pero estructura los hechos típicos significativos objetivos, que son fijables como simples hechos típicos, cuando quedan abiertos en su sentido a aquella interpretabilidad infinita. Por otra parte, es también más decisiva la comprensión con el crecimiento del material empíricamente accesible. Ambigüedad no equivale a arbitrariedad ni a imprecisión, sino a movimiento en la amplitud de lo posible por el camino de la contemplación cada vez más precisa" (Jaspers, 2006, p. 402).


Bibliografía:

Jaspers, K. (2006). Psicopatología general. México: FCE.

K. Jaspers: Relaciones causales y relaciones psicológicas


"Mientras en las ciencias naturales sólo pueden ser halladas relaciones causales, en psicología, el conocer encuentra su satisfacción en otra especie muy distinta de relaciones. Lo psíquico "surge" de lo psíquico de una manera comprensible para nosotros. El atacado se vuelve colérico y realiza actos de defensa, el engañado se vuelve desconfiado. Este surgir uno tras otro de lo psíquico lo comprendemos genéticamente. Así comprendemos reacciones vivenciales, el desarrollo de pasiones, la aparición del desvarío, comprendemos el contenido del sueño y del delirio, de los efectos de la sugestión, comprendemos una personalidad anormal en su propia relación esencial, comprendemos el curso fatal de una vida, comprendemos cómo el enfermo se comprende a sí mismo, y cómo la manera de esa comprensión de sí mismo se vuelve un factor del desarrollo psíquico ulterior" (Jaspers, 2006, p. 342-343).


Bibliografía:

Jaspers, K. (2006). Psicopatología general. México: FCE.

O. Fenichel: Ensayo de definición de la neurosis


"¿Existe algún común denominador en la multiplicidad de los fenómenos neuróticos, que pueda utilizarse para comprender la naturaleza esencial de las neurosis?

En todos los síntomas neuróticos sucede algo que el paciente percibe como extraño e ininteligible. Este algo puede consistir en movimientos involuntarios, en alguna otra clase de cambios en las funciones corporales, y en diversas sensaciones, como sucede en la histeria; o en una emoción y un estado de ánimo abrumadores e injustificados, como en los accesos de angustia o en las depresiones; o bien se trata de extraños impulsos o pensamientos, como en las compulsiones y obsesiones. Todos los síntomas dan la impresión de algo que parece asaltar a la personalidad, partiendo de una fuente desconocida; algo que perturba la continuidad de la personalidad y reside fuera de la esfera de la voluntad consciente. Pero existen también fenómenos neuróticos de otro tipo. En los caracteres neuróticos, la personalidad no parece ser uniforme o estar sólo perturbada por éste o aquel suceso interruptor, sino a tal punto manifiestamente desgarrada o deformada, y con frecuencia afectada en tal extensión por la enfermedad, que resulta imposible decir dónde termina la personalidad y dónde empieza el síntoma. Pero, diferentes como parecen, las neurosis sintomáticas y las neurosis de carácter tienen esto en común: la manera normal y racional de manejar, tanto las exigencias del mundo externo, como los impulsos internos, ha sido sustituida por algún fenómeno irracional, que parece extraño y no puede ser controlado voluntariamente. Dado que el funcionamiento normal de la mente está regido por un aparato de control que organiza, dirige e inhibe fuerzas instintivas, más arcaicas y más profundas, del mismo modo que la corteza organiza, dirige e inhibe impulsos de los planos más profundos y más arcaicos del cerebro, puede afirmarse que el común denominador de todos los fenómenos neuróticos es una insuficiencia del aparato normal de control.

La forma más sencilla de controlar los estímulos es descargar, mediante reacciones motoras, la excitación por ellos provocada. Más adelante la descarga inmediata es reemplazada por mecanismos de control más complicados de fuerzas de rechazo. Este control consiste en una distribución de contracargas, en procura de un equilibrio económico adecuado entre los estímulos que llegan y las descargas que parten.

Todos los fenómenos neuróticos tienen por base insuficiencias del aparato normal de control. Pueden ser comprendidos como descargas de emergencia involuntaria, que sustituyen a las descargas normales. La insuficiencia puede producirse de dos maneras. Una de ellas es un aumento en el flujo de estímulos: en una determinada unidad de tiempo, el aparato psíquico recibe una cantidad excesiva de excitación, que no puede controlar; estas experiencias se llaman traumáticas. La otra manera es el bloqueo o la disminución previa de la descarga, lo cual produce un estancamiento de tensiones dentro del organismo, de manera que las excitaciones normales actúan ahora relativamente, como las traumáticas. Estas dos formas posibles no se excluyen mutuamente. Un trauma puede iniciar un bloqueo posterior de la descarga, y un bloqueo primitivo puede, al crear un estado de estancamiento, dar lugar a que ulteriores estímulos corrientes tengan un efecto traumático.

Un ejemplo del primer tipo puede observarse en la irritación que todo el mundo experimenta a continuación de pequeños traumas, como ser un susto o un pequeño accidente. La persona se siente irritada durante cierto tiempo, y no puede concentrarse porque, en su interior, todavía está ocupada con el suceso y no dispone de ninguna energía libre para dirigir su atención en otro sentido. Repite el suceso en sus pensamientos y sentimientos, unas cuantas veces, y después de un rato recupera su equilibrio psíquico. Una pequeña neurosis traumática como ésta puede explicarse como la inundación del organismo por cantidades de excitación que no alcanzan a ser controladas, y al mismo tiempo como una tentativa de lograr un control diferido. Las neurosis traumáticas graves deben ser consideradas desde este mismo punto de vista.

Las neurosis del segundo tipo, llamadas psiconeurosis, y caracterizadas por el bloqueo previo de la descarga, tienen su modelo en las neurosis artificiales que los psicólogos experimentales provocan en los animales (...). El experimentador relaciona súbitamente algún estímulo que ha representado anteriormente experiencias instintivas placenteras o que ha servido como señal de alguna acción portadora de gratificación, con experiencias frustrantes o amenazadoras; o bien disminuye la diferencia entre los estímulos que el animal había sido acostumbrado a asociar respectivamente con una gratificación instintiva y con una amenaza: el animal entra entonces en un estado de irritación muy similar al de la neurosis traumática. Experimenta impulsos contradictorios; el conflicto le hace imposible ceder a los impulsos en la forma acostumbrada; la descarga está bloqueada, y esta disminución en la descarga actúa en la misma forma que un aumento en el aflujo de excitación: conduce al organismo a un estado de tensión y exige descargas de emergencia.

En las psiconeurosis algunos impulsos han sido bloqueados; la consecuencia es un estado de tensión y, eventualmente, algunas descargas de emergencia. Éstas consisten, en parte, en una inquietud inespecífica y en elaboraciones de la misma, y en parte, en fenómenos mucho más específicos, que representan descargas involuntarias y deformadas de aquellos mismos impulsos instintivos a los que se había impedido una descarga normal. Así, pues, en las psiconeurosis tenemos, primeramente, una defensa del yo contra un instinto; después, un conflicto entre ese instinto que tiende a la descarga y las fuerzas defensivas del yo; luego, un estado de estancamiento, y finalmente, los síntomas neuróticos, que son descargas deformadas, como una consecuencia del estado de estancamiento: un compromiso entre las fuerzas opuestas. El síntoma es el único paso de este proceso que llega a hacerse manifiesto; el conflicto, su historia y la significación de los síntomas son inconscientes."

