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Marcel Eck: La verdad acerca de mentir

Marcel Eck, psiquiatra y psicoanalista francés. Este artículo es un extracto de su libro "Lies and truth" publicado en 1970.

Cuando los adultos hablan de mentir, siempre dan la impresión de que sólo los niños son culpables de ello. Los padres coinciden fácilmente en que el deber hacia la verdad es diferente para los adultos y los niños, pero están convencidos de que en la práctica sólo los niños incumplen este deber. Los adultos juzgan sin pensar ni por un momento que ellos también mienten y, más frecuentemente, crean el clima en el que es imposible no mentir.

Mentir es tener la intención de engañar. Pero hay situaciones en las que la intención de engañar se convierte en una obligación casi apremiante. Una sociedad en la que todas las verdades fueran expuestas sin rodeos sería más un infierno que un paraíso.

El niño no está tan inclinado a ver circunstancias justificativas y exoneradoras como lo está un adulto. Los niños sólo adquieren la necesidad de justificar sus mentiras más tarde. Su conciencia embrionaria no hace mucha distinción entre los diferentes grados de mentira. El niño dice algo que no es cierto. Eso es todo. No busca más explicaciones. Esto se debe a cierto formalismo moral que tiene en cuenta sólo el acto y no su intención ni sus consecuencias. El sentido moral más fino que se requiere aquí es obviamente difícil de adquirir.

Un estudio muestra que la noción de maldad se asocia con la mentira relativamente tarde en el desarrollo del niño, no antes de los siete años. Si bien el niño considera la mentira como un acto inmoral, la acepta como una forma de vida necesaria para protegerse y vivir en paz. Considera que mentir más es una violación de las convenciones sociales que una verdadera falta.

Permitámonos considerar algunos ejemplos:

  1. Robert niega haber roto el jarrón de la sala aunque no hay duda de que lo hizo. Éste es el tipo de mentira utilitaria destinada a evitar el castigo. Será más o menos hábil, más o menos convincente, más o menos teñida de perversidad, según pretenda o no exonerar o sospechar de otra persona. De todas las mentiras, la mentira para evitar el castigo es, con diferencia, la más común.
  2. John sabe muy bien que Robert rompió el jarrón en un ataque de ira. Sin embargo, les dice a sus padres que Robert es inocente. Esta es una mentira altruista, una mentira de solidaridad. Es posible que más tarde John le dé un sermón a Robert sobre la importancia de decir la verdad; pero por el momento predomina la solidaridad fraterna.
  3. Christine se jacta ante sus amigos de su popularidad entre los chicos, una popularidad que nunca disfrutó. Miente, se jacta y fanfarronea para no parecer inferior a los demás.
  4. Charles es un miembro dedicado de un equipo atlético, que gana un partido decisivo en una jugada dudosa. Charles es muy consciente de que el veredicto emitido es muy discutible. Pero afirma que todo fue normal, que no hay ningún problema. Charles miente para defender los intereses del grupo al que pertenece, como lo haría para defender los intereses de su familia o de su país.
  5. Pierre es tímido. Decir todo lo que pensaba lo haría vulnerable. No quiere aparecer como es ante sus amigos. No tiene la convicción de sus mejores intenciones ni el coraje de admitir su debilidad y miente para ocultar lo que es. Se jacta de una buena fortuna que nunca ha tenido y niega sus fracasos.
  6. Raymond cree que nunca conseguirá el dinero que quiere para ir al cine. Por eso dice que lo necesita para unirse a una organización bien considerada por sus padres o para suscribirse a una revista que, según él, es indispensable para sus estudios.

Estos son los tipos de mentiras más frecuentes. La experiencia nos muestra, sin embargo, que el mentiroso habitual puede operar en una amplia variedad de condiciones y mentir por todo tipo de motivos, por lo que es imposible establecer una clasificación absoluta de las mentiras.

Se puede juzgar al niño por la frecuencia, la importancia y los motivos de mentir más que por sus otros defectos como la desobediencia, la ira y el orgullo. Mentir también sirve como base para juzgar el valor educativo de los padres. Parecería haber un paralelo directo entre las mentiras de los jóvenes y la mala fe de los adultos, las mentiras del niño y la mala fe de los padres.

No se deben subestimar las mentiras de los adultos a los niños. La mentira del adulto, por sutil que sea, a menudo conduce inevitablemente a la mentira del niño. La astucia del adulto para engañar es una lección de pericia para el niño. Cuando los padres son sorprendidos mintiendo, es poco lo que pueden decir cuando sus hijos mienten.

Es cierto que cuando un padre hace trampa en sus negocios y se jacta abiertamente de ello ante sus hijos, tendrá grandes dificultades para lograr que sean perfectamente sinceros o se sientan culpables de su propia deslealtad. Hace algunos años traté a un chico de 17 años. Sus padres me lo habían recomendado debido a sus constantes mentiras. El niño me dijo que trabajaba con su padre.

"¿Qué hace tu padre?"

"Él vende autos".

“¿Cómo lo ayudas?”

“Yo renuevo los autos”.

Le pregunté cómo hizo esto. Luego me dijo que hizo retroceder el velocímetro, usó un gas especial de alta potencia y cosas por el estilo. Sin embargo, su padre, que le hizo hacer este trabajo, se disgustó mucho cuando su hijo le mintió.

Una madre me trajo a su hija para que la consultara porque mentía constantemente, inventando historias muy imaginativas para explicar sus tardanzas y ausencias en la escuela. Cuando hablé con ella, la niña me dijo que su madre estaba engañando a su padre y a menudo le pedía que inventara coartadas. La niña se quejaba con su madre pero ésta la desanimaba diciéndole: “Verás cómo es cuando tengas mi edad y hayas vivido un poco”.

Recientemente traté a un niño adoptado. Todos sus problemas surgieron de una situación que sospechaba pero de la que sus padres nunca habían hablado. Le habían dicho que era su hijo natural e hicieron todo lo posible para hacérselo creer. Pero dudaba que ese fuera el caso. Cuando hablé con él tuve la impresión de que sabía exactamente quién era. Se lo dije a sus padres. En mi presencia interrogaron al niño, quien respondió: “Lo sé desde hace mucho tiempo”. Los padres enojados exclamaron: “¡Qué! ¡Pequeño mentiroso! ¡Sabías que no te estábamos diciendo la verdad y no nos lo dijiste!"

El límite de la obligación hacia la verdad suele ser difícil de especificar en las relaciones entre padres e hijos (que son bilaterales más que unilaterales). La obligación de decir toda la verdad pronto resulta en una violación de la conciencia del niño y conduce a esa forma de mentira cuya intención principal es preservar la propia persona y su intimidad.

Los padres que actúan como inquisidores casi necesariamente hacen que sus hijos disimulen, porque sólo a este precio pueden ser ellos mismos.

Hay otra actitud que anima a los niños a mentir. Consiste en sospechar sistemáticamente que mienten. “¿Por qué debería decir la verdad, si no importa lo que diga nadie me cree?” Me preguntó recientemente un chico de 16 años. Su madre siempre dudaba de todo lo que decía y lo interrogaba incluso en cosas sin importancia. Trataba la verdad y la falsedad de la misma manera.

