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Apuntes para un estudio psicoanalítico de las fases psicosexuales


Por Andrés G. Asturias, Psicólogo Clínico

¿Son continuas o discontinuas las fases del desarrollo psicosexual (oral, anal, etc.)? ¿Siguen principios biológicos o psíquicos? ¿Cómo son las transiciones entre fases? ¿Cuál es la etiología de sus bloqueos? Estas preguntas, en apariencia sencillas y suficientemente resueltas, motivan al presente ensayo a esbozar ilaciones y orientaciones generales de la evolución psicosexual.

Agradezco al Dr. Rodolfo Kepfer (in memoriam) y al Lic. Enrique Campang por haberme brindado sus valiosas observaciones y comentarios sobre mis escritos preliminares.

En la primera parte se exponen tres principios del desarrollo psicosexual.

En la segunda parte se describen algunas transiciones y bloqueos entre fases libidinales.

I. Principios del desarrollo psicosexual

Podemos enumerar tres principios o ideas fundamentales sobre el desarrollo psicosexual.

La primera de ellas es que el cuerpo tiene zonas que son predominantemente excitables a lo largo del tiempo, y dichas zonas no se destacan como resultado de la historia individual y la significación para el sujeto, sino por una predestinación corporal dada su importancia para la conservación de la vida.

Chazaud (1976) escribe: “Podemos ver una astucia de la naturaleza en el hecho de que las pulsiones sexuales se afiancen en las funciones de conservación (chupeteo, ingurgitación, excreción, micción, cuidados cutáneos, actividades musculares, visión, etc.) para hacerles desempeñar –a través de las complicaciones psíquicas que arrastran “marginalmente”- el papel de motor de progreso de un ser tan desprovisto de dirección instintiva como es el hombre” (p. 27).  
Nagera (1975) es aún más claro acerca de este principio orgánico: “Ciertas zonas o áreas del cuerpo están realmente predestinadas por su vecindad anatómica a órganos vitales para recibir estímulos. Estas zonas erógenas son la oral, la anal, la uretral, la clitórica y la genital. Estas zonas predestinadas de erotización están asociadas a “grandes necesidades orgánicas”, de manera que la gratificación de los impulsos biológicos vinculados produce el efecto concomitante de estimular la zona erógena” (p. 78).
Un segundo principio es que todos los órganos y funciones del cuerpo poseen capacidad erógena, en mayor o menor medida, capacidad que puede aumentar o disminuir.
A esta conclusión había llegado Freud por sus observaciones en casos de conversión histérica (Nagera, 1975). Sin embargo, en ellos lo corporal era lo que se mantenía al margen, y lo psíquico, la significación histórica para el sujeto, era lo determinante. Es decir, esta capacidad erógena, es obtenida de manera secundaria por el órgano, es efecto y no causa.

