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Apuntes para un estudio psicoanalítico de las fases psicosexuales


Por Andrés G. Asturias, Psicólogo Clínico

¿Son continuas o discontinuas las fases del desarrollo psicosexual (oral, anal, etc.)? ¿Siguen principios biológicos o psíquicos? ¿Cómo son las transiciones entre fases? ¿Cuál es la etiología de sus bloqueos? Estas preguntas, en apariencia sencillas y suficientemente resueltas, motivan al presente ensayo a esbozar ilaciones y orientaciones generales de la evolución psicosexual.

Agradezco al Dr. Rodolfo Kepfer (in memoriam) y al Lic. Enrique Campang por haberme brindado sus valiosas observaciones y comentarios sobre mis escritos preliminares.

En la primera parte se exponen tres principios del desarrollo psicosexual.

En la segunda parte se describen algunas transiciones y bloqueos entre fases libidinales.

I. Principios del desarrollo psicosexual

Podemos enumerar tres principios o ideas fundamentales sobre el desarrollo psicosexual.

La primera de ellas es que el cuerpo tiene zonas que son predominantemente excitables a lo largo del tiempo, y dichas zonas no se destacan como resultado de la historia individual y la significación para el sujeto, sino por una predestinación corporal dada su importancia para la conservación de la vida.

Chazaud (1976) escribe: “Podemos ver una astucia de la naturaleza en el hecho de que las pulsiones sexuales se afiancen en las funciones de conservación (chupeteo, ingurgitación, excreción, micción, cuidados cutáneos, actividades musculares, visión, etc.) para hacerles desempeñar –a través de las complicaciones psíquicas que arrastran “marginalmente”- el papel de motor de progreso de un ser tan desprovisto de dirección instintiva como es el hombre” (p. 27).  
Nagera (1975) es aún más claro acerca de este principio orgánico: “Ciertas zonas o áreas del cuerpo están realmente predestinadas por su vecindad anatómica a órganos vitales para recibir estímulos. Estas zonas erógenas son la oral, la anal, la uretral, la clitórica y la genital. Estas zonas predestinadas de erotización están asociadas a “grandes necesidades orgánicas”, de manera que la gratificación de los impulsos biológicos vinculados produce el efecto concomitante de estimular la zona erógena” (p. 78).
Un segundo principio es que todos los órganos y funciones del cuerpo poseen capacidad erógena, en mayor o menor medida, capacidad que puede aumentar o disminuir.
A esta conclusión había llegado Freud por sus observaciones en casos de conversión histérica (Nagera, 1975). Sin embargo, en ellos lo corporal era lo que se mantenía al margen, y lo psíquico, la significación histórica para el sujeto, era lo determinante. Es decir, esta capacidad erógena, es obtenida de manera secundaria por el órgano, es efecto y no causa.

Cabe advertir, entonces, la cuestión de hasta qué punto un órgano recibe dicha capacidad por una impronta psíquica o corporal; hasta qué punto es un destino común o parte de la historia del individuo. 
El tercer principio, más psicológico, es la diferenciabilidad de la vida anímica: la psique, en su evolución, va de lo menos diferenciado, a lo más altamente diferenciado y complejo.
El devenir psicosexual también sigue una historia dialéctica que se desenvuelve como una progresiva diferenciación, una serie de integraciones y oposiciones; es un oscilante movimiento entre la separación y la unión: la criatura se desvincula de la madre corporalmente para adquirir poco a poco mayor independencia; las pulsiones pasan de una menor integración (anarquía pulsional), a una mayor integración (genitalidad); las relaciones de objeto, en general, van de la menor diferenciación a la mayor diferenciación y capacidad de síntesis: interior-exterior, niño-madre, madre desintegrada-madre total, cuerpo desintegrado-cuerpo total, …, yo-otro, hasta la experiencia del “nosotros” o de la soledad.  
Este principio ha prevalecido en las distintas corrientes de pensamiento psicoanalítico y en diferentes tiempos. 
Anna Freud trazaba con sus líneas de desarrollo un desenvolvimiento entre el yo y no yo: de la dependencia simbiótica a la independencia adulta, del egoísmo a la participación grupal, del autoerotismo a la interacción con el mundo y los otros en el juego y el trabajo (Grupo de trabajo OPD, 2008).  
De manera similar, aunque más llamado a describir el encadenamiento de los hechos, Winnicott observó el proceso psicogenético, la travesía del niño que se valdría de un objeto transicional para pasar gradualmente de la dependencia en la relación con la madre y su narcicismo primario, hasta su desenvolvimiento en el mundo exterior. 
Lacan, por su parte, introducía con la noción de estadio del espejo la observación del hito de la integración del propio cuerpo, percibido previamente como fragmentado (Laplanche y Pontalis, 1994). 
Vemos pues, que todo el movimiento entre estos polos (yo-no yo) podemos sintetizarlo como una línea que va de la mónada desorganizada a la alteridad compartida. 
Progresar del narcicismo a la alteridad es quizá el patrón existencial de la experiencia humana. Así es, por ejemplo, el itinerario de la maternidad: de una fase de investidura narcisista sobre el propio cuerpo, que es uno solo con el cuerpo del niño en la gestación, se pasa, algo abruptamente, del parto al encuentro con el otro y a una investidura objetal (Castro, Melville y Zachrisson, 2016).
Como corolario de estos principios se extiende la visión hacia un estado ideal finalmente alcanzado del desarrollo psicosexual: será pues, aquel que evolucione sin mayores complicaciones de acuerdo a ese destino común, superando el narcicismo primario y los conflictos que impidan la diferenciación entre yo – no yo. 
Siendo más específicos, según Dewald (1973), la mayor excitación se hallará a nivel de lo genital y de forma plenamente heterosexual, los drives pregenitales tendrán menor importancia, se darán como preparativos del placer final (“juegos previos”) y constituirán la base de sublimaciones. 
¿Por qué lo “normal” es presuntamente lo genital y heterosexual, con algunas variaciones paralelas e irrelevantes? Esta es una pregunta delicada, y no menos difícil, ocasionadora de pronunciados debates. Hay que recalcar que la razón no ha de partir de ningún modo de una moral conservadora, sino que el criterio parece estar en la diferenciabilidad de objeto alcanzada según el tercer principio enunciado anteriormente. El objeto de amor genital alcanza entonces su autonomía, riqueza y totalidad (Laplanche y Pontalis, 1994). No es solo una orientación o una zona lo que resalta, sino una relación de objeto más realista, actualizada, intersubjetiva y total. La heterosexualidad es pues condición necesaria, mas no suficiente, del desarrollo psicosexual normal (ideal). 
Si a este ideal apunta favorablemente la evolución psicosexual, es consecuente preguntar por la etiología de sus bloqueos y el flujo de sus transiciones. 