En muchos casos, la relación entre padres e hijos existe únicamente en el plano de acusación y defensa. Estas familias son como tribunales de policía. Cuando el niño sabe que inevitablemente será acusado y condenado, que la confesión de sus errores y pecadillos traerá automáticamente el castigo, se refugiará en la mentira. A menudo sorprendido en sus intentos de ocultar o falsificar la verdad, dará lugar a nuevas sanciones, y así continúa el círculo infernal.

Mi padre era el mejor y el menos curioso de los padres. Respetaba la autonomía de sus hijos y nunca hacía preguntas indiscretas. Pero si oía a uno de sus hijos llegar a casa a altas horas de la noche, no podía evitar preguntar: “¿Qué hora es?” Esta pregunta siempre me molestó aunque en realidad mi padre quería saber cuánto tiempo le quedaba para dormir en lugar de controlar las actividades nocturnas de sus hijos. Al final dejé de darle una respuesta precisa y le decía: “Son las menos cuarto” o “Es la hora y media”. Mi padre se tranquilizó con esa respuesta y volvió a dormir. Al día siguiente él sería el primero en reír.

Muchos padres se resisten a conceder a sus hijos el derecho a no decirlo todo y no comprenden la necesidad de respetar su privacidad. Hay una manera de no decir todo que salvaguarda perfectamente el derecho de los padres a la verdad. Hay una jerarquía entre las verdades que hay que decir y las que es posible no decir. Deberíamos inculcarle al niño que es deshonesto al ocultar algunas cosas aunque las exigencias de la lealtad no le obliguen a decir otras. Mis hijos no me muestran sus notas escolares todas las semanas pero cada vez que uno de ellos ha tenido mala nota me lo ha dicho voluntariamente.

Mi experiencia como psiquiatra, que comenzó hace más de 25 años, incluyó la ocupación alemana de Francia. Durante esa época, los niños que no podían distinguir entre la autoridad legal y la verdad ciertamente veían distorsionado su sentido moral emergente. ¡Qué familia no escuchó la radio prohibida en inglés! Pero esto nunca podría admitirse. ¿Qué familia no podría jactarse de haber obtenido alimentos sin cupones de racionamiento? Los más escrupulosos con el dinero porque abiertamente laxos con ese otro dinero conocido como libretas de racionamiento. Los niños no podían distinguir entre estas dos monedas. Recuerdo haber visto, en la víspera de Navidad de 1944, a mi pequeña admirando una preciosa muñeca en el escaparate de una tienda. Agarró a su madre por las mangas del abrigo y le dijo: “Ve a buscar algo de dinero y unos cupones”.

Es importante sopesar el clima en el que se establece la comunicación entre el mentiroso y el engañado. Con bastante frecuencia, la mentira se debe directamente a la mala calidad de este clima. Antes de acusar a nuestros hijos de mentirosos perpetuos deberíamos examinar nuestra conciencia y preguntarnos si hemos creado o no un clima en el que la verdad es posible. En algunos climas la verdad es natural; en otros, la verdad es imposible.

A. González: La lógica y la psicología


"Si la lógica es algo independiente de la ontología, se podría pensar que de lo que en realidad depende es de la psicología. Para muchos pensadores del siglo XIX, influenciados en buena parte por el desarrollo de la psicología como ciencia, ésta habría de convertirse en algo así como el saber primero, el fundamento de todos los saberes. Si todos los saberes son algo que se da en la conciencia del hombre y la psicología estudia esta conciencia, en cierto modo se puede decir que la psicología funda todas las demás ciencias. En concreto, la lógica, por ser la disciplina que estudia los razonamientos humanos, es decir, algo que se da en la conciencia del hombre, sería una rama de la psicología. Para estos psicologistas “la lógica es una disciplina psicológica, puesto que el conocer sólo se da en la psique y en el pensar que en ella se realiza es un hecho psicológico” (Lipps). 

La postura psicologista tiene el valor de recordar el origen de toda ley lógica en la inteligencia del hombre. La tentación de muchos lógicos modernos ha sido, frente al psicologismo, la de convertir a las leyes lógicas en algo así como ideas celestiales independientes no sólo de la realidad, sino también de la cabeza de los hombres. Y, en realidad, no es así. La lógica estudia algo que sucede en la psique del hombre, y no en un mundo de ideas eternas. Por eso, el origen de las leyes lógicas es algo que puede estudiarse desde el punto de vista de la psicología o incluso desde la fisiología del cerebro humano: las leyes de la lógica han de tener su asiento en determinadas estructuras cerebrales del hombre. Si es idealismo identificar la lógica con la ontología, también es una forma nueva de idealismo el querer convertir las leyes lógicas en leyes ideales, que existirían con independencia de los hombres de carne y hueso que las piensan. El psicologismo puede servir para recordarnos que las leyes de la lógica no son independientes de nuestra actividad intelectiva. 

Ahora bien, el que las leyes sean leyes del pensamiento humano no quita que puedan ser estudiadas con independencia de la psicología o de la fisiología. La psicología nos puede mostrar el modo de pensar de este o aquél otro sujeto, y también cómo su pensamiento puede estar afectado por su realidad psicológica concreta: sus traumas, racionalizaciones, etc. Del mismo modo, la fisiología del cerebro puede demostrar la dependencia del pensamiento lógico respecto a determinadas estructuras cerebrales. Esto, repetimos, es importante y conviene no olvidarlo. Pero lo que sucede es que, además de los estudios psicológicos o fisiológicos, puede haber otros tipos de estudios del pensamiento. La lógica estudia el pensamiento humano, no desde el punto de vista de la ciencia empírica (psicología o fisiología), sino desde el punto de vista meramente formal. Es decir, el pensamiento no se estudia como propiedad de éste o aquél hombre, sino como un conjunto de leyes comunes a todo ser capaz de pensar lógicamente. 

Así, por ejemplo, el hecho de que si A implica B, B implica C, entonces A implica C, es algo que puede ser analizado prescindiendo de que sea algo que sucede en la mente del hombre o en su cerebro. Sucede lo mismo con las leyes de la gramática o de la matemática. El matemático puede estudiar que 2+2=4 prescindiendo de la psicología y de la fisiología, como también el lingüista puede estudiar la estructura de una oración sin tener en cuenta que esa oración es un hecho mental y cerebral. Es decir, el pensamiento humano, aunque no sea en sí mismo algo independiente de las estructuras mentales y cerebrales de los hombres concretos, se puede estudiar de un modo formal, prescindiendo de esas estructuras. No avanzaríamos nada en matemática ni en lingüística si tuviésemos que estar a cada paso recordando que se trata de realidades creadas por el hombre y no de ideas celestiales. Aunque la lógica trate de pensamientos que tienen un origen psicológico y fisiológico, es una disciplina independiente de la psicología por el simple hecho de que el pensamiento humano puede ser analizado de un modo puramente formal, atendiendo a las leyes comunes a toda inteligencia, prescindiendo, aunque sea provisionalmente, de que todo razonamiento puede ser también estudiado desde otros puntos de vista." (pp. 111-112)

González. A. (1989). Introducción a la práctica de la filosofía. El Salvador: UCA Editores.