Bibliografía:

Fenichel, O. (2009). Teoría psicoanalítica de las neurosis. México: Paidós. 

R. D. Laing: "La conducta del paciente es, en cierta medida, una función de la conducta del psiquiatra"


"Los libros de texto típicos contienen las descripciones de la conducta de las personas en un campo de conducta que comprende al psiquiatra. La conducta del paciente es, en cierta medida, una función de la conducta del psiquiatra en el mismo campo de conducta" (Laing, 2006, p. 24).

"He aquí la explicación dada por Kraepelin, (1905) a los estudiantes de su curso, de un paciente que mostraba señales de excitación catatónica: 
El paciente que les mostraré hoy ha tenido casi que ser traído a la sala, puesto que camina con las piernas abiertas, sobre la cara externa de sus pies. Al entrar, se quita las zapatillas, canta un himno en voz alta y luego grita dos veces (en inglés), "¡mi padre, mi verdadero padre!" Tiene 18 años de edad y es alumno de la Oberrealschule (Escuela de enseñanza superior), es algo, más bien fuerte, de tez pálida, en la que a menudo hay un sonrojo transitorio. El paciente se sienta con los ojos cerrados y no presta atención a lo que le rodea. No levanta los ojos ni si quiera cuando se le habla, pero responde comenzando en voz baja y gritando gradualmente cada vez más. Cuando se le pregunta dónde está, dice, "¿también quiere saber eso? Le digo quién está siendo medido, y es medido y será medido. Sé todo eso, y se lo podría decir ¡pero no quiero!" Cuando se le pregunta su nombre, contesta gritando "¿Cuál es tu nombre? ¿Qué es lo que cierra? Cierra sus ojos. ¿Qué es lo que oye? No entiende; no entiende nada. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Qué quiere decir? Cuando le digo que mire, no mira como es debido. ¡Tú, mira simplemente! ¿Qué es? ¿Qué ocurre? Atiende; no presta atención. Digo yo ¿qué pasa entonces? ¿Por qué no me das una respuesta? ¿Te estás poniendo descarado de nuevo? ¿Cómo puedes ser tan descarado? ¡Ahí voy! ¡Ya verás! No tienes que putear para mí. Tampoco debes dártelas de listo; eras un descarado, un asqueroso, un descarado y un asqueroso como no he visto otro en mi vida. ¿Está comenzando de nuevo? No entiendes nada de nada, nada de nada; no entiende nada de nada. Si tú sigues ahora, él no sigue, él no seguirá. ¿Te estás poniendo todavía más descarado? ¡Cómo escuchan, ellos escuchan!", y así sucesivamente. Al final regaña profiriendo sonidos muy inarticulados.

Kraepelin observa aquí, entre otras cosas la "inaccesibilidad" del paciente: 
Aunque indudablemente entendía todas las preguntas no nos dio un solo trozo de información útil. Su conversación era... solamente una serie de frases inconexas que no guardaban relación alguna con la situación general ((...) las cursivas son mías).

Ahora bien, no cabe duda de que este paciente muestra las "señales" de la excitación catatónica. La interpretación que demos a esta conducta, sin embargo, dependerá de la relación que establezcamos con el paciente (...). ¿Qué es lo que parece estar haciendo este paciente? Indudablemente, está llevando a cabo un diálogo entre su propia versión parodiada de Kraepelin y su propio yo rebelde y desafiante. (...) Esto parece ser una conversación pura y simple. Es de presumir que resiente profundamente esta forma de interrogación que se está llevando a cabo (...). Probablemente, no se da cuenta de lo que tiene que ver con las cosas que han de estar trastornándolo hondamente. Pero estas cosas no serían "información útil" para Kraepelin, salvo como otras tantas "señales" de una "enfermedad".

(...) El paciente responde con estallidos exasperados en los que está expresado lo que considera que es la actitud implícita en la forma que tiene Kraepelin de acercarse a él (...) No tienes que putear para mí (es decir, piensa que Kraepelin le está haciendo objeciones porque no está dispuesto a prostituirse delante de todo el grupo de estudiantes), y así sucesivamente...

Ahora bien, es claro que la conducta de este paciente puede verse por lo menos de dos maneras, análogas a las maneras de ver un jarrón o un rostro. Podemos entender su conducta como "señales" de una "enfermedad"; y podemos ver su conducta como expresiva de su existencia. La interpretación fenomenológica existencial es una inferencia acerca de la forma en que el otro está sintiendo y actuando. ¿Cuál es la experiencia que el muchacho tiene de Kraepelin? Parece estar atormentado y desesperado. ¿Qué pretende al hablar y al obrar de esa manera? Se opone a que se le mida, y a que se le someta a prueba. Lo que quiere es que se le oiga" (pp. 25-27). 


Bibliografía: 

Laing, R. (2006). El yo dividido. México: FCE.

Nietzsche y su psicología


Por Juan José López Ibor.

PSICOLOGÍA ESTÁTICA Y DINÁMICA

En Europa, a fines del siglo XIX, emerge una nueva imagen del hombre. En el plano psicológico, esta afirmación es fácilmente demostrable. La psicología de entonces amalgamaba los siguientes ingredientes:

1. La vida psíquica se compone de una serie de elementos, tales como la sensación, la percepción, la representación, etc., los cuales desempeñan dentro de la psicología el mismo papel que los otros elementos en la física.

2. Las uniones entre tales elementos se establecen merced a las asociaciones. La ley de las asociaciones venía a ser, en el campo de la psicología, lo que la gravitación universal en el campo de la física.

3. La personalidad humana es una resultante de la combinación de aquellos elementos, manejados por estas leyes ensambladoras. La correlación con los conceptos de materia y energía en el mundo físico es evidente.

¿Hasta qué punto resulta de ahí una psicología? Hagamos la prueba. Tratemos de definir a Napoleón o a Beethoven por estas cualidades, y el fracaso es seguro. Kraepelin distinguía como propiedades fundamentales de la persona la facultad de entrenamiento, la excitabilidad y la propensión a la fatiga. A pesar de su ambigüedad, constituía el análisis de Kraepelin un intento de buscar mayor especificidad a la descripción psicológica de una persona. Cada hombre tiene un umbral distinto de fatigabilidad o de excitabilidad, o su capacidad de entrenarse es mayor o menor; pero aun con esta precisión, nos quedamos con diferencias demasiado genéricas para poder recortar un perfil individual.