II. Transiciones y bloqueos del desarrollo psicosexual


A lo largo del desarrollo psicosexual, tanto en las fases propiamente definidas, como en las intermedias se encuentran pulsiones típicas asociadas.

Es así que podemos clasificar las pulsiones del desarrollo psicosexual en dos grupos:

  • Pulsiones organizativas: dirigen el interés de forma más estacionaria, y pautan cierto género de fantasías sexuales y temidas. Entre ellas están obviamente las pulsiones orales, anales, genitales, incluso las relacionadas con la actividad de la mano.
  • Pulsiones no organizativas: dirigen el interés de forma pasajera, no tienen mayor relevancia en las fantasías sexuales, pero son parte importante de fantasías temidas, asociadas con la prohibición, la culpa, la vergüenza y la repugnancia. Entre ellas se encuentran las pulsiones escópica (de ver) y olfativa. 
Todas estas pulsiones se presentan secuencialmente en formas típicas o transiciones, que ocasionalmente se fijan o se desvían en la perversión.

Transiciones

Las transiciones las podemos conceptualizar como fases intermedias, entre organizaciones pulsionales más o menos definidas, es decir como conjuntos de intersección o pseudo-organizaciones en las que fases contiguas se mezclan.

Podemos pensar que hay ciertos “hitos”, hechos o conductas notables en los que se ponen de manifiesto las transiciones entre zonas erógenas. Tomemos como ejemplos la relación con las heces, la visión de una escena primaria y la masturbación.

La relación con las heces se da como paso entre la fase oral y la anal. Se evidencia en el niño un interés oral o curiosidad en torno a sus propias heces, interés que le es negado exteriormente, acarreando la significación de lo malo = heces, la prohibición respecto a las heces. El vencimiento de la repugnancia o el interés en los olores fuertes implícito en algunas parafilias, revela adicionalmente la importancia de la pulsión olfativa en esta transición de lo oral a lo anal.  
La visión de una escena primaria es característica en la etapa fálica. Las relaciones objetales giran en torno a la escena edípica y las ansiedades de castración. La predominancia de la pulsión escópica se evidencia por las tendencias exhibicionistas y voyeuristas, el interés en la alcoba de los padres. 
Luego, en el periodo de latencia (donde hay aparente contención de los drives sexuales), no encontramos, como establece la idea más extendida, una sofocación casi completa de las pulsiones gracias a la represión, la transformación en lo contrario y la sublimación, sino que en dicha etapa las pulsiones y fantasías se organizan generalmente alrededor de la actividad de la mano, la pulsión de prensión y lo afín a ella. El niño experimenta excitación y fantasías relacionadas con la estimulación de la mano al tocar, agarrar, jugar con los dedos, etc. 
La masturbación marca el paso entre lo “latente” (manual) y lo genital. La mano estimula y a la vez es estimulada sobre el aparato sexual. La masturbación como tal no es un hito del desarrollo psicosexual, pues este comportamiento se ha observado a edades más tempranas, incluso en ecografías fetales. Lo que sí constituye un “hito” es que esta sirva de paso entre la organización de las pulsiones alrededor de la actividad de la mano (fase de “latencia”) y la organización genital.

Perversión

La perversión sigue el camino inverso del desarrollo psicosexual o evidencia un estancamiento, una fijación. Como anteriormente se dijo, lo denominado como perverso no está determinado según alguna norma social, sino lo que podríamos denominar una norma de desarrollo, esto es: “la organización progresiva de la persona y de su unificación que se llevan a cabo por la subordinación de los placeres parciales (infantiles) al placer genital plenamente elaborado (tras la aceptación de la castración una vez superado el complejo de Edipo)” (Ey, Bernard y Brisset, 1996), es decir conflictos de diferenciación.


También se puede formular que las perversiones sexuales se dan pues como encogimientos ante el complejo de Edipo (Chazaud, 1976).

  1. El desarrollo sexual va en el sentido de la integración y diferenciación del cuerpo total propio y del otro. La perversión se guía, en cambio, por el parcialismo y el fetichismo. Ocurre como una tendencia simbolista por la necesidad de negar la castración, la diferenciación de los sexos, y con ello la ansiedad sexualmente inhibitoria que esta suscita (Fenichel, 1962).
  2. El desarrollo sexual se guía en el sentido de la diferenciación sexual genital. La perversión se guía por la indiferenciación sexual. Ocurre como una desactualización simbólica. La indiferenciación entre lo masculino y lo femenino. La indiferenciación entre niño y niña (carentes de rasgos sexuales) en la paidofilia. La indiferenciación generacional en el incesto.
  3. El desarrollo sexual se guía en el sentido de la orientación total genital. En la perversión es característica la regresión y fijación a fases pregenitales. Se encuentran bloqueos que hacen referencia a transiciones entre fases o no organizativas. Por ejemplo, en la coprofilia, no se encuentra la reviviscencia de la actividad anal, relacionada con las funciones de retención y expulsión de heces, sino que es la pulsión olfativa (el olor de las heces) la que moviliza el comportamiento sexual. En el froteurismo, por su parte, el sujeto busca la excitación por el roce con una persona como sustituto inadecuado de la mano. 
Los conflictos de diferenciación son los conflictos de yo-otro e integración del cuerpo, masculino-femenino, anarquía-unificación pulsional. En las perversiones estos conflictos parecen una atadura no resuelta. Las perversiones son estados de indiferenciación sexual. 