Cabe advertir, entonces, la cuestión de hasta qué punto un órgano recibe dicha capacidad por una impronta psíquica o corporal; hasta qué punto es un destino común o parte de la historia del individuo. 
El tercer principio, más psicológico, es la diferenciabilidad de la vida anímica: la psique, en su evolución, va de lo menos diferenciado, a lo más altamente diferenciado y complejo.
El devenir psicosexual también sigue una historia dialéctica que se desenvuelve como una progresiva diferenciación, una serie de integraciones y oposiciones; es un oscilante movimiento entre la separación y la unión: la criatura se desvincula de la madre corporalmente para adquirir poco a poco mayor independencia; las pulsiones pasan de una menor integración (anarquía pulsional), a una mayor integración (genitalidad); las relaciones de objeto, en general, van de la menor diferenciación a la mayor diferenciación y capacidad de síntesis: interior-exterior, niño-madre, madre desintegrada-madre total, cuerpo desintegrado-cuerpo total, …, yo-otro, hasta la experiencia del “nosotros” o de la soledad.  
Este principio ha prevalecido en las distintas corrientes de pensamiento psicoanalítico y en diferentes tiempos. 
Anna Freud trazaba con sus líneas de desarrollo un desenvolvimiento entre el yo y no yo: de la dependencia simbiótica a la independencia adulta, del egoísmo a la participación grupal, del autoerotismo a la interacción con el mundo y los otros en el juego y el trabajo (Grupo de trabajo OPD, 2008).  
De manera similar, aunque más llamado a describir el encadenamiento de los hechos, Winnicott observó el proceso psicogenético, la travesía del niño que se valdría de un objeto transicional para pasar gradualmente de la dependencia en la relación con la madre y su narcicismo primario, hasta su desenvolvimiento en el mundo exterior. 
Lacan, por su parte, introducía con la noción de estadio del espejo la observación del hito de la integración del propio cuerpo, percibido previamente como fragmentado (Laplanche y Pontalis, 1994). 
Vemos pues, que todo el movimiento entre estos polos (yo-no yo) podemos sintetizarlo como una línea que va de la mónada desorganizada a la alteridad compartida. 
Progresar del narcicismo a la alteridad es quizá el patrón existencial de la experiencia humana. Así es, por ejemplo, el itinerario de la maternidad: de una fase de investidura narcisista sobre el propio cuerpo, que es uno solo con el cuerpo del niño en la gestación, se pasa, algo abruptamente, del parto al encuentro con el otro y a una investidura objetal (Castro, Melville y Zachrisson, 2016).
Como corolario de estos principios se extiende la visión hacia un estado ideal finalmente alcanzado del desarrollo psicosexual: será pues, aquel que evolucione sin mayores complicaciones de acuerdo a ese destino común, superando el narcicismo primario y los conflictos que impidan la diferenciación entre yo – no yo. 
Siendo más específicos, según Dewald (1973), la mayor excitación se hallará a nivel de lo genital y de forma plenamente heterosexual, los drives pregenitales tendrán menor importancia, se darán como preparativos del placer final (“juegos previos”) y constituirán la base de sublimaciones. 
¿Por qué lo “normal” es presuntamente lo genital y heterosexual, con algunas variaciones paralelas e irrelevantes? Esta es una pregunta delicada, y no menos difícil, ocasionadora de pronunciados debates. Hay que recalcar que la razón no ha de partir de ningún modo de una moral conservadora, sino que el criterio parece estar en la diferenciabilidad de objeto alcanzada según el tercer principio enunciado anteriormente. El objeto de amor genital alcanza entonces su autonomía, riqueza y totalidad (Laplanche y Pontalis, 1994). No es solo una orientación o una zona lo que resalta, sino una relación de objeto más realista, actualizada, intersubjetiva y total. La heterosexualidad es pues condición necesaria, mas no suficiente, del desarrollo psicosexual normal (ideal). 
Si a este ideal apunta favorablemente la evolución psicosexual, es consecuente preguntar por la etiología de sus bloqueos y el flujo de sus transiciones. 

II. Transiciones y bloqueos del desarrollo psicosexual


A lo largo del desarrollo psicosexual, tanto en las fases propiamente definidas, como en las intermedias se encuentran pulsiones típicas asociadas.

Es así que podemos clasificar las pulsiones del desarrollo psicosexual en dos grupos:

  • Pulsiones organizativas: dirigen el interés de forma más estacionaria, y pautan cierto género de fantasías sexuales y temidas. Entre ellas están obviamente las pulsiones orales, anales, genitales, incluso las relacionadas con la actividad de la mano.
  • Pulsiones no organizativas: dirigen el interés de forma pasajera, no tienen mayor relevancia en las fantasías sexuales, pero son parte importante de fantasías temidas, asociadas con la prohibición, la culpa, la vergüenza y la repugnancia. Entre ellas se encuentran las pulsiones escópica (de ver) y olfativa. 
Todas estas pulsiones se presentan secuencialmente en formas típicas o transiciones, que ocasionalmente se fijan o se desvían en la perversión.

Transiciones

Las transiciones las podemos conceptualizar como fases intermedias, entre organizaciones pulsionales más o menos definidas, es decir como conjuntos de intersección o pseudo-organizaciones en las que fases contiguas se mezclan.

Podemos pensar que hay ciertos “hitos”, hechos o conductas notables en los que se ponen de manifiesto las transiciones entre zonas erógenas. Tomemos como ejemplos la relación con las heces, la visión de una escena primaria y la masturbación.

La relación con las heces se da como paso entre la fase oral y la anal. Se evidencia en el niño un interés oral o curiosidad en torno a sus propias heces, interés que le es negado exteriormente, acarreando la significación de lo malo = heces, la prohibición respecto a las heces. El vencimiento de la repugnancia o el interés en los olores fuertes implícito en algunas parafilias, revela adicionalmente la importancia de la pulsión olfativa en esta transición de lo oral a lo anal.  
La visión de una escena primaria es característica en la etapa fálica. Las relaciones objetales giran en torno a la escena edípica y las ansiedades de castración. La predominancia de la pulsión escópica se evidencia por las tendencias exhibicionistas y voyeuristas, el interés en la alcoba de los padres. 
Luego, en el periodo de latencia (donde hay aparente contención de los drives sexuales), no encontramos, como establece la idea más extendida, una sofocación casi completa de las pulsiones gracias a la represión, la transformación en lo contrario y la sublimación, sino que en dicha etapa las pulsiones y fantasías se organizan generalmente alrededor de la actividad de la mano, la pulsión de prensión y lo afín a ella. El niño experimenta excitación y fantasías relacionadas con la estimulación de la mano al tocar, agarrar, jugar con los dedos, etc. 
La masturbación marca el paso entre lo “latente” (manual) y lo genital. La mano estimula y a la vez es estimulada sobre el aparato sexual. La masturbación como tal no es un hito del desarrollo psicosexual, pues este comportamiento se ha observado a edades más tempranas, incluso en ecografías fetales. Lo que sí constituye un “hito” es que esta sirva de paso entre la organización de las pulsiones alrededor de la actividad de la mano (fase de “latencia”) y la organización genital.