Hace poco tiempo me hallaba conversando con uno de los más grandes financieros de nuestra época. Hombre que de la nada había logrado acumular una fortuna colosal. Me interesaba su personalidad psicológica, porque su genialidad en este aspecto era segura y universalmente reconocida por amigos y enemigos. Me contaba sus comienzos: tenía una memoria portentosa. Una vez, en una sesión borrascosa de una gran Compañía, fue capaz de repetir una larga serie de complicados balances de memoria, que sólo había leído apresuradamente la noche anterior. Relataba esta y otras anécdotas como quien muestra un secreto vigoroso de su personalidad. Por mi parte, le conté el caso de un famoso calculista que yo había tenido en el Manicomio de Valencia y que realizaba portentos; sin embargo, era un débil mental. Se quedó impresionado y desencantado de su habilidad. La memoria prodigiosa para los números —jamás en su vida había tomado una nota, a pesar de las complicadísimas cuestiones de sus negocios— era sólo un ingrediente, ni siquiera esencial, de su personalidad. Como no lo era tampoco su tesón – casi rayano en la testarudez – ni su acometividad, ni tantas otras cualidades importantes. Se obtenía así un mosaico más o menos característico, pero el enigma de su personalidad seguía indescifrable. ¿Es que la personalidad no es más que un resultado, una constelación de factores? Nietzsche comenta la seguridad de la memoria, y en un diálogo dramático entre la memoria y el orgullo nos muestra cómo la personalidad es, ante todo, un drama, unión de contrarios, dialéctica interior. «Esto lo he hecho yo», dice la memoria. «Esto no lo puedo haber hecho yo», dice el orgullo, y se queda impávido. Finalmente, vence el orgullo. Es decir, aquello que constituye lo que podríamos llamar los materiales de una personalidad no es lo que la define. Los materiales, como los órganos del enfermo o las piedras de un edificio, son imprescindibles. Varían también en su calidad: existen hombres con mejor o peor memoria, o con mejor o peor agudeza visual, o con un tiempo de reacción más o menos largo, pero lo esencial es el modo de utilizarlos. En este modo se halla la clave de la personalidad.

Los materiales, pues hay que conformarlos y que moverlos. Este moverlos supone las cualidades dinámicas de la personalidad. Sobre ellas dirigió Nietzsche su agudo pensar analizador. ¿Cuáles son los móviles de la personalidad? El descubrimiento esencial para él fue que la personalidad no se manifestaba como era: los móviles son muy distintos de la conducta que aparece. Desde un punto de vista psicológico, esta distinción significaba la dehiscencia de las cualidades psicológicas en primarias y secundarias. Existen unas cualidades aparentes, las de conducta, que no son las más características. Se puede parecer valiente por muchos móviles: unas veces por serlo y otras, incluso, por pura cobardía. La cobardía ha sido la madre de muchas acciones heroicas. Esta hipocresía constitutiva de la personalidad exasperaba a Nietzsche. Y le exasperaba hasta el extremo de creer que el cristianismo no había traído virtudes primarias al mundo, sino sólo el resentimiento de los débiles. Esta debilidad era encubierta por el cristiano con sus supuestas virtudes. La falsedad de esta tesis de Nietzsche ha dado lugar a unas de las mejores páginas de Scheler.

La hipocresía psicológica de la personalidad impone, como primera tarea, la del desenmascaramiento. Este proceso de revelación de los móviles internos estaba tan en la línea del tiempo, que el psicoanálisis no ha hecho sino elevar sobre el mismo su gran construcción teórica. Porque si a Nietzsche le preocupa la inmoralidad de la hipocresía, a Freud le preocupó la insanidad de la misma. Enmascarar los propios móviles es crear una neurosis; las fuerzas reprimidas trabajan en profundidad y socavan el edificio de la personalidad. 


EL IMPULSO DIONISÍACO

Existe en el fondo de la persona un impulso primordial, de naturaleza biológica. Este gran impulso es el que mueve toda la estructura psicológica, y por eso le concede carácter. Nietzsche simbolizó este impulso en el viejo mito dionisíaco.

Dionysos es la fuerza creadora e impulsora de la cultura humana. Dioniso simboliza la instintividad de la persona humana elevada a mito. He aquí otra gran zona de contacto entre Nietzsche y Freud. Ambos, frente a la vieja concepción psicológica del hombre, gris y anodina, rasgan el velo y le muestran en toda su primaria elementalidad.

Antes de Nietzsche el arquetipo de la persona humana era armónico. Los griegos suponían que el ideal del hombre se hallaba en lograr una mezcla adecuada en el temperamento. Ni demasiada humedad, ni demasiado calor, etc. Este ideal armónico de la persona persistió en el cristianismo en otra forma. El cristiano sabe que el hombre es una especie de corriente presta a desbordarse; tiene que contenerla, y en eso le ayuda el cultivo de sus virtudes. Dejando aparte la ayuda de Dios, en el plano puramente humano, el ser cristiano se halla formado por las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

En la época de la Ilustración, persiste en otra forma el mismo equilibrio. En Wolff, padre de la psicología moderna, se encuentra claramente expresada; pero todavía es más neto este pensamiento en Leibniz, que traslada al plano del hombre la idea de la armonía prestablecida. Es Nietzsche quien rompe el equilibrio. No hay que buscar kalokagathía, como los griegos; ni templanza, como los cristianos; ni armonía, como el ilustrado, sino el cultivo unilateral de las fuerzas biológicas de la instintividad. Dioniso contra la templanza. El hombre empieza a ser víctima de una tremenda deformación.

Un punto importante en la psicología de Nietzsche es su eco darwinista. En el fondo, tanto en Darwin como en él, alienta la idea del progreso indefinido, en cuya entraña late un sentimiento optimista. El optimismo le llevó a la concepción del superhombre. Frente al pesimismo de Schopenhauer, con su necesidad de salvación, y frente al mismo ideal artístico que Nietzsche ve plasmado en la personalidad de Wagner, se levanta la voluntad de vivir. En la lucha por la existencia mueren los débiles.

Su análisis del modo como enmascaramos nuestro modo de ser ante nosotros mismos ha quedado como adquisición definitiva en la psicología. El «ancestral delirio» (uralter Wahn) de conocerse a sí mismo tropieza con obstáculos invencibles. De los demás estamos demasiado distantes y de nosotros mismos demasiado próximos para tener la necesaria perspectiva. En el juicio que hacemos sobre nosotros mismos intervienen directamente las sugerencias que nos hacen los demás, lo cual es una especie de cobardía. El juicio lleva implícita una decisión: hay quien está siempre descontento de sí mismo y, por tanto, dispuesto siempre a encolerizarse contra los demás. Para la vida en común es imprescindible una especie de autosatisfacción personal; de este modo se evitan los rayos de la cólera. Véase aquí la tremenda paradoja nietzschiana: el hombre bueno, amable con sus semejantes, es el que carece de humildad. La falta de una virtud íntima se convierte en una virtud social. El tú antes que el yo, la gran verdad nietzschiana, se encuentra aquí trasvasada al plano ético de las relaciones del hombre con la comunidad. Psicológicamente, es cierto que el yo se descubre por contraste con el tú: apenas puede hablarse de una anterioridad en el tiempo. Esta misma ligazón genética es la que a su vez engendra en el hombre el sentimiento de comunidad. Pero la participación en la comunidad no se hace sólo a través del cendal negativo del aparecer. Existe una comunicación activa y cordial. El ser necesita del otro ser, y ambos participan en la gran comunión de los sentimientos.