Referencias


Castro, C., Melville, C. y Zachrisson, L. (2016). Cuerpo, vínculo y amor. Lúdica, (17), 3-10.

Chazaud. J. (1976). Perversiones. Barcelona: Herder.

Dewald, P. (1973). Psicoterapia: Un enfoque dinámico. Barcelona: Toray.

Fenichel, O. (1962). Teoría psicoanalítica de las neurosis. (3ª. ed.). Buenos Aires: Paidós.

Grupo de trabajo OPD. (2008). Diagnóstico psicodinámico operacionalizado. Barcelona: Herder.

Ey, H., Bernard, P. y Brisset, C. (1996). Manual de psiquiatría. Barcelona: Masson.

Laplanche, J. y Pontalis, J. (1994). Diccionario de psicoanálisis. España: Paidós.

Nagera, H. (1975). Desarrollo de la teoría de los instintos en la obra de Freud. Buenos Aires: Paidós.

Apuntes y síntesis de "La Represión" (1915) de Sigmund Freud


En "La Represión", Sigmund Freud, destaca en este mecanismo de defensa su carácter frustráneo, es decir, el hecho de que esta siempre falla, nunca consigue del todo su objetivo de mantener un material pulsional, mnémico o fantaseado, alejado de la consciencia. 
  • La represión es una resistencia que aspira a despojar de su eficacia al instinto (pulsión). 
  • El yo no puede huir del instinto, pues es interno, por lo que lo "enjuicia" y "condena". 
  • La represión es una noción intermedia entre la fuga y la condena. 
  • Es cierto proceso por el cual la gratificación (placer) producto de una satisfacción queda transformada en displacer en mayor medida que el placer (el motivo del displacer > el motivo de placer).
  • La esencia de la represión consiste exclusivamente en rechazar y mantener alejados de lo consciente a determinados elementos. 
  • Antes de la represión rigen los restantes destinos de los instintos (sublimación, transformación en lo contrario, etc.).
  • La represión se da en diferentes niveles o etapas:
    • Represión primitiva: negación del acceso a la conciencia a la representación psíquica del instinto, la cual no desaparece y queda sin cambio: solamente se le niega acceso a la consciencia. 
    • Represión secundaria: esta es la represión propiamente dicha. Consiste en impedir la emergencia de ideas o ramificaciones psíquicas asociadas a la representación reprimida (en la represión primaria). 
    • La represión no impide la representación en el sistema inconsciente ni impide que crezca. Lo reprimido es como un árbol que crece en la sombra. Cuando las ramificaciones se alejan del nodo reprimido (represión primaria) logran acceso a la consciencia. La represión es un proceso individual con cada ramificación. Es un proceso (barrera) móvil.  
  • La neurosis proviene de represiones fracasadas, o bien, podría llamárseles ramificaciones intrusivas (que luego son sustituidas por el síntoma). Los mecanismos de defensa toman lugar haciendo que estas ramificaciones secundarias se satisfagan de forma distorsionada. Este es el proceso caracaterístico de las psiconeurosis. 
    • En la histeria de angustia (neurosis fóbica), la angustia equivale a una "fuga" interna, ante un objeto que -por desplazamiento- sirve para  representar lo reprimido. El mecanismo en ester caso es el desplazamiento. 
    • En la histeria de conversión la sustitución se da por inervación sensorial o motora y tiene efecto en una parte de la representación misma del instinto, la cual ha atraído y condensado todo esa carga. El mecanismo en este caso es la conversión histérica.  
    • La neurosis obsesiva se da que una ambivalencia que incluye un impulso sádico se sustituya o se modifique por un yo escrupuloso; el afecto de ira se transforma en autoreproches; la representación reprimida se transforma en elementos "nimios e indiferentes", de ahí la obsesión quisquillosa con pequeños detalles absurdos de la vida cotidiana. El mecanismo en este caso es la formación reactiva. 

Referencias

Freud, Sigmund. (2006). El malestar en la cultura y otros ensayos. México: Alianza Editorial. 

Síntesis de "Duelo y Melancolía" (1915) de Sigmund Freud


En "Duelo y Melancolía" (1915), Freud expone la diferencia fundamental entre el duelo normal y patológico, es decir la melancolía: la disminución de la propia estima (el yo se agrede, se critica, se humilla con amargos reproches). Esta asunción se deriva de las siguientes observaciones y consideraciones:
  • En el duelo el examen de realidad ha mostrado la pérdida del objeto, por lo cual surge una dolorosa resistencia a abandonar al objeto que es fuente de satisfacción. En la melancolía, en cambio, no es claro lo que el sujeto pierde, o lo que pierde en el objeto, por lo cual la melancolía se relacionará con una pérdida de un objeto psíquico. 
  • En el duelo el mundo aparece como desierto. En la melancolía el yo se ha empobrecido, atribuyéndose exageradamente ciertos defectos y rebajándose. Parece que el melancólico ha perdido el amor propio y por ende algo en el propio yo. 
  • Cuando el sujeto se agrede con reproches y autocrítica, estas agresiones parecen inadecuadas, sin embargo con pequeñas modificaciones pueden adaptarse a otra persona que fue amada. Se puede decir que "sus lamentos son acusaciones". 
  • Es por ello que la clave del cuadro clínico es distinguir los autorreproches como reproches hacia otra persona u objeto amado. Esto se da como una intensificación de una ambivalencia preexistente. Una parte del yo se torna sádica y se descarga con otra parte que se identifica con el objeto amado. Este sadismo aclara el suicidio. 
  • Las tachas que el yo se hace a sí mismo son más de carácter moral, es decir son acusaciones que ocasionan un sentimiento de culpabilidad. El yo se torna sádico consigo mismo. Una parte retrocede hasta la identificación y otra hasta la fase sádica. 