Perversión

La perversión sigue el camino inverso del desarrollo psicosexual o evidencia un estancamiento, una fijación. Como anteriormente se dijo, lo denominado como perverso no está determinado según alguna norma social, sino lo que podríamos denominar una norma de desarrollo, esto es: “la organización progresiva de la persona y de su unificación que se llevan a cabo por la subordinación de los placeres parciales (infantiles) al placer genital plenamente elaborado (tras la aceptación de la castración una vez superado el complejo de Edipo)” (Ey, Bernard y Brisset, 1996), es decir conflictos de diferenciación.


También se puede formular que las perversiones sexuales se dan pues como encogimientos ante el complejo de Edipo (Chazaud, 1976).

  1. El desarrollo sexual va en el sentido de la integración y diferenciación del cuerpo total propio y del otro. La perversión se guía, en cambio, por el parcialismo y el fetichismo. Ocurre como una tendencia simbolista por la necesidad de negar la castración, la diferenciación de los sexos, y con ello la ansiedad sexualmente inhibitoria que esta suscita (Fenichel, 1962).
  2. El desarrollo sexual se guía en el sentido de la diferenciación sexual genital. La perversión se guía por la indiferenciación sexual. Ocurre como una desactualización simbólica. La indiferenciación entre lo masculino y lo femenino. La indiferenciación entre niño y niña (carentes de rasgos sexuales) en la paidofilia. La indiferenciación generacional en el incesto.
  3. El desarrollo sexual se guía en el sentido de la orientación total genital. En la perversión es característica la regresión y fijación a fases pregenitales. Se encuentran bloqueos que hacen referencia a transiciones entre fases o no organizativas. Por ejemplo, en la coprofilia, no se encuentra la reviviscencia de la actividad anal, relacionada con las funciones de retención y expulsión de heces, sino que es la pulsión olfativa (el olor de las heces) la que moviliza el comportamiento sexual. En el froteurismo, por su parte, el sujeto busca la excitación por el roce con una persona como sustituto inadecuado de la mano. 
Los conflictos de diferenciación son los conflictos de yo-otro e integración del cuerpo, masculino-femenino, anarquía-unificación pulsional. En las perversiones estos conflictos parecen una atadura no resuelta. Las perversiones son estados de indiferenciación sexual. 

Referencias


Castro, C., Melville, C. y Zachrisson, L. (2016). Cuerpo, vínculo y amor. Lúdica, (17), 3-10.

Chazaud. J. (1976). Perversiones. Barcelona: Herder.

Dewald, P. (1973). Psicoterapia: Un enfoque dinámico. Barcelona: Toray.

Fenichel, O. (1962). Teoría psicoanalítica de las neurosis. (3ª. ed.). Buenos Aires: Paidós.

Grupo de trabajo OPD. (2008). Diagnóstico psicodinámico operacionalizado. Barcelona: Herder.

Ey, H., Bernard, P. y Brisset, C. (1996). Manual de psiquiatría. Barcelona: Masson.

Laplanche, J. y Pontalis, J. (1994). Diccionario de psicoanálisis. España: Paidós.

Nagera, H. (1975). Desarrollo de la teoría de los instintos en la obra de Freud. Buenos Aires: Paidós.

Kaplan y Sadock: Rasgos comunes de las parafilias


Rasgos comunes de las parafilias (Kaplan y Sadock, 1991, p. 462). 
(Click en la imagen para agrandar.)


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Referencia bibliográfica

Kaplan, H. y Sadock, B. (1991). Compendio de psiquiatría. (2a. ed.). México: Salvat Editores.

J. Chazaud: Lo normal es la genitalidad heterosexual

"Cuando la perversión no se manifiesta al lado de la vida sexual normal (fin y objeto), en cuanto las condiciones son favorables a una y desfavorables a otra, y más bien la perversión descarta en cualquier caso la vida normal y llega a reemplazarla; sólo en este caso cuando se da exclusividad y fijación, está justificado, en general, considerar la perversión como un síntoma mórbido.