CREADOR Y CRIATURA

El hombre pasa por la vida, como un fantasma, envuelto en la niebla de las opiniones de los demás y de las suyas propias. La manera de evadirse de este papel fantasmal y tropezar con la realidad es acudir a la piedra de toque de la personalidad, que no es la del ser uno mismo, sino hacerse a sí mismo. Ésta es la máxima posibilidad humana. En el hombre se hallan unidos creador y criatura. El primer paso para lograrlo es el dominio de sí mismo, que no debe llegar al aniquilamiento de sus fuerzas vitales y radicales. Los griegos supieron hallar en este punto el término medio. Tomaron lo que en el hombre hay de demasiado humano como inevitable y lo canalizaron; le dirigieron una invitación moderada a participar en el banquete de la vida. Pero si en los griegos este punto de humanidad se hallaba en el centro, en un buen término medio, en Nietzsche se encuentra desplazado hacia un extremo: el polo dionisiaco.

Desde un punto de vista histórico es difícil discernir cuándo los grandes aciertos del pensamiento se deben a un solo autor y cuándo éste no hace sino expresar lo que está difundido en la colectividad. Probablemente intervienen ambos mecanismos. No cabe duda acerca de que, en el caso de Nietzsche, sus fórmulas han sido los lemas de Occidente durante estos últimos tiempos, y aún persiste el eco de su validez. La necesidad, concebida biológicamente, de formarse a sí mismo ha sido un imperativo más obedecido que el imperativo kantiano. Formulado así, es la antítesis de la ley de la caridad.

Nietzsche profundizó en la psicología del dioniso que llevamos cada cual en nosotros mismos: la instintividad. No hay un número determinado de instintos, sino un conjunto indescifrable, en el cual el intelecto aísla unos cuantos, poniéndoles nombre. La vida cotidiana está montada sobre la palestra instintiva; pero en su desarrollo tropieza con resistencias. Cuando un instinto tropieza con algo que se opone a su satisfacción en el mundo se vierte al interior. La intimidad del hombre, flaca y enteca al principio, se enriquece de esta manera. Los instintos reprimidos, unas veces impulsan el poder creador del hombre y otras lo falsifican y deforman.

Muchos instintos se satisfacen con ilusiones. Sólo el hambre no admite esta satisfacción ilusoria. Los sueños tienen la misión de compensar las exigencias insatisfechas del día. Las experiencias que tenemos durante el día tienen también la huella del ensueño metida dentro. Por eso nos movemos entre símbolos. Vivir es, pues, en alguna manera, poetizar. Los instintos pueden descargar por vías falsas cuando les falta su vía natural de satisfacción.

El alma tiene su cloaca — personas, cosas — donde descargar sus detritos instintivos que, de otra suerte, le producirían una tensión insoportable. El hombre que fracasa echa la culpa de su fracaso a otros y, sobre todo, a su mala voluntad. Los instintos se subliman. «Cuando un instinto se intelectualiza, recibe un nombre nuevo, un nuevo encanto y una nueva valoración. Se le coloca frente a los otros impulsos como en contradicción con ellos.» El instinto sexual es capaz de grandes sublimaciones. Platón opinaba que el amor — la filosofía — era un instinto sexual sublimado. La sublimación es, para Nietzsche, una especie de metamorfosis del instinto, y se realiza por su fuerza propia, sin intervención de la parte espiritual de la persona. Y, sin embargo, el instinto, al sublimarse, traspasa el plano de lo biológico para emerger en el espiritual.

El olvido es un ingrediente activo de la vida. No es que el tiempo corroa nuestros recuerdos, sino que algo hay en el ser vivo que le hace forzosa y positivamente olvidar. El olvido está en relación con la capacidad de desarrollo, de autotransformación del hombre. El hombre que no olvidase quedaría petrificado, como un acúmulo inmóvil de recuerdos. Llegaría a no existir en el presente, a convertirse en una pura sombra histórica.

Como se ve, los puntos de vista de Nietzsche están próximos a los de Freud. El descubrimiento del Dioniso nietzschiano podríamos compararlo al descubrimiento del ello freudiano. Lo que esta revelación produjo en un mundo liso y sin complicaciones, como el mundo victoriano, es fácil de adivinar. En la intelectualidad europea predominaba entonces la imagen goethiana del hombre, plácido y armónico, heredero de la imagen clásica. Los románticos no habían logrado quebrarla. Sólo Nietzsche, como un vendaval, se enfrentó con ella y la arrasó. La vida encendió su antorcha y amenazó con convertirlo todo en cenizas.

La exaltación dionisiaca llevó a Nietzsche al nihilismo, a la destrucción de todos los otros valores que no fueran los vitales. Aquello fue una borrachera. En la lucidez de la mañana que es la hora actual, el hombre contempla, dolorido, los destrozos del vendaval. El mito de los valores biológicos ha quemado su etapa. 


EL GRAN MEDIODÍA

¿Hacia dónde camina o, mejor, vuela el hombre nietzschiano? Hacia el mediodía dionisiaco de su borrachera de felicidad. No se puede descifrar la doctrina del superhombre sin tener ante los ojos esta clave para su comprensión. Zarathustra anunció el gran mediodía: Sieh, doch, still! Der alte Mittag schläft, er bewegt den Mund; trinkt er nicht eben einen Tropfen Glück, einen, alten braumen Tropfen goldenen Glücks, goldenen Weins?

En el gran mediodía se tiene la vivencia de la eternidad en el momento; es un paso en el que la vida se detiene. Pasmo orgiástico. Al mismo tiempo, el ser se siente realizado a sí mismo de una manera plena, completa, cósmica. Pero ¿cómo es esa felicidad? En las mismas palabras de Zarathustra se adivina. No es la felicidad habitual llevada a un grado máximo; no se trata de una vivencia filistea, sino de algo nuevo y distinto. Esta felicidad, diferenciada por su calidad tiene, según las propias palabras de Nietzsche, un regusto extraño: las viejas gotas pardas de la felicidad dorada. No es una felicidad alegre y etérea, sino grave y profunda. En el pasmo de esa borrachera el tiempo se detiene; el momento presente se dilata tan extremosamente, que se pierde la perspectiva del pasado y del futuro. Ese presente dilatado se vive de otra manera que el presente cotidiano, puesto que es un facsímile de la vivencia de la eternidad. El tiempo que no corre es el tiempo intemporal.

Pero he ahí la profunda paradoja: borrachera dionisiaca y eternidad. La borrachera con algo de grave y lúgubre en ella misma. La eternidad como suspensión; el hombre nivelado, suspenso de un hilo sin anudar en sus extremos. Se trata de vivencias existenciales y que, por tanto, no pueden negar el carácter específico de la existencia humana. Lo que hay de lúgubre en la alegría dionisiaca, lo que hay de inseguro en el pasmo, es la reducción del ser de sí mismo. Y el ser, cuando está solo, se angustia. El «gran mediodía» de Nietzsche se extiende sobre la arena de la angustia: 

Du heiterer und schauerlicher Mittasgs-Abgrund!

Kierkegaard, que tanto sabía de estas experiencias, dijo:
Cuando se está angustiado el tiempo transcurre lentamente; y cuando se está muy angustiado aun el mismo instante se hace lento; y cuando se está mortalmente angustiado el tiempo acaba por detenerse. Querer correr más de prisa que nunca, y no poder mover ni un pie; querer comprar el instante mediante el sacrificio de todo lo demás, y saber entonces que no se halla en venta, pues esto no depende de la voluntad o del movimiento del individuo, sino de la misericordia divina. 