Comparación entre Weber y Durkheim

 

Durkheim y Weber han sido acreditados como dos de los más grandes sociólogos de la historia, sin embargo, sus metodologías son totalmente opuestas una con otra en diversos aspectos, los cuales algunos de ellos serán abordados en el presente ensayo. Así, en primera instancia contrastaremos las discrepancias de los pensadores en cuanto al carácter científico del conocimiento (I), después sus posturas acerca de los entes cognoscibles por la sociología (II)…

Carácter científico del conocimiento

Durkheim

Para Durkheim, el conocimiento científico debería de ser verificable y objetivo y no debía de estar manchado con la subjetividad del investigador u observador. El investigador debía de estar libre de preconcepciones y prejuicios. También criticaba a sus contemporáneos por tener más exclusividad y empeño en dar conceptos y no en las cosas a estudiar, pues para él el conocimiento debía de ser funcional. Criticó los trabajos de Auguste Comte; los llamó demasiado especulativos y vagos.

Según Durkheim, la sociología para ser científica debía de estar basada en hechos reales, debía estudiar hechos sociales, es decir aspectos de la vida social (como el estado de la economía o la influencia de la religión) que configuran nuestras acciones individuales. Creía que se debía estudiar la vida social con la misma objetividad con que los científicos se ocupan de la naturaleza. Durkheim inclusive llegó a decir: “estudia los hechos sociales como si fueran cosas”. Con ello lo que quería decir era que la vida social podría ser analizada con el mismo rigor que los objetos o acontecimientos de la naturaleza. Además, consideraba que la sociología debía ser una ciencia autónoma. Se basaba en estudios estadísticos y observables.

Weber

Para Weber la sociología es la ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social para explicarla causalmente en su desarrollo y efectos, entendiendo por acción como una conducta humana en la que el individuo o individuos de la acción la enlacen con un sentido subjetivo. Además para Weber, los prejuicios y preconceptos no eran simplemente un factor imposible de anular en el observador, sino que no tenía sentido anularlo, puesto que el observador selecciona los datos que mejor explican para el y para su cultura y sociedad el fenómeno que está tratando de explicar. Tomaba como base de estudio la acción social, y la misma no puede ser entendida, descrita o analizada sin la referencia de los significados subjetivos. Weber se caracterizaba también por su enfoque teorético del conocimiento. Se basaba en el uso de los tipos ideales para la comprensión del hecho social.

Entes cognoscibles por la sociología

Ambos sociólogos estaban de acuerdo en el estudio de la acción social para el conocimiento sociológico sin embargo, el mismo ente cognoscible, representaba para cada uno de ellos algo distinto…

Durkheim

Para Durkheim, el hecho social era un hecho que iba más allá del individuo, que lo trascendía en tiempo y en número. Era por lo regular anterior al individuo (cultura) y además era colectivo (exterior). Durkheim hablaba incluso de una conciencia colectiva la cual moldea a los individuos.  También pone énfasis en distinguir el propósito individual de la acción y la función social que ésta cumple. En este sentido ha observado que el significado de la acción individual es algo que escapa a quién la ejecuta, que se suma como una fuerza integradora del orden social, una fuerza moral…

Durkheim insiste en el principio según el cuál los fenómenos sociales deben ser estudiados según sus funciones que son específicamente sociológicas y que podrían ser distintas de los propósitos que guiaban a los individuos que las realizasen, merced a lo cuál la función de un hecho social debería siempre buscarse en relación con algún fin social cuya orientación es la de armonizar a la sociedad y la relación de ésta con su medio ambiente.

Weber

Definía el hecho social como toda aquella acción llevada a cabo por un individuo la cual repercute en su entorno social o que está hecha para o dirigida hacia el mismo. Weber se centra en la orientación subjetiva que posee la acción individual y su aporte principal para la comprensión de la acción consiste en ubicar a las pasiones como una variable definida del proceder social. Weber decía que el hecho social estaba dado debido a causalidades culturales, dándole así un papel fundamental a las ideas y valores de los individuos y de la cultura de los mismos.

Opinión

No me parece que haya un sistema más apropiado que otro para estudiar la sociedad, simplemente responden a distintas interrogantes. El sistema de Durkheim aborda al individuo desde la sociedad, como esta restringe su acción mediante la fuerza de la moral y la conciencia colectiva, mientras que la perspectiva weberiana hace lo contrario: aborda a la sociedad desde el individuo, como la cultura de este, sus valores e ideas lo llevan a actuar socialmente. Es por ello que el estudio de Durkheim funciona para la comprensión de la acción social colectiva mientras que el sistema de durkheim funciona para la acción social individual.

¿Todos tenemos algo de "psicólogos"?

En efecto, todos conocemos lo psíquico –percepciones, recuerdos, actos volitivos, fantasías, sentimientos, etc.-; lo conocemos porque lo hemos experimentado en nosotros mismos, y podemos tener también opinión sobre lo psíquico en los demás. Lo mismo ocurre en otros campos de la experiencia: por ejemplo, todo el mundo ha dejado caer un objeto o ha prendido una estufa... pero no se es físico por conocer que los objetos caen, o químico al saber que el propano enciende fácilmente. Hace falta poder explicar, decir cómo y bajo qué condiciones ocurren estos hechos: que los objetos caen de forma acelerada por una atracción entre dos masas, y que el propano enciende fácilmente puesto que su composición le permite reaccionar con el oxígeno bajo una menor cantidad de energía (calor). Y esto no basta. También hay que dominar los “cómos” del conocer: tanto en la psicología, como en las demás ciencias, se requiere de cierta sistematización y método en la aprehensión de los hechos, ciertas formas de obtener resultados similares independientemente de quién sea el investigador (muestreos, instrumentos, operacionalización de variables, criterios, métodos estadísticos o cualitativos, casuísticas, etc.).

Es así que un verdadero psicólogo necesitará, como en cualquier otra ciencia, de un adiestramiento, una fundamentación en el saber alcanzado, pero sobre todo una actitud científica que le preserve de arbitrios o simples opiniones.

Aristóteles: El conocimiento del alma es de los más valiosos

"Partiendo del supuesto de que el saber es una de las cosas más valiosas y dignas de estima y que ciertos saberes son superiores a otros bien por su rigor bien por ocuparse de objetos mejores y más admirables, por uno y otro motivo deberíamos con justicia colocar entre las primeras la investigación en torno al alma."

Aristóteles

Nietzsche: Nos asustamos ante nuestra propia sombra


Nietzsche y su psicología


Por Juan José López Ibor.

PSICOLOGÍA ESTÁTICA Y DINÁMICA

En Europa, a fines del siglo XIX, emerge una nueva imagen del hombre. En el plano psicológico, esta afirmación es fácilmente demostrable. La psicología de entonces amalgamaba los siguientes ingredientes:

1. La vida psíquica se compone de una serie de elementos, tales como la sensación, la percepción, la representación, etc., los cuales desempeñan dentro de la psicología el mismo papel que los otros elementos en la física.

2. Las uniones entre tales elementos se establecen merced a las asociaciones. La ley de las asociaciones venía a ser, en el campo de la psicología, lo que la gravitación universal en el campo de la física.