La melancolía se transforma en manía en algunos casos:
  • Se tiene la impresión de que el contenido es idéntico en la manía y en la melancolía. 
  • Ambas lucharían con el mismo complejo que sojuzga al yo en la melancolía y queda sometido en la manía. 
  • El maníaco nos evidencia su emancipación del objeto que le hizo sufrir. 

Referencias

Freud, S. (2006). El malestar en la cultura y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial.

El descubrimiento de Freud

El descubrimiento de Freud, no fue solo que lo inconsciente es algo real, sino el hecho de que éste también determina y se impone a nuestras elecciones "voluntarias", por lo que podría decirse que marca nuestro destino.

M. Foucault: Freud descubrió el inconsciente como se descubre un texto



"No hay que olvidar que Freud descubrió el inconsciente como se descubre una cosa, o si se me permite, como se descubre un texto. Sabemos bien -y las interpretaciones que el doctor Lacan hace de Freud son incuestionables- sabemos que el inconsciente freudiano posee una estructura de lenguaje. Pero eso no quiere decir que el inconsciente sea un lenguaje vacío o virtual. El inconsciente es una palabra, no es un idioma. No es el sistema que permite hablar, es lo que efectivamente fue escrito, palabras que fueron depositadas en la existencia del hombre, o en la psiquis del hombre, que se descubre literalmente cuando se practica esta operación misteriosa que es el psicoanálisis. Descubrimos un texto escrito, es decir que descubrimos, en primer término, que hay signos depositados. En segundo término, que estos signos quieren decir algo, que no son signos absurdos y, tercero, descubrimos qué quieren decir."

Michel Foucault, entrevista con Alain Badiou.

S. Freud: La seguridad en el ser amado

"Cuán audaz se vuelve uno cuando está seguro de ser amado."

Sigmund Freud.

G. Rivelis: Sobre la noción de narcisismo de las pequeñas diferencias

"En El malestar en la cultura, Freud introduce la noción de narcisismo de las pequeñas diferencias para designar, por ejemplo, la tendencia agresiva que un pueblo tiene con otro vecino. La noción de narcisismo de las pequeñas diferencias se refiere a que las personas frecuentemente nos enfrentamos por contrastes que nos hacen olvidar la semejanza fundamental que tenemos en tanto seres humanos. Estas diferencias pueden ser de religión, étnicas, de color de piel, de clase social, de nivel educativo o económico, de nacionalidad, de lugar en el que se vive (provincia, ciudad, barrio), anatómicas (incluida la diferencia de sexos), de preferencias (por ejemplo, equipo de fútbol). Este narcisismo de las pequeñas diferencias conduce habitualmente a actitudes violentas, a peleas, a guerras, a discriminación. 

Es necesario entender que lo que conduce a la violencia no es la diferencia sino el narcisismo ligado a las pequeñas diferencias."


Referencia bibliográfica

Guillermo Rivelis. Freud. Una aproximación a la formación profesional y la práctica docentes.

P. Kaufmann: El pago (en las sesiones psicoanalíticas)

"El pago de las sesiones de psicoanálisis plantea problemas teóricos, deontológicos y técnicos estrechamente solidarios, en la medida en que comprometen la posición del analista ante el paciente, la naturaleza de las motivaciones que introducen y mantienen al paciente en la cura, la función integrativa de esta última, y la objetividad de los criterios implicados en su concepción, Desde el punto de vista de la objetividad de los criterios, la cuestión consistirá en saber si la fórmula de Lacan según la cual «el psicoanalista no se autoriza de nadie más que de sí mismo» abarca la suma de los honorarios que fija en sus pacientes, o si en este sentido existen reglas de conveniencia social o moral. Los criterios de apreciación del principio serán con toda seguridad muy diferentes según que la cura psicoanalítica siga más o menos próxima a la cura catártica, en la cual la influencia personal del terapeuta, y en consecuencia el ejercicio de su poder de seducción, eran admitidos como factores esenciales del tratamiento, cuyos honorarios podrían eventualmente verse afectados por la sugestionabilidad del paciente. No obstante, esta situación no suscita ninguna cuestión propia de la psicología. Por el contrario, la discusión de la significación del pago es llevada a su campo; se impondrá de entrada la alternativa de las motivaciones subyacentes: que se considere que el pago remunera la satisfacción de una necesidad, y desde esta perspectiva no será menos susceptible de la evaluación del paciente que aceptable para la conciencia más puntillosa del analista. En una perspectiva tal, estamos en efecto ante una relación de intercambio, a la que sólo se le pide que obedezca a una regla de reciprocidad. En síntesis, y precisamente en términos psicoanalíticos, mientras que la interpretación de la cura como asistencia prestada a una necesidad nos ofrece una representación «oral», la asignación de una suma «equitativa», en función de una regla social, presta al análisis el valor obsesivo de un contrato. En definitiva, será entonces en la singularidad de cada experiencia donde podremos precisar la significación del pago, su magnitud, así como la periodicidad y las condiciones en que se realizará. Desde el punto de vista teórico, en efecto, según lo ha hecho comprender Lacan, en la línea ya indicada por Freud, si el psicoanálisis se desarrolló más allá de la cura catártica, ha dejado de definirse sobre la base supuesta de la satisfacción de la necesidad, y la acción del psicoanalista aparece como correlato de su deseo, en respuesta al deseo del paciente."