EL ETERNO RETORNO

El mediodía nietzschiano se funde un poco enigmáticamente, con el «eterno retorno». En el gran mediodía se siente no sólo la expansión perfecta del ser, sino la del mundo: rund und reif (redondo y maduro). Ser y cosmos se enlazan como un círculo mágico. El mundo redondo despierta la imagen del círculo, que a su vez simboliza el eterno retorno. En lugar de una visión progresiva de la Historia y de la vida, priva en este mundo nietzschiano una visión reiterativa. Antes del mediodía el mundo crea, luego viene la gran paz y luego el descanso; al anochecer, la vida vuelve a recobrar sus formas: deseos, mentiras, olvidos, goces, aniquilamientos. Es decir, lo que pasa es activo y febricitante, más aún que la mañana misma. Esta sístole y diástole vital se parece a los procesos orgánicos; sólo que en Nietzsche se sobrevalora la pausa, el mediodía. Tanto se parecen, que la gran pausa no puede lograrse activamente, con un esfuerzo de voluntad, sino que hay que esperar pasivamente, como un éxtasis.

Es extraño cómo llega Nietzsche a enlazar la vivencia del mediodía con la del eterno retorno. Dos puentes se adivinan: uno metafísico y otro psicológico. El eterno retorno supone destrucción de la finalidad en la Historia y también causalidad. La Historia es un automatismo biológico. Dios no hace falta para nada. El eterno retorno es el punto critico de la Historia. «En el momento en que aparece este pensamiento cambia el color y no hay otra historia. Todo pasa, todo vuelve; eternamente corre el año del ser...» ¿Por qué concedía Nietzsche tanta importancia a este pensamiento? A ello da él mismo respuesta, puesto que con este pensamiento ha vencido, por fin, la muerte de Dios y la nada.

El puente psicológico es el siguiente: el gran mediodía es una vivencia. En muchas partes de los escritos de Nietzsche se ve descrita esa hora en la que el sol en su cenit cae a plomo sobre la Tierra, el viento se detiene y no hay más que un silencio inundado de luz. Las imágenes adquieren entonces un matiz especial; parece como si se esencializaran, perdieran su valor concreto y pegado al momento. El tiempo se dilata y el espacio se impersonaliza. Con frecuencia se tiene entonces la vivencia del ya visto; es decir, de que antes de aquel momento se contemplaba idéntico paisaje. Esta dilatación de la personalidad en la hora del mediodía es una forma de despersonalización. La imagen exterior adquiere una cualidad especial desconocida, por fusión, quizá con otras notas internas. En ese momento, imagen, percepción y representación forman un todo único. «Esto ya lo he visto yo otra vez.» No hay nada nuevo en el mundo; todo vuelve impulsado por la noria incansable del tiempo.

En el gran mediodía se engendra el superhombre. Es una vaga idea, que no llega a cristalizar en forma definida. El hombre está entre el animal y el superhombre; pero éste, en definitiva, es una condensación biológica. «Crear un ser superior a lo que somos nosotros mismos es nuestra esencia. ¡Crear algo más que nosotros mismos! Es el instinto fecundante, el impulso a la acción y al trabajo.» Esta fuerza desplegada se mantiene, como se ve, en el plano biológico. Y ésta es, de nuevo, la tremenda y abismal paradoja de Nietzsche, que quiere crear una forma nueva y se mantiene en el plano de la vida sin trascendencia espiritual.

Dioniso, la personificación de su propia vida reformada, no es un dios a quien se presta culto, sino una fuerza biológica que se despliega — y también se aniquila — con sagrado furor. Dioniso, el superhombre, el eterno retorno, el gran mediodía, todos los temas nietzschianos emanan del plano vital y en él se quedan. A pesar de la apariencia que les presta su considerable vigor poético, el hombre resulta en ellos desprovisto de su más alta sustancia. Biológicamente pleno, pero no humanamente pleno. En la embriaguez dionisiaca del mediodía se expresan vivencias que, si quisiéramos hallar un correlato con las del hombre normal, son vivencias tóxicas. El hachisch, la mescalina enseñan al hombre la gran dilatación estática del tiempo, que se vive como eternidad, y la inspiración de las propias imágenes, que vuelven una y otra vez, como arquetipos obsesivos. La personalidad se dilata en un plano biológico, pero se desprende de sustancia humana, como el globo que echa lastre para poder navegar.

En definitiva, Nietzsche no ha dibujado la perspectiva del superhombre, sino otra especie de subhombre. No es el mismo subhombre filisteo que no tiene otra experiencia que la del mediodía banal, que trae sólo la pequeña felicidad. No es tampoco el subhombre freudiano que cristaliza sólo en torno a la sexualidad. Es otra especie distinta, biológicamente más noble. Incluso la más noble que se puede concebir en el plano de la pura vida, ya que asienta sobre la expansión de la acción, de la voluntad de poder, del inmenso deseo de obrar. En Nietzsche estaba encendida como un mensaje:

Ja! Ich weis, woher ich stamme! 
Ungesättigt gleich der Flamme 
Glühe und verzehr’ ich mich. 
Licht wird alles, was ich fasse, 
Kohle alles, was ich lasse; 
Flamme bin ich sicherlich!

Encendía todo lo que tocaba, pero todo se le tornaba en ceniza. La esencia humana se le escapaba, aunque alguna vez, como antes hemos visto, reclamaba su derecho a existir. La imagen del hombre que nos ha dado Nietzsche es, evidentemente, incompleta, en medio de su riqueza.


LA ENFERMEDAD DE NIETZSCHE

No puedo dejar mi oficio de lado. Apenas se encontrará, entre los personajes históricos, caso más apasionante que el de la enfermedad de Nietzsche. El 8 de enero de 1889 llegó Overbeck a Turín para recoger al enfermo y llevarlo a casa. Había escrito unas cartas a Heuler y Burckhardt tan extraordinarias, que creyeron que debían enseñarlas a un psiquiatra. El consejo fue claro y terminante: el autor de las cartas estaba enfermo, gravemente enfermo, y era necesario intervenir inmediatamente. Días después, su madre lo recogía en Basilea y lo llevaba a la clínica de Jena. La demencia de Nietzsche fue progresando, pero vivió hasta 1900. Éste es el período más conocido de la enfermedad de Nietzsche y, a mi modo de ver, el menos interesante. Estaba lleno de ideas delirantes. Con toda probabilidad se trató de una parálisis general. No es seguro que lo fuera, porque entonces no se practicaba la punción lumbar y no se tenían a mano los medios diagnósticos actuales. El curso fue, en todo caso, atípico. Pero desde que explotó la enfermedad cesó la productividad de Nietzsche.