3. La personalidad humana es una resultante de la combinación de aquellos elementos, manejados por estas leyes ensambladoras. La correlación con los conceptos de materia y energía en el mundo físico es evidente.

¿Hasta qué punto resulta de ahí una psicología? Hagamos la prueba. Tratemos de definir a Napoleón o a Beethoven por estas cualidades, y el fracaso es seguro. Kraepelin distinguía como propiedades fundamentales de la persona la facultad de entrenamiento, la excitabilidad y la propensión a la fatiga. A pesar de su ambigüedad, constituía el análisis de Kraepelin un intento de buscar mayor especificidad a la descripción psicológica de una persona. Cada hombre tiene un umbral distinto de fatigabilidad o de excitabilidad, o su capacidad de entrenarse es mayor o menor; pero aun con esta precisión, nos quedamos con diferencias demasiado genéricas para poder recortar un perfil individual.

Hace poco tiempo me hallaba conversando con uno de los más grandes financieros de nuestra época. Hombre que de la nada había logrado acumular una fortuna colosal. Me interesaba su personalidad psicológica, porque su genialidad en este aspecto era segura y universalmente reconocida por amigos y enemigos. Me contaba sus comienzos: tenía una memoria portentosa. Una vez, en una sesión borrascosa de una gran Compañía, fue capaz de repetir una larga serie de complicados balances de memoria, que sólo había leído apresuradamente la noche anterior. Relataba esta y otras anécdotas como quien muestra un secreto vigoroso de su personalidad. Por mi parte, le conté el caso de un famoso calculista que yo había tenido en el Manicomio de Valencia y que realizaba portentos; sin embargo, era un débil mental. Se quedó impresionado y desencantado de su habilidad. La memoria prodigiosa para los números —jamás en su vida había tomado una nota, a pesar de las complicadísimas cuestiones de sus negocios— era sólo un ingrediente, ni siquiera esencial, de su personalidad. Como no lo era tampoco su tesón – casi rayano en la testarudez – ni su acometividad, ni tantas otras cualidades importantes. Se obtenía así un mosaico más o menos característico, pero el enigma de su personalidad seguía indescifrable. ¿Es que la personalidad no es más que un resultado, una constelación de factores? Nietzsche comenta la seguridad de la memoria, y en un diálogo dramático entre la memoria y el orgullo nos muestra cómo la personalidad es, ante todo, un drama, unión de contrarios, dialéctica interior. «Esto lo he hecho yo», dice la memoria. «Esto no lo puedo haber hecho yo», dice el orgullo, y se queda impávido. Finalmente, vence el orgullo. Es decir, aquello que constituye lo que podríamos llamar los materiales de una personalidad no es lo que la define. Los materiales, como los órganos del enfermo o las piedras de un edificio, son imprescindibles. Varían también en su calidad: existen hombres con mejor o peor memoria, o con mejor o peor agudeza visual, o con un tiempo de reacción más o menos largo, pero lo esencial es el modo de utilizarlos. En este modo se halla la clave de la personalidad.

Los materiales, pues hay que conformarlos y que moverlos. Este moverlos supone las cualidades dinámicas de la personalidad. Sobre ellas dirigió Nietzsche su agudo pensar analizador. ¿Cuáles son los móviles de la personalidad? El descubrimiento esencial para él fue que la personalidad no se manifestaba como era: los móviles son muy distintos de la conducta que aparece. Desde un punto de vista psicológico, esta distinción significaba la dehiscencia de las cualidades psicológicas en primarias y secundarias. Existen unas cualidades aparentes, las de conducta, que no son las más características. Se puede parecer valiente por muchos móviles: unas veces por serlo y otras, incluso, por pura cobardía. La cobardía ha sido la madre de muchas acciones heroicas. Esta hipocresía constitutiva de la personalidad exasperaba a Nietzsche. Y le exasperaba hasta el extremo de creer que el cristianismo no había traído virtudes primarias al mundo, sino sólo el resentimiento de los débiles. Esta debilidad era encubierta por el cristiano con sus supuestas virtudes. La falsedad de esta tesis de Nietzsche ha dado lugar a unas de las mejores páginas de Scheler.

La hipocresía psicológica de la personalidad impone, como primera tarea, la del desenmascaramiento. Este proceso de revelación de los móviles internos estaba tan en la línea del tiempo, que el psicoanálisis no ha hecho sino elevar sobre el mismo su gran construcción teórica. Porque si a Nietzsche le preocupa la inmoralidad de la hipocresía, a Freud le preocupó la insanidad de la misma. Enmascarar los propios móviles es crear una neurosis; las fuerzas reprimidas trabajan en profundidad y socavan el edificio de la personalidad. 


EL IMPULSO DIONISÍACO

Existe en el fondo de la persona un impulso primordial, de naturaleza biológica. Este gran impulso es el que mueve toda la estructura psicológica, y por eso le concede carácter. Nietzsche simbolizó este impulso en el viejo mito dionisíaco.

Dionysos es la fuerza creadora e impulsora de la cultura humana. Dioniso simboliza la instintividad de la persona humana elevada a mito. He aquí otra gran zona de contacto entre Nietzsche y Freud. Ambos, frente a la vieja concepción psicológica del hombre, gris y anodina, rasgan el velo y le muestran en toda su primaria elementalidad.

Antes de Nietzsche el arquetipo de la persona humana era armónico. Los griegos suponían que el ideal del hombre se hallaba en lograr una mezcla adecuada en el temperamento. Ni demasiada humedad, ni demasiado calor, etc. Este ideal armónico de la persona persistió en el cristianismo en otra forma. El cristiano sabe que el hombre es una especie de corriente presta a desbordarse; tiene que contenerla, y en eso le ayuda el cultivo de sus virtudes. Dejando aparte la ayuda de Dios, en el plano puramente humano, el ser cristiano se halla formado por las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

En la época de la Ilustración, persiste en otra forma el mismo equilibrio. En Wolff, padre de la psicología moderna, se encuentra claramente expresada; pero todavía es más neto este pensamiento en Leibniz, que traslada al plano del hombre la idea de la armonía prestablecida. Es Nietzsche quien rompe el equilibrio. No hay que buscar kalokagathía, como los griegos; ni templanza, como los cristianos; ni armonía, como el ilustrado, sino el cultivo unilateral de las fuerzas biológicas de la instintividad. Dioniso contra la templanza. El hombre empieza a ser víctima de una tremenda deformación.

Un punto importante en la psicología de Nietzsche es su eco darwinista. En el fondo, tanto en Darwin como en él, alienta la idea del progreso indefinido, en cuya entraña late un sentimiento optimista. El optimismo le llevó a la concepción del superhombre. Frente al pesimismo de Schopenhauer, con su necesidad de salvación, y frente al mismo ideal artístico que Nietzsche ve plasmado en la personalidad de Wagner, se levanta la voluntad de vivir. En la lucha por la existencia mueren los débiles.