Bibliografía:

P. Kauffmann. Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis. El aporte Freudiano. 

Entrevista con Sigmund Freud

Esta entrevista fue concedida al periodista George Sylvester Viereck en 1926 en la casa de Sigmund Freud en los Alpes suizos. Se creía perdida pero en realidad se encontró que había sido publicada en el volumen de "Psychoanalysis and the Fut", en New York en 1957. Fue traducida del ingles al portugués por Paulo César Souza y al castellano por Miguel Ángel Arce. 


(Padre e hijo. En 1901, Freud, padre bondadoso y muy ocupado, se fue de pesca con Ernst, el menor de sus tres hijos, a los Alpes Bávaros. Andarín incansable, sentía una gran pasión por buscar hongos y flores silvestres, de los cuales sabía mucho. Pero a menudo se perdía en los bosques.) 



S. Freud: Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad. -Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma. El escenario de nuestra conversación fue su casa de verano en Semmering, una montaña de los Alpes austriacos. Yo había visto el padre del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austriaca Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez de sabio. Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable como siempre, pero un ligero impedimento en su habla me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él. 


S. Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos. Freud se rehúsa a admitir que el destino le reserva algo especial). 

¿Por qué (dice calmamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me rebelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas -en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer? 

George Sylvester Viereck: El señor tiene una fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad. 

S. Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mi o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia. 

George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar? 

S. Freud: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna. (Estábamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía) 

S. Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer después de estar muerto. 

George Sylvester Viereck: ¿Entonces, el señor es, al final, un profundo pesimista? 

S. Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida. 

George Sylvester Viereck: ¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?   

S. Freud: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería el hombre constituir una excepción? 

George Sylvester Viereck: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad? 

S. Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No habría vínculo entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo. 

George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. El encuentra que el hombre puede prolongar la vida si así lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. El cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.  

S. Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, conciente o inconcientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: "Más allá del principio del placer" En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la "fiebre llamada vivir". El deseo puede ser encubierto por disgresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción. 

George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann. 

S. Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte pero, en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado. 

(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de Freud). 

George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud? 

S. Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla. 


George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos? 

S. Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos. 

George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho psicoanálisis? 

S. Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted puede ver.... (En ese momento apareció Miss Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años de facciones inconfundiblemente anglosajonas). 

George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo? 

S. Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él. 

George Sylvester Viereck: Mi impresión es de que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. "Tout comprendre c'est tou pardonner". 

S. Freud: Por el contrario (acusó Freud sus facciones asumiendo la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento. (Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, porque él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza). 

S. Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización es alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto anti-semita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío. (Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. En tanto no precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!) 

George Sylvester Viereck: Me pone contento, Herr Profesor, de que también el señor tenga sus complejos, ¡de que también el señor Freud demuestre que es un mortal! 

S. Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza. 

George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos! 

S. Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida la "caza de los leones". Usted procuró siempre a las personas destacadas de su generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, Georg Bernard Shaw.... 

George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo. 

S. Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre. (Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mi, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él) 

George Sylvester Viereck: Me gustaría, observé después de un momento, poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o intentaría anticipar sus intenciones. 

S. Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo. 

(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión) .

George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto, al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal. 

S. Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana. 


George Sylvester Viereck: ¿Por qué? 

S. Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más desagradables que las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro (añadió Freud pensativamente), nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconscientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor. 

George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un doberman Pinscher llamado Ájax. 

S. Freud: (sonriendo) Me contenta saber que no pueda leer. ¡El sería ciertamente, el miembro menos querido de la casa, si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo! 

George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis, no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado. 

S. Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente. 

George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue mas compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio. 

S. Freud: El psicoanálisis por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad. 

George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca. 

S. Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia. 

George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos -la teoría del "desplazamiento", de la "sexualidad infantil", de los "simbolismos de los sueños", etc- parecen permanentes. 

S. Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes. 

George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo? 

S. Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: "Más todo faltaría si faltase el sexo" (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está "más allá" del placer -la muerte, la negociación de la vida. Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor -como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a: 

Whatever gods there be, 
That no life lives forever 
And even the weariest river 
Wind somewhere safe to sea. 

("Cualesquiera dioses que existan 
Que la vida ninguna viva para siempre 
Que los muertos jamás se levanten 
Y también el río más cansado 
Desagüe tranquilo en el mar.") 

George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés. 

S. Freud: (Sonriendo) Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. El hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de todas las cosas humanas, que emanan de sus piezas el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad. 

George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dio nuevas intensidades a la literatura. 

S. Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. El Zaratustra dice: "El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profundamente eternidad". El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es inmensa por lo tanto. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es ni siquiera un poeta, es también un científico. 

George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvrey O'Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O'Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. "The Silver Cord" por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo. 

S. Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente. La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis. Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente médica es con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro. 


-¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio! El no puede obligarse a sí mismo a agradar a Estados Unidos donde están la mayoría de sus seguidores. A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. El oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. Raro es el visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad! 

Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. El me pareció cansado y triste al darme el adiós. 

"No me haga parecer un pesimista -dice Freud después de un apretón de manos-. Yo no tengo desprecio por el mundo. Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso. ¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores! No soy infelíz, al menos no más infelíz que otros". 

El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me conducía rápidamente para la estación. Apenas logro ver ligeramente curvado y la cabeza grisácea de Sigmund Freud que desaparecen en la distancia... 

(George Sylvester Viereck, periodista del "Journal of Psichology". Año 1926. Entrevista publicada en Nueva York en 1957.)