El período verdaderamente interesante es el que precede a la explosión de la enfermedad. En todo caso, ésta era exógena y no ligada — sino muy indirectamente — a la constitución del enfermo. En 1873 empieza en Nietzsche un ataque de dolor de cabeza con fotofobia, vómitos, con sensación de parálisis y estados vertiginosos. Incluso tenía episodios de desmayo o pérdida de conciencia de larga duración. Antes había padecido una disentería que alguna vez volvió en forma de dolores gástricos. De pequeño era miope, y la miopía le incrementaba, indudablemente, el dolor de cabeza. Estas molestias le acompañaron durante toda la vida. Los biógrafos las han calificado de jaquecas; algunos han pensado en una neurosis o trastornos psicosomáticos como secuela de su rompimiento y polémica con Wagner. A consecuencia de la enfermedad, resigna su cátedra en Basilea en 1879.

En 1880 se inicia un nuevo período de su vida. Empieza a descubrirle un sentido especial, su propio mensaje. Esta transformación es muy manifiesta en los años 81, 82 y 83. Leyendo sus cartas en orden cronológico, se advierte el cambio. Su humor es más vivo, su productividad mejor, sus pensamientos vuelan como aves ligeras, etc. «Mis amigos, los que saben más de mi vida, dicen que, si no soy el hombre más feliz, soy, al menos, el más animoso... Mi aspecto es excelente; mi musculatura desarrollada por las marchas, es como la de un soldado; el estómago y el vientre están en orden. Mi sistema nervioso se encuentra, teniendo en cuenta la extraordinaria actividad a que está sometido, en estado excelente, muy fino y muy fuerte.» Es evidente, por este y otros textos, que Nietzsche se hallaba entonces inundado de vitalidad. Estas fases se interrumpen por otras depresivas que le duraban semanas y meses. En ellas hablaba (1876-1880) del desierto de su pensamiento. Éste era menos fluido, pero más objetivo y ordenado. Estas oscilaciones le atormentaron. Los tres primeros libros de Zarathustra los escribió en diez días, y a ellos siguió un período de vacío y melancolía en el que escribir le resultaba penoso.

Un problema no fácil es el de interpretar estas fases. Algunos biógrafos han pensado que no eran más que los pródromos de la enfermedad que había de estallar después. Esta es una idea errónea y contra toda experiencia clínica. Aun en el caso en que una parálisis general provoque una fase melancólica, esto ocurre poco antes de la explosión de la auténtica parálisis. A mi modo de ver, esta fase con la que se enlaza es con la anterior, y forma el verdadero terreno biológico de la personalidad de Nietzsche. En él existen unas alteraciones de la vitalidad en sentido positivo y negativo, como exaltación y depresión de los sentimientos vitales. En mis trabajos he tratado de mostrar las íntimas relaciones que existen entre la patología de la vitalidad y otras crisis patológicas, como las jaquecas, las crisis organoneurótico-gástricas y los propios desmayos, como los que tuvo Nietzsche.

Cuando se estudia la influencia de esta constelación patológica sobre su obra, conviene una advertencia previa. El valor de la obra hay que juzgarlo en sí y no en relación con la patología. La obra literaria o artística demuestra objetivamente su valor. Y esto ocurre en Nietzsche, como en Hölderlin o en Basterra. Si oímos un brillante discurso, poco nos importa que el orador haya bebido previamente un vaso de agua o una copa de coñac: lo importante es que el discurso sea brillante.

Aparte de ello existe, sin embargo, la posibilidad de estudiar los mecanismos psicológicos o psicopatológicos que intervienen en la génesis de la obra de arte. El conocimiento de esto puede ayudarnos a comprender mejor o atribuirle un sentido especial, aparte de lo que supone de riqueza de conocimientos del alma humana. En Nietzsche nos encontramos con el período, tras la declaración de su enfermedad, en que no produjo escrito alguno; puede ser que en los inmediatamente anteriores se entrevea. Pero éste no es el problema más importante. Como tampoco lo es que su miopía le obligara a dictar, con lo cual sus escritos toman entonces un carácter más aforístico.

La verdadera riqueza se la da a Nietzsche su experiencia sobre el propio ser de los períodos de hipervitalidad. «Con un poco de creencia supersticiosa, apenas podría rechazar la idea de ser encarnación, altavoz o medio de fuerzas todopoderosas. La idea de revelación en el sentido de que súbitamente algo se vuelve visible o audible, con enorme seguridad, algo que le conmociona a uno, describe el hecho. Se oye, no se busca; se toma, no se pregunta quién da; como un relámpago se ilumina el pensamiento, con la propia forma sin titubeo, sin elección.»

Junto a esos momentos de exaltación existen otros de depresión en que le parece que su cabeza va a estallar, que lleva una vida peligrosa porque pertenece al grupo de máquinas que pueden romperse. «Mi sentimiento... tiene tan fuertes explosiones, que basta un momento para cambiarme totalmente en un enfermo.» Éstas son experiencias de la serie angustiosa. Como he descrito en otra parte, la angustia vital se manifiesta por esa vivencia de que el yo o la personalidad va a estallar. En Nietzsche predominan como elaborados productivamente los momentos de exaltación vital.

Toda la doctrina del mediodía corresponde a vivencias propias; tras el gran plano de la exaltación se esconde aquí y allá la angustia, pero sobre ésta no ha lanzado su ímpetu creador. En este sentido, Nietzsche es la antítesis de Kierkegaard. No sabemos, ni es posible colegir actualmente con seguridad, si su atracción por el polo positivo es porque éste predominaba. Es probable que así fuera; pero en todo caso esto sería una manifestación más de la fuerza creadora del espíritu, que elige un tema en cualquier rincón de las propias experiencias.

En la exaltación dionisiaca del mediodía es posible que intervenga la experiencia tóxica del propio Nietzsche. Por los datos contenidos en su biografía; parece que tomó hachís, aparte de todo un botiquín ambulante de calmantes que le acompañaban en sus viajes. Se ha pensado en que su proceso orgánico de 1888 fuera una psicosis tóxica, pero esto no parece, en modo alguno, probable. En cambio, sí lo es que tratara de alisar sus oscilaciones de la vitalidad con pócimas diversas. Y que, como Baudelaire, conocía por propia experiencia ese minuto inextenso, de puro dilatado, que se vive en la exaltación tóxica.

No es extraño, pues, que Nietzsche, tan sujeto al propio destino de su carne, predicase el mensaje vital del hombre. Con todo el patetismo y la fuerza creadora de la vitalidad, y también con todas sus limitaciones. Nietzsche fue el gran poeta de la vitalidad, y su mensaje era nuevo porque venía a romper el imperio del hombre sometido a la física de sus elementos y sus asociaciones. En este sentido, su mensaje fue total y absolutamente nuevo, pero inhumano, francamente inhumano.

Descripciones personificadas de los trastornos de personalidad


  • Trastorno paranoide de la personalidad: "No puedes confiar en nadie". 
  • Trastorno esquizotípico de la personalidad: “Soy excéntrico, diferente, raro”.
  • Trastorno esquizoide de la personalidad: "Puedes llamar a la puerta, pero no hay nadie en casa".
  • Trastorno histriónico de la personalidad: “Hazme el centro de tus atenciones”.
  • Trastorno narcicista de la personalidad: “Mis órdenes son tus deseos”.
  • Trastorno antisocial de la personalidad: “Haré lo que quiera cuando quiera”.
  • Trastorno límite de la personalidad: “Me enfadaré mucho si intentas dejarme”.
  • Trastorno de personalidad por evitación: “Quiero gustarte, pero sé que me odiarás”.
  • Trastorno de personalidad por dependencia: “Cuida de mí y protégeme”.
  • Trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad: “No quiero equivocarme”.