Su análisis del modo como enmascaramos nuestro modo de ser ante nosotros mismos ha quedado como adquisición definitiva en la psicología. El «ancestral delirio» (uralter Wahn) de conocerse a sí mismo tropieza con obstáculos invencibles. De los demás estamos demasiado distantes y de nosotros mismos demasiado próximos para tener la necesaria perspectiva. En el juicio que hacemos sobre nosotros mismos intervienen directamente las sugerencias que nos hacen los demás, lo cual es una especie de cobardía. El juicio lleva implícita una decisión: hay quien está siempre descontento de sí mismo y, por tanto, dispuesto siempre a encolerizarse contra los demás. Para la vida en común es imprescindible una especie de autosatisfacción personal; de este modo se evitan los rayos de la cólera. Véase aquí la tremenda paradoja nietzschiana: el hombre bueno, amable con sus semejantes, es el que carece de humildad. La falta de una virtud íntima se convierte en una virtud social. El tú antes que el yo, la gran verdad nietzschiana, se encuentra aquí trasvasada al plano ético de las relaciones del hombre con la comunidad. Psicológicamente, es cierto que el yo se descubre por contraste con el tú: apenas puede hablarse de una anterioridad en el tiempo. Esta misma ligazón genética es la que a su vez engendra en el hombre el sentimiento de comunidad. Pero la participación en la comunidad no se hace sólo a través del cendal negativo del aparecer. Existe una comunicación activa y cordial. El ser necesita del otro ser, y ambos participan en la gran comunión de los sentimientos.


CREADOR Y CRIATURA

El hombre pasa por la vida, como un fantasma, envuelto en la niebla de las opiniones de los demás y de las suyas propias. La manera de evadirse de este papel fantasmal y tropezar con la realidad es acudir a la piedra de toque de la personalidad, que no es la del ser uno mismo, sino hacerse a sí mismo. Ésta es la máxima posibilidad humana. En el hombre se hallan unidos creador y criatura. El primer paso para lograrlo es el dominio de sí mismo, que no debe llegar al aniquilamiento de sus fuerzas vitales y radicales. Los griegos supieron hallar en este punto el término medio. Tomaron lo que en el hombre hay de demasiado humano como inevitable y lo canalizaron; le dirigieron una invitación moderada a participar en el banquete de la vida. Pero si en los griegos este punto de humanidad se hallaba en el centro, en un buen término medio, en Nietzsche se encuentra desplazado hacia un extremo: el polo dionisiaco.

Desde un punto de vista histórico es difícil discernir cuándo los grandes aciertos del pensamiento se deben a un solo autor y cuándo éste no hace sino expresar lo que está difundido en la colectividad. Probablemente intervienen ambos mecanismos. No cabe duda acerca de que, en el caso de Nietzsche, sus fórmulas han sido los lemas de Occidente durante estos últimos tiempos, y aún persiste el eco de su validez. La necesidad, concebida biológicamente, de formarse a sí mismo ha sido un imperativo más obedecido que el imperativo kantiano. Formulado así, es la antítesis de la ley de la caridad.

Nietzsche profundizó en la psicología del dioniso que llevamos cada cual en nosotros mismos: la instintividad. No hay un número determinado de instintos, sino un conjunto indescifrable, en el cual el intelecto aísla unos cuantos, poniéndoles nombre. La vida cotidiana está montada sobre la palestra instintiva; pero en su desarrollo tropieza con resistencias. Cuando un instinto tropieza con algo que se opone a su satisfacción en el mundo se vierte al interior. La intimidad del hombre, flaca y enteca al principio, se enriquece de esta manera. Los instintos reprimidos, unas veces impulsan el poder creador del hombre y otras lo falsifican y deforman.

Muchos instintos se satisfacen con ilusiones. Sólo el hambre no admite esta satisfacción ilusoria. Los sueños tienen la misión de compensar las exigencias insatisfechas del día. Las experiencias que tenemos durante el día tienen también la huella del ensueño metida dentro. Por eso nos movemos entre símbolos. Vivir es, pues, en alguna manera, poetizar. Los instintos pueden descargar por vías falsas cuando les falta su vía natural de satisfacción.

El alma tiene su cloaca — personas, cosas — donde descargar sus detritos instintivos que, de otra suerte, le producirían una tensión insoportable. El hombre que fracasa echa la culpa de su fracaso a otros y, sobre todo, a su mala voluntad. Los instintos se subliman. «Cuando un instinto se intelectualiza, recibe un nombre nuevo, un nuevo encanto y una nueva valoración. Se le coloca frente a los otros impulsos como en contradicción con ellos.» El instinto sexual es capaz de grandes sublimaciones. Platón opinaba que el amor — la filosofía — era un instinto sexual sublimado. La sublimación es, para Nietzsche, una especie de metamorfosis del instinto, y se realiza por su fuerza propia, sin intervención de la parte espiritual de la persona. Y, sin embargo, el instinto, al sublimarse, traspasa el plano de lo biológico para emerger en el espiritual.

El olvido es un ingrediente activo de la vida. No es que el tiempo corroa nuestros recuerdos, sino que algo hay en el ser vivo que le hace forzosa y positivamente olvidar. El olvido está en relación con la capacidad de desarrollo, de autotransformación del hombre. El hombre que no olvidase quedaría petrificado, como un acúmulo inmóvil de recuerdos. Llegaría a no existir en el presente, a convertirse en una pura sombra histórica.

Como se ve, los puntos de vista de Nietzsche están próximos a los de Freud. El descubrimiento del Dioniso nietzschiano podríamos compararlo al descubrimiento del ello freudiano. Lo que esta revelación produjo en un mundo liso y sin complicaciones, como el mundo victoriano, es fácil de adivinar. En la intelectualidad europea predominaba entonces la imagen goethiana del hombre, plácido y armónico, heredero de la imagen clásica. Los románticos no habían logrado quebrarla. Sólo Nietzsche, como un vendaval, se enfrentó con ella y la arrasó. La vida encendió su antorcha y amenazó con convertirlo todo en cenizas.

La exaltación dionisiaca llevó a Nietzsche al nihilismo, a la destrucción de todos los otros valores que no fueran los vitales. Aquello fue una borrachera. En la lucidez de la mañana que es la hora actual, el hombre contempla, dolorido, los destrozos del vendaval. El mito de los valores biológicos ha quemado su etapa. 


EL GRAN MEDIODÍA

¿Hacia dónde camina o, mejor, vuela el hombre nietzschiano? Hacia el mediodía dionisiaco de su borrachera de felicidad. No se puede descifrar la doctrina del superhombre sin tener ante los ojos esta clave para su comprensión. Zarathustra anunció el gran mediodía: Sieh, doch, still! Der alte Mittag schläft, er bewegt den Mund; trinkt er nicht eben einen Tropfen Glück, einen, alten braumen Tropfen goldenen Glücks, goldenen Weins?

En el gran mediodía se tiene la vivencia de la eternidad en el momento; es un paso en el que la vida se detiene. Pasmo orgiástico. Al mismo tiempo, el ser se siente realizado a sí mismo de una manera plena, completa, cósmica. Pero ¿cómo es esa felicidad? En las mismas palabras de Zarathustra se adivina. No es la felicidad habitual llevada a un grado máximo; no se trata de una vivencia filistea, sino de algo nuevo y distinto. Esta felicidad, diferenciada por su calidad tiene, según las propias palabras de Nietzsche, un regusto extraño: las viejas gotas pardas de la felicidad dorada. No es una felicidad alegre y etérea, sino grave y profunda. En el pasmo de esa borrachera el tiempo se detiene; el momento presente se dilata tan extremosamente, que se pierde la perspectiva del pasado y del futuro. Ese presente dilatado se vive de otra manera que el presente cotidiano, puesto que es un facsímile de la vivencia de la eternidad. El tiempo que no corre es el tiempo intemporal.

