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El "Síndrome de París"


Escrito por: Lic. Enrique Campang Chang.
9 de Mayo de 2000.

PARÍS capital de Francia, evoca el romance, el placer, la cultura, el drama de la vida. Para muchos el recuerdo, para otros una ilusión. París un lugar para vivir, de olvidar o ignorar. Es la Ciudad Luz donde poetas, artistas, escritores y pensadores dejaron lo mejor de sus vidas.

DE LA REALIDAD AL RECUERDO

A cierta edad, la vida se va llenando de recuerdos, impresiones, sombras, sensaciones. Caricias, besos, perfumes, vinos, sonidos, voces, abrazos, momentos o cuanta situación agradable se haya vivido en el pasado; cuando ese pasado, el recuerdo, era una realidad. Nos olvidamos de cuánto duró el beso, el gusto de un buen vino, o el agradable olor de la persona amada. Esta realidad que quisiéramos que fuese eterna, más cuando nos damos cuenta de que el momento ya pasó, esa realidad ya se ha convertido en un recuerdo.

Toda persona madura, que ha superado los principales momentos felices o amargos de la vida, tiene un archivo de realidades que hoy son recuerdos. Se sufre porque el recuerdo no logra evocar con fidelidad esas sensaciones que ese momento poseía. En el amor, el recuerdo de la persona amada, es irrepetible en la dimensión e intensidad que se tuvo. Por más que se intente reconstruir el éxtasis de esa realidad, el recuerdo no logra recuperar la imagen total con todos sus matices, y por ello se sufre.

El "Síndrome de París" es el desasosiego que se siente cuando los recuerdos de un pasado feliz, son motivo de tormento. Rubén Darío evoca esta situación en su poema de "Juventud, divino tesoro, te vas para no volver". Sufren el Síndrome de París todas las personas que ven con nostalgia crónica los momentos felices de la juventud, de la vitalidad, de la lucidez o el amor. Se combina con la impotencia de revivirlos, de viajar al pasado y hacer ese momento feliz, eterno.

Para unas personas el momento feliz fue breve, y que quizá ya no se volvió a repetir; la desdicha lo acompaña hasta la muerte, sin poder humano que cambie el destino. Unos lamentan no haber disfrutado más de ese momento hasta cuando ya era demasiado tarde y es parte de un recuerdo que se desvanece. Los ritos, los aniversarios, monumentos, palacios, fotografías, poemas o fijaciones emocionales, son intentos de resucitar el pasado. La vida se hace un ritual, intentando conservar lo más fiel posible el recuerdo. Unas películas como "Dile al tiempo que vuelva" o "Titanic", dramatizan esos sentimientos. 

Unos visten, hablan, sueñan con la época feliz. Otros luchan contra la edad, tratando de ocultar el paso del tiempo; la vista ya no ve al presente ni al futuro, se ha fijado en el pasado. Es un viaje personal, que solo quien lo vive lo comprende. Es difícil de explicar lo que siente una persona cuando recuerda los momentos felices. Es la vida del anciano, de quienes se han separado de la persona amada, de quienes a veces son rodeados de gente que no tiene idea del porqué de su tristeza, porque no fueron testigos de su felicidad; para quienes tratar de explicar la añoranza, es siempre una tarea imposible, o parte de un drama difícil de confesar.

El Síndrome de París puede detener la vida, puede aparentar una locura, separar a la persona de su realidad, de su mundo presente. Mas no se puede hacer un juicio categórico sobre sus sentimientos. Sería temerario criticar al doliente en su pesar, es su recuerdo, es su vida, que solamente él sintió y nadie más. Se tendría que ser alma gemela, para comprender al que sufre del Síndrome de París, los demás solo podrían imaginarlo vagamente. Unos imprudentes intentan separar a la persona de sus recuerdos, arriesgando una descompensación; o llegan a profanar los recuerdos sagrados, que aún lo mantienen vivo. Unos amigos o terapeutas no respetan la solemnidad del momento de quien recuerda.

Es una ironía del Síndrome de París, que el mismo recuerdo que mata es el recuerdo que lo mantiene con vida. Es un embrollo difícil de resolver. El pasado mantiene vivo a quien sufre; pero el presente sin recuerdo lo puede matar. Es una defensa ante un presente sin gloria ni felicidad.

El cuadro se agrava si del presente se percibe como carente de posibilidades de felicidad. Cuando se pierde la esperanza de generar nuevas situaciones felices en el futuro. Entonces, los familiares o amigos, tienen que elegir entre respetar su locura que lo mantiene vivo, o traerlo a la dura realidad que lo puede matar. Si bien la esperanza es lo último que se pierde, esta también tiene sus limitaciones, en convencer a la persona devastada por la pérdida de motivos de vivir en el presente, a que salga del pasado. Mientras no haya soluciones, la salida del pasado se debe manejar con sumo cuidado antes de forzar el regreso al presente. 

El recuerdo es terapéutico si se maneja como una evocación constructiva. Si se logran transformar los recuerdos en valores de vida que digan que la vida valió la pena vivirla. Que la dicha de la persona es tener una vida llena de recuerdos gratos. Es cambiar la óptica sobre el pasado; es hacer comprender a las personas que todo lo que se ha vivido, siempre será parte del recuerdo, aunque el tiempo transcurrido haya sido solo de un instante. 