Bibliografía: 

Millon, T. y Davis, R. (1999). Trastornos de la personalidad. Más allá del DSM-IV. Barcelona: Masson.

Películas sobre psicopatología

Ciertamente el cine le debe mucho a los neuróticos, a los psicóticos (aunque en más raros casos) y a la psicopatología en general. Sin embargo, son sólo algunas películas las que hacen de las vicisitudes de la mente los nudos principales de sus historias. He aquí algunas de ellas, películas por demás recomendables para los psicólogos y psicólogos en formación, para entretenerse y vivir a través del cine e, incluso, para ejercicio en el criterio de su saber.  
Awakenings (1990). Protagonizada por Robin Williams y Robert De Niro. Un investigador descubre el sentido de las conductas en pacientes de encefalitis, y a partir de ello ensaya un medicamento que promete ser milagroso. 


Black Swan (2010). Protagonizada por Natalie Portman. Una bailarina profesional lucha por el rol principal en una presentación de ballet, lo cual le lleva a transformarse por completo. 


Don Juan DeMarco (1994). Con la actuación de Johny Depp. Un hombre aparentemente psicótico es conducido y comprendido por un psicoterapeuta habilidoso que no le teme a su locura. 


Equus (1977). Película inglesa no tan conocida. Trata sobre la indagación psicológica que debería llevar a comprender los motivos de un crimen aparentemente irracional. Una trama que puede resultar muy interesante desde el punto de vista psicoanalítico... 


Freud, pasión secreta (1962). No podía faltar. Una historia convincente y bien narrada de algunos momentos que revolucionaron la psicología: los casos y pensamientos que dieron inicio al psicoanálisis de Freud.  


Heavenly Creatures (1994). Basada en una historia real. Dos jovencitas en una extraña serie de sucesos fantásticos. 


Psycho (1960). El nombre lo dice todo, o casi todo. Película famosa en la historia del cine, y escalofriante psicológicamente. 


Repulsion (1965). Dirigida por Polanski. Verla es dejarse llevar al mundo íntimo de una joven terriblemente y cada vez más profundamente afectada por su aversión al sexo. 


Sybil (1976). Famoso filme sobre un complejo caso de "personalidad múltiple".


The Madness of King George (1994). Típicas manifestaciones psicóticas afloran en el rey de Inglaterra. Pero su caso no es tan sencillo, y menos aun en un tiempo en el que la locura era de lo más incomprendido. 


The Manchurian Candidate (1962). Película sobre un extraño experimento psicológico que enreda a toda una nación. Con Frank Sinatra en el reparto. 


The Snake Pit (1948). Frankl la menciona en una de sus obras. Ejemplifica como caer finalmente en la locura a veces puede ser el camino para salir de ella. 


Venus in furs (1995). De lo que más se conoce es del sadismo, pero del masoquismo casi nada. Esta película es la adaptación de la obra del literato-clínico Sacher-Masoch: "La Venus de las pieles".


Zelig (1983). Woody Allen hincándole el diente a la psicología de la neurosis. Una caracterización estupenda sobre un personaje múltiple, un camaleón humano. 

El prejuicio paterno-filial



El "culpar" a los padres de la “salud” o la “enfermedad mental” es el prejuicio más grande para la psicología comprensiva. Las impresiones diagnósticas están plagadas de la “novela familiar” a la que se le atribuye innecesariamente una responsabilidad causal. Así, de la anorexia o bulimia se puede buscar en los modos de crianza o en los ejemplos paternos, lo que más bien puede corresponder a las influencias culturales, a las relaciones entre amigos, las relaciones de pareja, el entorno publicitario, los modelos educativos, el trabajo, etc. “Yo empecé a purgarme cuando una amiga me dijo lo que eran las purgas”, decía una paciente. Sucede lo mismo con la “salud mental”; se atribuye habitualmente a la familia la formación de una resiliencia que también pudo ser modelada en un ambiente externo o propia del carácter congénito de un hombre. Abundan los casos de personas en las que no se presentan síntomas psíquicos significativos, aun cuando el ambiente familiar ha sido fuertemente estresante. Todo el material comprensible puede oscurecerse debido a interpretaciones selectivas o explicaciones tendenciosas en las que prima forzadamente un prejuicio. Y en cuanto al prejuicio paterno-filial, edípico o no, se está hablando del más común de todos ellos, por lo que es preciso guardar especial reserva dada su tradicional aceptabilidad teórica y popular.

El sentimiento de culpa en la personalidad y la melancolía



*(Famoso episodio de la vida del pintor Vincent Van Gogh. 1888. Durante una disputa arrojó un vaso de ajenjo a su amigo, el pintor francés Paul Gauguin, el cual llevó a su perturbado amigo a su casa y lo metió en la cama. A la noche siguiente, Van Gogh atacó a Gauguin con una navaja de afeitar, mas de repente huyó a su cuarto y se cortó parte de una oreja en un exceso de arrepentimiento. Van Gogh se suicidó en 1890, dos años después de dicho acontecimiento.)

En el modelo psicoanalítico de la personalidad el sentimiento de culpabilidad se entiende en términos generales como un conflicto interno, un acto en el que interviene el superyó y que cumple con ciertas funciones…

A continuación se cita brevemente la obra Freud en la que se trata acerca del sentimiento de culpa en la personalidad (I), para, posteriormente tratar el tema del sentimiento de culpa en la patología psíquica (II)…

I. El sentimiento de culpa en la personalidad

Básicamente sucede que… “Uno se siente culpable (los creyentes dicen 'en pecado') cuando ha cometido algo que se considera 'malo'" (Freud, 2006, 99). Pero también se podría sentir culpable sin haber cometido algo malo y solamente con haber pensado cometerlo o haber tenido la intención o propósito de hacerlo…

La culpa un acto con dos funciones

Esto que anteriormente mencionamos viene a la explicación que da Freud del sentimiento de culpabilidad como un acto del superyó que cumple dos funciones: no solo de castigo, también de caución. Cuando habla de una función de castigo del superyó dice: “La tensión creada entre el severo superyó y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo” (Freud, 2006, 98). Cuando habla de una función de caución dice que es como una vigilancia interna… “Por eso no importa mucho si realmente hemos hecho el mal o si sólo nos proponemos hacerlo; en ambos casos aparecerá el peligro cuando la autoridad lo haya descubierto y ésta adoptaría análoga actitud en cualquiera de ambos casos”(Freud, 2006, 100).

En resumen de esta descripción freudiana de la sensación de culpa podríamos decir que la misma se interpreta como un conflicto interno; la culpa es un acto del superyó, una crítica de una instancia interior, una “agresión dirigida contra el propio yo” (Freud, 2006, 98): ¿podría causar malestar, síndromes?