Pero he ahí la profunda paradoja: borrachera dionisiaca y eternidad. La borrachera con algo de grave y lúgubre en ella misma. La eternidad como suspensión; el hombre nivelado, suspenso de un hilo sin anudar en sus extremos. Se trata de vivencias existenciales y que, por tanto, no pueden negar el carácter específico de la existencia humana. Lo que hay de lúgubre en la alegría dionisiaca, lo que hay de inseguro en el pasmo, es la reducción del ser de sí mismo. Y el ser, cuando está solo, se angustia. El «gran mediodía» de Nietzsche se extiende sobre la arena de la angustia: 

Du heiterer und schauerlicher Mittasgs-Abgrund!

Kierkegaard, que tanto sabía de estas experiencias, dijo:
Cuando se está angustiado el tiempo transcurre lentamente; y cuando se está muy angustiado aun el mismo instante se hace lento; y cuando se está mortalmente angustiado el tiempo acaba por detenerse. Querer correr más de prisa que nunca, y no poder mover ni un pie; querer comprar el instante mediante el sacrificio de todo lo demás, y saber entonces que no se halla en venta, pues esto no depende de la voluntad o del movimiento del individuo, sino de la misericordia divina. 


EL ETERNO RETORNO

El mediodía nietzschiano se funde un poco enigmáticamente, con el «eterno retorno». En el gran mediodía se siente no sólo la expansión perfecta del ser, sino la del mundo: rund und reif (redondo y maduro). Ser y cosmos se enlazan como un círculo mágico. El mundo redondo despierta la imagen del círculo, que a su vez simboliza el eterno retorno. En lugar de una visión progresiva de la Historia y de la vida, priva en este mundo nietzschiano una visión reiterativa. Antes del mediodía el mundo crea, luego viene la gran paz y luego el descanso; al anochecer, la vida vuelve a recobrar sus formas: deseos, mentiras, olvidos, goces, aniquilamientos. Es decir, lo que pasa es activo y febricitante, más aún que la mañana misma. Esta sístole y diástole vital se parece a los procesos orgánicos; sólo que en Nietzsche se sobrevalora la pausa, el mediodía. Tanto se parecen, que la gran pausa no puede lograrse activamente, con un esfuerzo de voluntad, sino que hay que esperar pasivamente, como un éxtasis.

Es extraño cómo llega Nietzsche a enlazar la vivencia del mediodía con la del eterno retorno. Dos puentes se adivinan: uno metafísico y otro psicológico. El eterno retorno supone destrucción de la finalidad en la Historia y también causalidad. La Historia es un automatismo biológico. Dios no hace falta para nada. El eterno retorno es el punto critico de la Historia. «En el momento en que aparece este pensamiento cambia el color y no hay otra historia. Todo pasa, todo vuelve; eternamente corre el año del ser...» ¿Por qué concedía Nietzsche tanta importancia a este pensamiento? A ello da él mismo respuesta, puesto que con este pensamiento ha vencido, por fin, la muerte de Dios y la nada.

El puente psicológico es el siguiente: el gran mediodía es una vivencia. En muchas partes de los escritos de Nietzsche se ve descrita esa hora en la que el sol en su cenit cae a plomo sobre la Tierra, el viento se detiene y no hay más que un silencio inundado de luz. Las imágenes adquieren entonces un matiz especial; parece como si se esencializaran, perdieran su valor concreto y pegado al momento. El tiempo se dilata y el espacio se impersonaliza. Con frecuencia se tiene entonces la vivencia del ya visto; es decir, de que antes de aquel momento se contemplaba idéntico paisaje. Esta dilatación de la personalidad en la hora del mediodía es una forma de despersonalización. La imagen exterior adquiere una cualidad especial desconocida, por fusión, quizá con otras notas internas. En ese momento, imagen, percepción y representación forman un todo único. «Esto ya lo he visto yo otra vez.» No hay nada nuevo en el mundo; todo vuelve impulsado por la noria incansable del tiempo.

En el gran mediodía se engendra el superhombre. Es una vaga idea, que no llega a cristalizar en forma definida. El hombre está entre el animal y el superhombre; pero éste, en definitiva, es una condensación biológica. «Crear un ser superior a lo que somos nosotros mismos es nuestra esencia. ¡Crear algo más que nosotros mismos! Es el instinto fecundante, el impulso a la acción y al trabajo.» Esta fuerza desplegada se mantiene, como se ve, en el plano biológico. Y ésta es, de nuevo, la tremenda y abismal paradoja de Nietzsche, que quiere crear una forma nueva y se mantiene en el plano de la vida sin trascendencia espiritual.

Dioniso, la personificación de su propia vida reformada, no es un dios a quien se presta culto, sino una fuerza biológica que se despliega — y también se aniquila — con sagrado furor. Dioniso, el superhombre, el eterno retorno, el gran mediodía, todos los temas nietzschianos emanan del plano vital y en él se quedan. A pesar de la apariencia que les presta su considerable vigor poético, el hombre resulta en ellos desprovisto de su más alta sustancia. Biológicamente pleno, pero no humanamente pleno. En la embriaguez dionisiaca del mediodía se expresan vivencias que, si quisiéramos hallar un correlato con las del hombre normal, son vivencias tóxicas. El hachisch, la mescalina enseñan al hombre la gran dilatación estática del tiempo, que se vive como eternidad, y la inspiración de las propias imágenes, que vuelven una y otra vez, como arquetipos obsesivos. La personalidad se dilata en un plano biológico, pero se desprende de sustancia humana, como el globo que echa lastre para poder navegar.

En definitiva, Nietzsche no ha dibujado la perspectiva del superhombre, sino otra especie de subhombre. No es el mismo subhombre filisteo que no tiene otra experiencia que la del mediodía banal, que trae sólo la pequeña felicidad. No es tampoco el subhombre freudiano que cristaliza sólo en torno a la sexualidad. Es otra especie distinta, biológicamente más noble. Incluso la más noble que se puede concebir en el plano de la pura vida, ya que asienta sobre la expansión de la acción, de la voluntad de poder, del inmenso deseo de obrar. En Nietzsche estaba encendida como un mensaje:

Ja! Ich weis, woher ich stamme! 
Ungesättigt gleich der Flamme 
Glühe und verzehr’ ich mich. 
Licht wird alles, was ich fasse, 
Kohle alles, was ich lasse; 
Flamme bin ich sicherlich!

Encendía todo lo que tocaba, pero todo se le tornaba en ceniza. La esencia humana se le escapaba, aunque alguna vez, como antes hemos visto, reclamaba su derecho a existir. La imagen del hombre que nos ha dado Nietzsche es, evidentemente, incompleta, en medio de su riqueza.