Es un síndrome benigno, si se maneja transformando la culpa y la recriminación en una evocación feliz; de que el pasado fue el pasado y que el dominio del tiempo lo tiene el pasado. El presente es difícil de cuantificar, el futuro es impredecible, mas el pasado, para el que recuerda, es una dimensión real y concreta, el futuro es incierto y especulativo, jugando con la Teoría de la Relatividad de Einstein. 

Para unos el dilema es extremadamente delicado: "es preferible vivir en el pasado, que morir en el presente"; cada situación se debe analizar con cuidado para ver que posibilidades da el presente. Es un problema de la humanidad, si respetar el mundo de las ilusiones del loco, que sufre menos, o volverlo cuerdo aunque sufra más.

EL SÍNDROME DE PARÍS HACE BIEN, SIN MIRAR A QUIÉN

Comentario de Jorge Carro L.
Columna "Sursum Corda". 
Periódico Siglo XXI, Guatemala.
Domingo 21 de Mayo de 2000.

Le debo al Lic. Enrique Campang Chang el  conocimiento de este Síndrome que felizmente sólo afecta a los menos jóvenes, a los que absurda y estadísticamente nos califican de ser de la tercera edad. París, señala Campang Chang -trepador de volcanes y caminante de parajes poco conocidos- evoca el romance, el placer, la cultura, el drama de la vida. Para muchos es una recreación, para otros una ilusión. París es un lugar difícil de olvidar o ignorar. Es la Ciudad Luz, donde poetas, artistas y pensadores dejaron lo mejor de sí. París va y viene de la realidad al recuerdo y viceversa, exactamente como usted o como yo, que llenamos nuestra vida o lo mucho o poco que nos queda de recuerdos, imágenes, olores, sabores y sensaciones; caricias, besos, perfumes, sonidos, vinos, voces, abrazos, instantes mágicos o momentos tristes. No olvidamos y no queremos olvidar nada, ni los besos con que nuestra madre nos despedía antes de ir al cole, como el beso furtivo que le dábamos a nuestra primera novia quizás en la cómplice oscuridad en un cine de barrio. Tampoco queremos olvidar la magia que se producía entre nosotros la noche del 5 de enero en que nos visitarían los Reyes Magos, ni el gol maravilloso que Ernesto Grillo le hizo a los ingleses en el estadio de River, ni cuando asumimos las glorias y derrotas del amor, ni mucho menos aquella noche en que nos enamoramos definitivamente del amor, monstruo maravilloso de mis bellos rostros. 

Todos los que ahora nos quieren encasillar con esa absurda tercera edad, somos de una manera u otra triunfadores; le ganamos a millones de espermatozoides la carrera y dejamos en el camino a muchos que parecían más fuertes que nosotros. Hemos superado muchos de los principales momentos de la vida, felizmente algunos, amargos otros. Sin embargo, muchos sufrimos porque no podemos detener la vida. El Síndrome de París no sólo es el desasosiego que sentimos cuando recordamos, y hay quienes no comprenden que el recuerdo es terapéutico, si lo manejamos como lo aconseja Campang Chang, como una evocación constructiva, si es que logramos transformar los recuerdos en valores de vida que digan que la vida valió la pena vivirla.

Tenemos el derecho y, me atrevería a agregar, la obligación de recordar, de sentir nostalgias, de vivir nuestras morriñas y saudades. Cambiar la óptica del pasado es comprender que todo lo que hemos vivido siempre ha sido, es y será parte del recuerdo, aunque el tiempo transcurrido sea un instante.

El Síndrome de París es benigno, si lo manejamos transformando la culpa y la recriminación en una evocación feliz del pasado. Y es más, no sólo es benigno, sino que hace el bien sin mirar a quién. Campang Chang nos hace ver lúcidamente, que el futuro es incierto y especulativo, jugando con los principios de Einstein.

El dilema no debe ni tiene que ser vivir el pasado como el presente. Tampoco que es preferible vivir en el pasado, que morir en el presente. Somos dueños de nuestros recuerdos y nadie tiene más derecho sobre ellos que nosotros. Nadie puede impedirme recordar lo feliz que era jugando al fútbol en las calles empedradas de mi barrio, ni como me agradaba bailar un bolerazo cantado por Lucho Gatica abrazado de un lindísima muchacha cuyo nombre no quiero decir, pero a quien llamaba Beba. Nadie tiene el derecho de  reprimir los recuerdos y mucho menos cuando nuestros hijos inevitablemente están construyendo sus propios archivos de recuerdos.

El Síndrome de París está en nosotros, es, de alguna manera, nuestra mayor riqueza. La ironía de este Síndrome que nos ayuda a vivir, es que nos puede matar en un presente sin recuerdos. Es una defensa ante un presente infeliz, cuando perdemos la esperanza de generar nuevas situaciones felices. Campang Chang, chino al fin, sabio de tiempo completo, lo resume así: entonces los familiares, amigos o terapeutas, tienen que elegir entre respetar su “locura” que lo mantiene vivo; o traerlo a la dura realidad que lo puede matar.

¡Arriba corazones!... No se olviden nunca -como lo dijo G. Bernard Shaw, de que- la juventud es una enfermedad que se cura con los años.