II. El sentimiento de culpa en la psicopatología

En efecto, Freud sostenía que en todo padecimiento anímico debería considerarse el actuar del punitivo superyó:
En todas las formas de enfermedad psíquica habría de tenerse en cuenta la conducta del super-yo; cosa que no se ha hecho hasta ahora. Pero ya podemos indicar, provisionalmente, que ha de haber también afecciones cuya base esté en un conflicto entre el yo y el super-yo. El análisis nos da derecho a suponer que la melancolía es un ejemplo de este grupo, al que daríamos entonces el nombre de «psiconeurosis narcisistas» (Freud, 1925).

Por ello mismo el estudio psicoanalítico de la melancolía debía conducir a una teoría más elaborada del sentimiento de culpabilidad. En una cita ulterior, habla justamente de la culpa sentida y la autocrítica en la melancolía:
En el caso de la melancolía es aún más fuerte la impresión de que el superyó ha arrastrado hacia sí a la conciencia. Pero aquí el yo no interpone ningún veto, se confiesa {bekennen} culpable y se somete al castigo. Comprendemos esta diferencia. En la neurosis obsesiva se trataba de mociones repelentes que permanecían fuera del yo; en la melancolía, en cambio, el objeto, a quien se dirige la cólera del superyó, ha sido acogido en el yo por identificación. (…)

¿Cómo es que el superyó se exterioriza esencialmente como sentimiento de culpa (mejor: como crítica; «sentimiento de culpa» es la percepción que corresponde en el yo a esa crítica), y así despliega contra el yo una dureza y severidad tan extraordinarias? Si nos volvemos primero a la melancolía, hallamos que el superyó hiperintenso, que ha arrastrado hacia sí a la conciencia, se abate con furia inmisericorde sobre el yo, como sí se hubiera apoderado de todo el sadismo disponible en el individuo. De acuerdo con nuestra concepción del sadismo, diríamos que el componente destructivo se ha depositado en el superyó y se ha vuelto hacia el yo (Freud, 1927).

Freud nos deja suponer que el sentimiento de culpa como acto del superyó guardaría cierta relación con la patogénesis o formación de la melancolía o depresión (denominaciones que utilizamos indistintamente para una continuidad teórica). Con esto podemos permitirnos formular una suposición: en un síndrome depresivo el sentimiento de culpa participa en el síndrome ya sea agudizándolo, participando en su formación o reforzando su tenacidad al tratamiento.

Este supuesto dicho anteriormente encontraría sustento en la experiencia de un psiquiatra neoyorquino llamado Frederick Flach, durante años profesor, conferenciante e investigador de la depresión. Flach insistía en la suma importancia del sentimiento de culpabilidad en la persona deprimida: “El sentimiento de culpabilidad, toda vez que lleva consigo una pérdida de la propia estimación, puede acarrear depresión” (Flack, 1978, 132). A su vez destaca que el elemento de culpabilidad en una depresión frustra en cierta medida la acción de tratamiento farmacológico, es decir que en cierta forma “refuerza la tenacidad” de la depresión:
“Hay una diferencia entre los estados deprimidos que nacen de la culpabilidad y los que no guardan relación con los sentimientos de culpabilidad. El psiquiatra Peter F. Regan, demostró que los pacientes deprimidos con un grado significativo de culpabilidad no responden bien al tratamiento biológico. Por el contrario, los pacientes deprimidos en los que la culpabilidad no es significativa suelen mejorar con rapidez cuando se emplean los tratamientos biológicos. El sentimiento de culpabilidad refuerza la tenacidad de la depresión… El sentimiento de culpabilidad no siempre coexiste con la depresión pero si determina con fuerza la cualidad de la misma cuando está presente” (Flach, 1978, 141-142).

Un caso de depresión con sentimiento de culpa

Uno de los casos que exponía Flach ilustra claramente un proceso en el que un sentimiento de culpa, encadenado con ciertos estresores (compromisos, conflictos de pareja), intervienen juntos en la infelicidad de un individuo:
“… Al ir explorando los motivos de su infelicidad, el curso de la terapia, reveló que había estado sosteniendo relaciones con la secretaria de uno de sus clientes durante casi dos años. “Eso no podría hundirme. En realidad, es el único placer que tengo, el acostarme con ella una o dos veces al mes. Además, ¿qué hay de raro en eso? Todo el mundo tiene sus escapadas”.

Fueron necesarios varios meses antes de que pudiera convencerse a sí mismo de que, independientemente de lo que otros hicieran o dejaran de hacer, su relación sexual le estaba provocando un sentimiento de culpabilidad. Su comportamiento contrastaba con su educación. De niño había asistido a escuelas religiosas y hasta poco después de los veinte años, había participado activamente en actos de la iglesia. Antes de casarse con su esposa no había tenido relaciones sexuales con nadie.

Había acatado las normas estrictas exigentes de su formación fundamentalista, hasta que otras exigencias de su vida sobre todo en los negocios, le forzaron a contraer compromisos. Comenzó a reducir un poco sus valores arraigados. De vez en cuando se echaba un trago…. Para ese tiempo consideraba la religión como una desventaja. Hasta que comenzó sus amoríos su vida hogareña había sido relativamente plácida. Después de eso, y en gran medida como producto de su culpabilidad no reconocida, se convirtió en un campo de batalla con su esposa.

“¿Y qué hago ahora sencillamente con esta culpabilidad que reconozco? Desde luego no voy a volver a la forma de pensar que tenía hace veinte años”. Ante sí tenía dos opciones: o bien modificar su sistema de valores en lo que se refería a la fidelidad de su matrimonio o terminar sus relaciones ilícitas y tratar de mejorar su vida en el hogar. Se decidió por esta última pero no fue una elección fácil. Le costaba trabajo creer, que rodeado como se encontraba por la tolerancia sexual, pudiera sentirse más a gusto con su conjunto original de valores” (Flach, 1978, 139-140).

III. Conclusión

En la perspectiva de Freud de la personalidad el sentimiento de culpa es un conflicto, una tensión entre el superyó y el yo, que cumple a la vez con ciertas funciones del superyó.

Según Freud todas estas tensiones así como el actuar del superyó deberían tomarse en cuenta en las bases de cualquier patología psíquica… De esto deriva que el sentimiento de culpa como un conflicto y un efecto del superyó se suponga relevante en la formación o presentación de la melancolía.

Flach habla también de la relevancia de la culpabilidad en la depresión, y señala que en cierta forma la caracteriza, lo cual es importante y supone ciertas consideraciones para su comprensión y tratamiento. Concluyendo en palabras de Flach: “El sentimiento de culpabilidad no siempre coexiste con la depresión, pero si determina con fuerza la cualidad de la misma cuando está presente. Para muchas personas el hacer frente a la depresión significa volverse a poner de nuevo en contacto con sentimientos legítimos de culpabilidad” (Flach, 1978, 142).


*(Trigal con cuervos. 1890. Van Gogh se suicidó de un tiro en el trigal donde pintó su último lienzo.)

IV. Bibliografía

Flach, Frederick. (1978). La fuerza secreta de la depresión. México: Lasser press.
Freud, Sigmund. (2006). El malestar en la cultura. Madrid: Alianza editorial.
Freud, Sigmund. (1925). Neurosis y psicosis. En línea: http://www.elortiba.org/freud5.html
Freud, Sigmund. (1927). El yo y el ello. (Archivo .pdf)