LA ENFERMEDAD DE NIETZSCHE

No puedo dejar mi oficio de lado. Apenas se encontrará, entre los personajes históricos, caso más apasionante que el de la enfermedad de Nietzsche. El 8 de enero de 1889 llegó Overbeck a Turín para recoger al enfermo y llevarlo a casa. Había escrito unas cartas a Heuler y Burckhardt tan extraordinarias, que creyeron que debían enseñarlas a un psiquiatra. El consejo fue claro y terminante: el autor de las cartas estaba enfermo, gravemente enfermo, y era necesario intervenir inmediatamente. Días después, su madre lo recogía en Basilea y lo llevaba a la clínica de Jena. La demencia de Nietzsche fue progresando, pero vivió hasta 1900. Éste es el período más conocido de la enfermedad de Nietzsche y, a mi modo de ver, el menos interesante. Estaba lleno de ideas delirantes. Con toda probabilidad se trató de una parálisis general. No es seguro que lo fuera, porque entonces no se practicaba la punción lumbar y no se tenían a mano los medios diagnósticos actuales. El curso fue, en todo caso, atípico. Pero desde que explotó la enfermedad cesó la productividad de Nietzsche.

El período verdaderamente interesante es el que precede a la explosión de la enfermedad. En todo caso, ésta era exógena y no ligada — sino muy indirectamente — a la constitución del enfermo. En 1873 empieza en Nietzsche un ataque de dolor de cabeza con fotofobia, vómitos, con sensación de parálisis y estados vertiginosos. Incluso tenía episodios de desmayo o pérdida de conciencia de larga duración. Antes había padecido una disentería que alguna vez volvió en forma de dolores gástricos. De pequeño era miope, y la miopía le incrementaba, indudablemente, el dolor de cabeza. Estas molestias le acompañaron durante toda la vida. Los biógrafos las han calificado de jaquecas; algunos han pensado en una neurosis o trastornos psicosomáticos como secuela de su rompimiento y polémica con Wagner. A consecuencia de la enfermedad, resigna su cátedra en Basilea en 1879.

En 1880 se inicia un nuevo período de su vida. Empieza a descubrirle un sentido especial, su propio mensaje. Esta transformación es muy manifiesta en los años 81, 82 y 83. Leyendo sus cartas en orden cronológico, se advierte el cambio. Su humor es más vivo, su productividad mejor, sus pensamientos vuelan como aves ligeras, etc. «Mis amigos, los que saben más de mi vida, dicen que, si no soy el hombre más feliz, soy, al menos, el más animoso... Mi aspecto es excelente; mi musculatura desarrollada por las marchas, es como la de un soldado; el estómago y el vientre están en orden. Mi sistema nervioso se encuentra, teniendo en cuenta la extraordinaria actividad a que está sometido, en estado excelente, muy fino y muy fuerte.» Es evidente, por este y otros textos, que Nietzsche se hallaba entonces inundado de vitalidad. Estas fases se interrumpen por otras depresivas que le duraban semanas y meses. En ellas hablaba (1876-1880) del desierto de su pensamiento. Éste era menos fluido, pero más objetivo y ordenado. Estas oscilaciones le atormentaron. Los tres primeros libros de Zarathustra los escribió en diez días, y a ellos siguió un período de vacío y melancolía en el que escribir le resultaba penoso.

Un problema no fácil es el de interpretar estas fases. Algunos biógrafos han pensado que no eran más que los pródromos de la enfermedad que había de estallar después. Esta es una idea errónea y contra toda experiencia clínica. Aun en el caso en que una parálisis general provoque una fase melancólica, esto ocurre poco antes de la explosión de la auténtica parálisis. A mi modo de ver, esta fase con la que se enlaza es con la anterior, y forma el verdadero terreno biológico de la personalidad de Nietzsche. En él existen unas alteraciones de la vitalidad en sentido positivo y negativo, como exaltación y depresión de los sentimientos vitales. En mis trabajos he tratado de mostrar las íntimas relaciones que existen entre la patología de la vitalidad y otras crisis patológicas, como las jaquecas, las crisis organoneurótico-gástricas y los propios desmayos, como los que tuvo Nietzsche.

Cuando se estudia la influencia de esta constelación patológica sobre su obra, conviene una advertencia previa. El valor de la obra hay que juzgarlo en sí y no en relación con la patología. La obra literaria o artística demuestra objetivamente su valor. Y esto ocurre en Nietzsche, como en Hölderlin o en Basterra. Si oímos un brillante discurso, poco nos importa que el orador haya bebido previamente un vaso de agua o una copa de coñac: lo importante es que el discurso sea brillante.

Aparte de ello existe, sin embargo, la posibilidad de estudiar los mecanismos psicológicos o psicopatológicos que intervienen en la génesis de la obra de arte. El conocimiento de esto puede ayudarnos a comprender mejor o atribuirle un sentido especial, aparte de lo que supone de riqueza de conocimientos del alma humana. En Nietzsche nos encontramos con el período, tras la declaración de su enfermedad, en que no produjo escrito alguno; puede ser que en los inmediatamente anteriores se entrevea. Pero éste no es el problema más importante. Como tampoco lo es que su miopía le obligara a dictar, con lo cual sus escritos toman entonces un carácter más aforístico.

La verdadera riqueza se la da a Nietzsche su experiencia sobre el propio ser de los períodos de hipervitalidad. «Con un poco de creencia supersticiosa, apenas podría rechazar la idea de ser encarnación, altavoz o medio de fuerzas todopoderosas. La idea de revelación en el sentido de que súbitamente algo se vuelve visible o audible, con enorme seguridad, algo que le conmociona a uno, describe el hecho. Se oye, no se busca; se toma, no se pregunta quién da; como un relámpago se ilumina el pensamiento, con la propia forma sin titubeo, sin elección.»

Junto a esos momentos de exaltación existen otros de depresión en que le parece que su cabeza va a estallar, que lleva una vida peligrosa porque pertenece al grupo de máquinas que pueden romperse. «Mi sentimiento... tiene tan fuertes explosiones, que basta un momento para cambiarme totalmente en un enfermo.» Éstas son experiencias de la serie angustiosa. Como he descrito en otra parte, la angustia vital se manifiesta por esa vivencia de que el yo o la personalidad va a estallar. En Nietzsche predominan como elaborados productivamente los momentos de exaltación vital.

Toda la doctrina del mediodía corresponde a vivencias propias; tras el gran plano de la exaltación se esconde aquí y allá la angustia, pero sobre ésta no ha lanzado su ímpetu creador. En este sentido, Nietzsche es la antítesis de Kierkegaard. No sabemos, ni es posible colegir actualmente con seguridad, si su atracción por el polo positivo es porque éste predominaba. Es probable que así fuera; pero en todo caso esto sería una manifestación más de la fuerza creadora del espíritu, que elige un tema en cualquier rincón de las propias experiencias.

En la exaltación dionisiaca del mediodía es posible que intervenga la experiencia tóxica del propio Nietzsche. Por los datos contenidos en su biografía; parece que tomó hachís, aparte de todo un botiquín ambulante de calmantes que le acompañaban en sus viajes. Se ha pensado en que su proceso orgánico de 1888 fuera una psicosis tóxica, pero esto no parece, en modo alguno, probable. En cambio, sí lo es que tratara de alisar sus oscilaciones de la vitalidad con pócimas diversas. Y que, como Baudelaire, conocía por propia experiencia ese minuto inextenso, de puro dilatado, que se vive en la exaltación tóxica.