Relaciones objetales en personas tatuadas


El presente estudio consistió en describir las relaciones objetales en personas tatuadas, 3 hombres y 3 mujeres, residentes en Antigua Guatemala. Para dicho objetivo se utilizó como instrumento el Test de Relaciones Objetales de Phillipson, empleado para suscitar historias de parte de los sujetos y de esa manera conocer muestras proyectivas de sus actitudes hacia las relaciones de objeto. 


La investigación fue de tipo cualitativo; se realizó un análisis proyectivo en base a las categorías del marco referencial de Phillipson (2011) en el modelo de Bernstein, en el cual se consideran aspectos de: contenido humano, contenido de realidad, contexto de realidad, relaciones objetales deseadas, relaciones objetales temidas y relaciones objetales defensivas. 


Los sujetos estudiados mostraron generalmente una elevada capacidad yoica para utilizar la realidad y probar expectativas. También evidenciaron diversos esquemas internos de relaciones objetales: situaciones sociales percibidas con relaciones principalmente paterno-filiales y roles parentales, relaciones conyugales o de pareja, relaciones indeterminadas, relaciones de amistad, laborales, familiares o situaciones sociales sin relación entre personajes; percepciones de personas como contemplativas y expectantes, desarrollando distintas actividades, especialmente de comunicación verbal, meditación y entretenimiento. Dieron muestras de diversas necesidades y ansiedades flotantes, y, en menor medida, ansiedades y necesidades más específicas en relación a objetos. Presentaron, principalmente, deseos de entretenimiento, de relaciones eróticas, orales, de apoyo, deseos ausentes, de autoridad, de interactuar, de contemplación y de retraerse; mostraron temores indiferenciados, y posiblemente ausentes, temores a la pérdida de estima, la pérdida de objeto y al abandono, y permitieron esclarecer la aplicación de mecanismos de defensa de alto nivel adaptativo y defensas pertenecientes al nivel de inhibición mental o al nivel de acción. 

Se recomendó investigar y describir las relaciones objetales de visualización en personas tatuadas, es decir, las fantasías respecto al hecho de contemplar o el ser contemplado, en general y específicamente vinculadas al uso del tatuaje.

Relaciones objetales en personas tatuadas

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Un raro amor: el amor de transferencia


En la intimidad del consultorio del psicoanalista, este aislamiento de dos, los secretos confesados por uno, la escucha atenta del otro, la creencia en el alivio, la invitación, en ocasiones, a recostarse en un diván… es, más que teatral, una situación que por sí misma revela el engaño del amor.

El descubrimiento de un sentimiento amoroso del paciente hacia el analista, que nacía casi al inicio de los tratamientos, fue una sorpresa para Freud. Este amor sucede sin que se haga mucho en ese sentido, pues (adiós ilusiones), poco importa la gracia o atractivo de la persona del analista, este es un amor incondicional, “que prescinde de todo”.

Cuando alguien acude a consulta porque quiere que se le desembarace de su malestar y recibe la relajante conminación: “Diga Ud. todo lo que le viene a la mente sin ejercer ninguna crítica sobre lo que dice”, se dan, con mayor o menor intensidad, ciertas consecuencias lógicas.

Primera suposición de saber: El analista sabe acerca de lo que me pasa; Segunda suposición de saber: Eso de lo que me quejo, mi síntoma, quiere decir algo, encierra un saber a descifrarse. Esta condición (supuesta al analista) de “intérprete” del sentido inconsciente del malestar, está en los cimientos del surgimiento de un amor, de un enamoramiento, que fue llamado en la clínica “amor de transferencia”. En un giro del más puro estilo freudiano, se traduce en que el paciente transfiere a la persona del analista aquellos sentimientos que dirigía hacia sus padres y demás personas de su infancia.

Pero el amor, a la vez que lanza el trabajo en análisis, es también obstáculo… demasiadas ganas de agradar, demasiadas ganas de decir todo de la buena manera para ser amado, a su vez, por quien es objeto de amor…Sólo la infatuación de un mal analista pudiera torcer el buen destino de este amor, y equivocarse al condescender a amar, en fatal reciprocidad, a su paciente…

Un raro amor...

Lacan fue Pablo y los lacanianos la Iglesia



Lacan realizó algo así como una exégesis, o una adecuación exegética del psicoanálisis, haciéndolo adaptable fuera de su cultura originaria, la burguesía vienesa, paciente de los primeros años del psicoanálisis. De forma estructural, logró hacer teóricamente fidedignas las nociones e hipótesis sustanciales del psicoanálisis, reavivando su adecuación hasta entonces caduca, improductiva y sumamente tediosa en los discípulos freudianos, quienes pretendiendo innovar, redundaban sin cansarse sobre los mismos temas de hacía décadas. 


Pero Lacan no se envaneció con la idea de proponer, de innovar con alguna hipótesis psicoanalítica, a diferencia de los discípulos freudianos. "Esto no es nada nuevo, es para que entiendan", decía en sus seminarios, por ejemplo, con los conceptos de lo real, lo simbólico, lo imaginario. Lacan más bien vio la necesidad de retomar la teoría freudiana y hacer una práctica adecuada, no flexible, sino sustancialmente estructurada en algunas nociones, actitudes y supuestos del psicoanálisis, dando especial importancia a las significaciones, debido a su interés personal por la lingüística y el estructuralismo y porque Freud así parecía concederlo. Estudió con bases lingüísticas el psicoanálisis, pero eso tampoco fue algo nuevo, retornó al mito de "la cura por la palabra" una práctica, una doctrina incluso, que se había convertido en "la cura por Edipo". "El psicoanálisis no es el rito de Edipo", decía.