Lo normal es la subordinación de todas las excitaciones sexuales a la primacía de las zonas genitales, lo mismo que la de los placeres parciales al orgasmo heterosexual" (Chazaud, 1976, p. 22).


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Referencia bibliográfica

Chazaud, J. (1976). Las perversiones sexuales. Barcelona: Herder. 

E. Zuleta: "En la genealogía de las perversiones siempre hay un daño muy grande en la ley"


"En la genealogía de las perversiones siempre hay un daño muy grande en la ley, en la autoridad familiar, que es la primera vivencia de la ley. Suele ser que se disputan la ley los dos padres, desautorizándose uno a otro; esto se encuentra frecuentemente en los antecedentes de la perversión. Un caso muy frecuente también es el de la ley pervertida ella misma. (...)

La ley pervertida ella misma es la ley no transmitida sino impuesta, es decir, la ley en la cual el padre omnipotente o la madre omnipotente, imponen una ley que ellos mismos no siguen. La ley pervertida la suele tener el Estado, que impone un código moral y civil que los mismos que ejecutan no siguen. Pero lo que nos interesa aquí es que eso se da en la familia. La "CARTA AL PADRE", de Kafka, es una denuncia permanente de eso: "nadie podía hablar en la mesa pero tú hablabas todo el tiempo, no se podía regar nada en la mesa y los grandes regueros estaban alrededor tuyo, cuando uno come no puede hacer ninguna otra cosa, mientras tanto tú sacabas punta a los lápices, etc.". Esos son detalles muy importantes porque lo que capta Kafka es la posición de una ley pervertida, que se encuentra luego en "EL CASTILLO" por todas partes y en toda su obra, el legislador que transgrede lo que él mismo impone como ley. Es decir, que no se trata del padre mortal.

Hay dos figuras: el "padre moral" y el "padre omnipotente". Rosolato no las llama así, sino "Padre idealizado' y 'padre muerto''. Un "padre omnipotente" es el que produce leyes a las cuales él mismo no se considera sometido. El "padre mortal" es el padre sometido a la ley que él mismo propone y, por lo tanto, más que imponer, transmite" (Zuleta, 1985, p. 323).

(...)

"Las perversiones están llenas de rituales; no son simplemente gustos, son verdaderos montajes escenificados. No se puede describir el masoquismo como un simple gusto de ser golpeado, o por el dolor, o por una combinación del dolor con el placer. Es toda una escenificación de la humillación; se necesita la mujer con botas, con tacones, con arreos de correas, la venus de pieles del maestro Sacher Masoch. (...)

Piera Aulagnieur en "ASPECTOS TEÓRICOS DE LAS PERVERSIONES" (publicado al lado de "Aspectos clínicos de las perversiones", de J. Clavreul), que es lo mejor que existe, creo, sobre el tema del masoquismo y el sadismo, muestra que todos esos rituales son formas de negar la diferencia de los sexos" (p. 325).

(...)

"El pervertido necesita una ley para poderla burlar, pero la necesita y la convoca una y otra vez. (...)

(...) en ese sentido las perversiones son mucho menos libertarias de lo que uno se imagina. Sin la autoridad no sobreviviría, necesita revivir una y otra vez la ley pervertida que padeció, para burlarla, y el ritual es la burla de la ley, y no se puede hacer sin la ley, la transgresión de la norma no se puede hacer sin que alguien represente la norma. (...)

La cuestión de transgredir una ley y de ser el maldito contra una ley, ella misma perversa, se convierte en la verdadera pasión. Si se generaliza es porque se crea la incapacidad de concebir otro tipo de ley que no sea perversa" (p. 325-327).

Bibliografía:

Zuleta, E. (1985). El pensamiento psicoanalítico. Medellín: Percepción.

J. Nassio: Un malentendido sobre el perverso


"(...) quisiera disipar un malentendido bastante persistente, que identifica al perverso con un neurótico que goza con un fantasma de contenido perverso. Ya que, en efecto, todos los neuróticos sueñan y fantasean ser perversos sin nunca llegar a serlo. Si el neurótico vive fantasmas perversos, el perverso, por su parte, pone en acto concretamente dichos fantasmas, pero sin poder realizarlos. Si el uno sueña, el otro pone en acto el sueño hasta el fracaso. Por lo tanto, el perverso es aquel que realiza hasta el fracaso humillante el fantasma perverso del neurótico" (Nasio, 1998, p. 163).

Bibliografía: 

Nassio, J. (1998). Cinco lecciones sobre la teoría de Jacques Lacan. España: Gedisa.