No es extraño, pues, que Nietzsche, tan sujeto al propio destino de su carne, predicase el mensaje vital del hombre. Con todo el patetismo y la fuerza creadora de la vitalidad, y también con todas sus limitaciones. Nietzsche fue el gran poeta de la vitalidad, y su mensaje era nuevo porque venía a romper el imperio del hombre sometido a la física de sus elementos y sus asociaciones. En este sentido, su mensaje fue total y absolutamente nuevo, pero inhumano, francamente inhumano.

Películas sobre psicopatología

Ciertamente el cine le debe mucho a los neuróticos, a los psicóticos (aunque en más raros casos) y a la psicopatología en general. Sin embargo, son sólo algunas películas las que hacen de las vicisitudes de la mente los nudos principales de sus historias. He aquí algunas de ellas, películas por demás recomendables para los psicólogos y psicólogos en formación, para entretenerse y vivir a través del cine e, incluso, para ejercicio en el criterio de su saber.  
Awakenings (1990). Protagonizada por Robin Williams y Robert De Niro. Un investigador descubre el sentido de las conductas en pacientes de encefalitis, y a partir de ello ensaya un medicamento que promete ser milagroso. 


Black Swan (2010). Protagonizada por Natalie Portman. Una bailarina profesional lucha por el rol principal en una presentación de ballet, lo cual le lleva a transformarse por completo. 


Don Juan DeMarco (1994). Con la actuación de Johny Depp. Un hombre aparentemente psicótico es conducido y comprendido por un psicoterapeuta habilidoso que no le teme a su locura. 


Equus (1977). Película inglesa no tan conocida. Trata sobre la indagación psicológica que debería llevar a comprender los motivos de un crimen aparentemente irracional. Una trama que puede resultar muy interesante desde el punto de vista psicoanalítico... 


Freud, pasión secreta (1962). No podía faltar. Una historia convincente y bien narrada de algunos momentos que revolucionaron la psicología: los casos y pensamientos que dieron inicio al psicoanálisis de Freud.  


Heavenly Creatures (1994). Basada en una historia real. Dos jovencitas en una extraña serie de sucesos fantásticos. 


Psycho (1960). El nombre lo dice todo, o casi todo. Película famosa en la historia del cine, y escalofriante psicológicamente. 


Repulsion (1965). Dirigida por Polanski. Verla es dejarse llevar al mundo íntimo de una joven terriblemente y cada vez más profundamente afectada por su aversión al sexo. 


Sybil (1976). Famoso filme sobre un complejo caso de "personalidad múltiple".


The Madness of King George (1994). Típicas manifestaciones psicóticas afloran en el rey de Inglaterra. Pero su caso no es tan sencillo, y menos aun en un tiempo en el que la locura era de lo más incomprendido. 


The Manchurian Candidate (1962). Película sobre un extraño experimento psicológico que enreda a toda una nación. Con Frank Sinatra en el reparto. 


The Snake Pit (1948). Frankl la menciona en una de sus obras. Ejemplifica como caer finalmente en la locura a veces puede ser el camino para salir de ella. 


Venus in furs (1995). De lo que más se conoce es del sadismo, pero del masoquismo casi nada. Esta película es la adaptación de la obra del literato-clínico Sacher-Masoch: "La Venus de las pieles".


Zelig (1983). Woody Allen hincándole el diente a la psicología de la neurosis. Una caracterización estupenda sobre un personaje múltiple, un camaleón humano. 

"La palabra está escondida"


La palabra está escondida
debajo de los párpados:
¿cómo puedo
decirle que salga?
Cuando estoy distraído,
la veo en el fondo del corazón.
Si la llamo, se burla de mi:
huye cubriéndose el rostro.

Rabindranath Tagore, Sfulingo.

Relaciones objetales en personas tatuadas


El presente estudio consistió en describir las relaciones objetales en personas tatuadas, 3 hombres y 3 mujeres, residentes en Antigua Guatemala. Para dicho objetivo se utilizó como instrumento el Test de Relaciones Objetales de Phillipson, empleado para suscitar historias de parte de los sujetos y de esa manera conocer muestras proyectivas de sus actitudes hacia las relaciones de objeto. 


La investigación fue de tipo cualitativo; se realizó un análisis proyectivo en base a las categorías del marco referencial de Phillipson (2011) en el modelo de Bernstein, en el cual se consideran aspectos de: contenido humano, contenido de realidad, contexto de realidad, relaciones objetales deseadas, relaciones objetales temidas y relaciones objetales defensivas. 


Los sujetos estudiados mostraron generalmente una elevada capacidad yoica para utilizar la realidad y probar expectativas. También evidenciaron diversos esquemas internos de relaciones objetales: situaciones sociales percibidas con relaciones principalmente paterno-filiales y roles parentales, relaciones conyugales o de pareja, relaciones indeterminadas, relaciones de amistad, laborales, familiares o situaciones sociales sin relación entre personajes; percepciones de personas como contemplativas y expectantes, desarrollando distintas actividades, especialmente de comunicación verbal, meditación y entretenimiento. Dieron muestras de diversas necesidades y ansiedades flotantes, y, en menor medida, ansiedades y necesidades más específicas en relación a objetos. Presentaron, principalmente, deseos de entretenimiento, de relaciones eróticas, orales, de apoyo, deseos ausentes, de autoridad, de interactuar, de contemplación y de retraerse; mostraron temores indiferenciados, y posiblemente ausentes, temores a la pérdida de estima, la pérdida de objeto y al abandono, y permitieron esclarecer la aplicación de mecanismos de defensa de alto nivel adaptativo y defensas pertenecientes al nivel de inhibición mental o al nivel de acción. 

Se recomendó investigar y describir las relaciones objetales de visualización en personas tatuadas, es decir, las fantasías respecto al hecho de contemplar o el ser contemplado, en general y específicamente vinculadas al uso del tatuaje.

Relaciones objetales en personas tatuadas

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Elementos simbolizados por los tatuajes


En la presente investigación se tuvo por objetivo conocer qué simbolizan los tatuajes de mujeres tatuadas, estudiantes de psicología clínica de la Universidad Rafael Landívar. Para llevar a cabo el estudio se trabajó con los casos de seis universitarias cuyas edades se encontraban entre los 21 y los 24 años. Los tatuajes de las participantes fueron realizados entre 6 meses y 5 años antes de la fecha de la entrevista.

Para recabar la información, se elaboró una entrevista semi-estructurada para las participantes. Luego, se llevaron a cabo las entrevistas con cada una de las participantes de forma individual. Las respuestas brindadas se registraron en audio para lograr abarcarlas de manera completa.

En base al análisis de los resultados, se concluyó que los tatuajes de las participantes representan diversos significados. En general las estudiantes universitarias coincidieron en que los elementos simbolizados eran de importancia para sí mismas, o habían sido determinantes en sus vidas. Entre los elementos simbolizados se conocieron aspectos personales, características de las personas tatuadas, personas importantes en sus vidas, acontecimientos que las marcaron o situaciones y vivencias memorables, que deseaban recordar. 

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