Haciendo una analogía, Freud fue como Cristo, pues así como Cristo vivió los Evangelios, la Buena Nueva, Freud practicó, incluso vivió el psicoanálisis, como una actitud. Bruno Bettelheim decía que el psicoanálisis no es una herramienta, sino una actitud, una actitud de no conformarse con lo obvio, una actitud de entender al otro desde su punto de vista. Eso básicamente es lo que ha hecho todo buen psicoanalista. Lacan fue quien se encargó de llevar esa práctica, esa doctrina freudiana, "la cura por la palabra" a culturas distintas, como Pablo a los gentiles llevó la Buena Nueva. Y ese fue, sintéticamente el aporte de Lacan, no algo nuevo, sino un retomar, incluso escudriñar y analizar lo esencial de una teoría, tomando lo accidental de la cultura vienesa sólo como evidencia, contaminada y enterrada por prejuicios sobre prejuicios. 

Los lacanianos, por su parte, malinterpretaron la actitud de Lacan, retrocedieron en esa determinación de volver a la teoría freudiana y terminaron dogmatizando sus estudios, sus cuestionamientos, incluso bajo el formalismo de la institución, como lo hicieron los discípulos freudianos, y como lo hizo la Iglesia de los primeros siglos con las exégesis de Pablo. Por ejemplo, el tema de la angustia, fue un tema que Freud reconocía que le daba problemas, y Lacan retrocedió para examinarlo, para concluir lo que Freud dejó a medias, pero no para llegar a fórmulas. Igual sucedió con el problema de la psicosis. ¿Pero qué hicieron los lacanianos? Reducir nuevamente todo a los viejos temas de los "epígonos" freudianos. Las palabras lacaniano o freudiano, están señalando una actitud equivocada, así como frecuentemente es equivocado hablar de "cristianos", más apegados a costumbres que poco tienen que ver con la persona de Cristo.

Los lacanianos, por ejemplo, copiaron algunas cosas como la interrupción arbitraria de las sesiones, se obstinaron en otras, como en el poner en evidencia el complejo de Edipo, cosas que si bien Lacan las hizo, fue esporádica y circunstancialmente, y si las trabajó, lo hizo de forma accesoria, como un trámite, a veces algo engorroso, que tenía que realizar lo más pronto posible, no porque considerara que hubiera un problema urgente, sino porque quería salir de ello y llegar a lo esencial.

Basta con ojear alguno de sus seminarios y contrastar con los ensayos o estudios de los llamados lacanianos. Se observarán diferencias sustanciales en sus problemas, en sus conclusiones o fines. Si Lacan reivindicó algo muy claramente ante todos sus alumnos fue lo siguiente: “ustedes son lacanianos, yo soy freudiano”.

El análisis del analista




Del texto de Freud, Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (1912), hay que destacar un requisito que, al parecer, es uno de los más fundamentales del analista: haber pasado previamente por su propio análisis. Para esto Freud presenta dos alternativas: el análisis de los propios sueños o hacerse analizar por una persona perita en la técnica del psicoanálisis.

Sin embargo, dichas alternativas no se realizan fácilmente. La tarea de analizar los propios sueños demanda suma diligencia, y la opción de someterse a tratamiento psicoanalítico, es una experiencia frecuentemente evadida por los aprendices de psicoterapia.

Una de las causas comunes para la evasión mencionada, es la pundonorosa convicción de que el analista debe contar con una personalidad excepcionalmente saludable y que al someterse a tratamiento da prueba de lo contrario. Es decir, subyace muchas veces, bajo la resistencia de los psicólogos, la aseveración común de que un “un ciego no puede guiar a otro ciego”. No obstante lo que ocurre en el análisis está muy alejado de dicho refrán, pues la ceguera del analista, no consiste tanto en tener complejos como en su incapacidad para “verlos”, es decir, para reconocerlos como propios sin confundirlos con los del paciente.

Otra de las dificultades para el análisis formal de los psicoterapeutas es la acusación popular acerca de que los psicólogos estudian para "comprenderse a sí mismos” o para "solucionar sus propios conflictos”, acusación que se sienten forzados a desmentir en virtud de proclamar la generosidad del psicólogo y refutar su debilidad egoísta. Sin embargo, dicha acusación puede hacerse al estudiante de cualquier disciplina, siempre y cuando se cumpla que la misma pueda aplicarse al propio conocimiento o beneficio. Así, podría decirse que un médico estudió para prevenir su propio dolor, que un abogado estudió leyes para protegerse de la injusticia, o que una maquillista se interesó en ese arte por el deseo de verse más bella.

Pero con la disciplina psicológica ocurre algo distinto. La tarea del conocimiento propio no es sólo una tarea egoísta, sino que es el primer requisito e instrumento para acceder al conocimiento de los demás. A veces se olvida que la psicología, se funda sobre el aforismo griego “conócete a ti mismo”, máxima inscrita en el templo del oráculo de Delfos (del cual, como sabemos, deriva el signo psi). Dicha frase, a diferencia del prejuicio popular, se impone con poco peso sobre los psicólogos, cuando, en realidad, debería ser su principal cimiento.

Así como para la cultura grecorromana fue indispensable un “conocimiento de sí mismo”, por una “preocupación por sí mismo”, para “cuidar de sí mismo”, así pues si el psicólogo quiere pretender poseer una salud mental tan preciada, un excelente cuidado de sí mismo, debe también ser maestro de su auto-conocimiento.

Otra cuestión que inhibe a los psicoterapeutas de iniciar su propio proceso es, posiblemente, la incredulidad en un repertorio consabido de técnicas. Respecto a este tema mencionamos dos posibilidades. Primero, que el empleo de métodos conocidos por ambas partes pueda influir en las resistencias de la terapia: como también el paciente tiene conocimiento de las técnicas y teorías de su analista, estará atento de forma excesiva a lo que éste intenta aplicar a su persona, a las intenciones persuasivas, o a las especulaciones de su terapeuta. La terapia donde muchos procedimientos tácitos resultan demasiado obvios, o donde ambos son psicólogos, puede incrementar la atención del paciente sobre la conducta del terapeuta, en detrimento de su capacidad de insight y su espontaneidad. Y en segundo lugar, hay que mencionar la posibilidad de que se genere escepticismo, similar al de alguien que ya conoce o cree conocer cuál es el secreto de un truco de magia: la persona estará segura de que no hay nada escondido ni nada por descubrir. Sin embargo, el que ambos sean “magos” en terapia, también puede resultar en que el clima sea mucho más diáfano, las transferencias sean más sencillamente interpretables y las resistencias sean menores. Ambos dialogarían de forma más sincera y rigurosa sobre cualquier sentimiento extraño o duda que surja. Pero para que esto se logre, el analizante deberá proponerse la propia observación y dejar el análisis de su analista en una última prioridad, esto quiere decir, en términos prácticos, que deberá evitar las intelectualizaciones.

Con dicha finalidad de prevenir intelectualizaciones en terapia, Freud propone que el analizante se abstenga de leer teoría psicoanalítica por el tiempo que dure el tratamiento. Sin embargo, un aprendiz de psicólogo no puede renunciar fácilmente a sus lecturas. Deberá buscar a un analista que considere intelectualmente superior a sí mismo. Sólo de esa forma evitará perder tiempo en medir habilidades, ya que supondrá, en buena medida, que su analista está haciendo lo correcto.

Otra razón para que el alumno busque a un analista que considere intelectualmente superior, es la primera suposición que se tiene como paciente: “el analista sabe de lo que me pasa”. Al igual que la suposición de un enfermo que llega donde el médico, es necesario que el paciente tenga la suficiente confianza en la pericia y conocimiento de su doctor, pues sólo así estará dispuesto a seguir sus indicaciones terapéuticas.

Pasando ahora al tema del autoanálisis, es necesario comenzar por tratar brevemente la tarea del análisis de los propios sueños…

Cuando una persona se asigna la ocupación de conocer sus propios sueños y analizarlos, es muy fácil que caiga en el autoengaño y la censura. Puede ocurrir que los sueños se le oculten más frecuentemente, que no los recuerde, o que se proponga “apuntarlos más tarde” para luego olvidar de qué trataban o cómo estaban encadenados los sucesos.

Por ello es importante prevenir al iniciado acerca de dichos obstáculos, ya que así se verá en la necesidad de adoptar las medidas adecuadas para sortearlos. Una de esas medidas podría ser, como bien se ha dicho, apuntar los sueños inmediatamente después de levantarse, tratando de recolectar todos los símbolos que hayan despertado mayor interés y aún todos los que sean posibles.

Luego de haberse realizado esa recapitulación, también se hace necesario que se registren otras dos vicisitudes que pueden influir en gran medida el contenido y la vivencia de los sueños. En primer lugar, deberán tomarse en cuenta todas las sensaciones internas y procesos corporales anómalos que puedan alterar la disposición del soñante, esto es todas las ocurrencias físicas internas, tales como no haber dormido bien la noche anterior, encontrarse afiebrado, o haber comido excesivamente. La siguiente situación a anotar deberá versar sobre lo que ocurre en el exterior inmediato de quien reposa, teniendo por ejemplos el estado especial del clima, los ruidos u olores que de alguna forma puedan perturbar el reposo.

Registrando dichos eventos se puede hacer una diferenciación de lo que ocurre por influencias externas o fisiológicas, y lo que surge por influjo del inconsciente. Hay que recordar que el sueño es un “guardián del reposo” que tiene la tarea de reducir las perturbaciones tanto externas como internas.

Luego de esto se propone una tarea de función similar: reconocer la calidad del reposo en general. Esto se hará ya que de haberse dado un reposo muy pobre, es muy probable que los sucesos oníricos no hayan sido suficientemente protectores para las perturbaciones externas e internas, o bien que el material soñado haya sido de una naturaleza muy inquietante. De lo contrario, un reposo muy satisfactorio podría dar indicio de un material soñado igualmente satisfactorio y complaciente. Esta recomendación sirve, particularmente, para captar la vivencia del sueño, la experiencia.

Finalmente, para iniciar la operación analítica del sueño, deberán relacionarse por asociación libre los símbolos y sucesos redactados. Generalmente las motivaciones que hacen surgir esos símbolos y sucesos son motivaciones de censura, relacionadas con angustia, inquietud, o motivaciones de naturaleza satisfactoria, relacionadas con el cumplimiento de deseos, por lo que las interpretaciones buscadas tendrán tendencia hacia ambas orientaciones, las cuales habrá que separar individualmente pero también intentar reencontrarlas en un sentido en conjunto.

Una última opción para el autoanálisis es el análisis de la propia producción artística. La realización de obras y su posterior interpretación constituyen actividades que se encuentran quizá en un nivel menos “profundo” que el análisis de los sueños, pero que pueden dar valor al principiante para iniciar su autoconocimiento.

Para finalizar, concluimos reiterando la opinión de que el análisis propio es una tarea indispensable del analista, pero que indudablemente requiere de mucha paciencia, constancia y valentía, así sea que se trate de un autoanálisis o de un psicoanálisis ordinario.

De las ventajas y desventajas de cada alternativa, podemos indicar que el autoanálisis representa un menor compromiso del pundonor del psicólogo, pero, a la vez, requiere de perseverancia y rigor para evitar autoengaños. Por ello consideramos, finalmente, que el autoanálisis es el más adecuado para iniciar la autoexploración, para “tomar valor”, pero, el acompañarse de un psicoanalista, logra profundizar y reducir los probables "sesgos subjetivos".


Referencias
Freud, S. (1912). Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico. Archivo en PDF.