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H. K. Knoepfel: Delimitación del concepto de psicoterapia


"Si nos proponemos pensar y hablar con sencillez es particularmente importante el que sepamos que con claridad cuál es el sentido de las expresiones empleadas. Desde que la psicoterapia se ha convertido en cierto sentido en una moda, ha tenido lugar una considerable extensión  en la aplicación de la palabra. Existe, en efecto, el peligro de que la palabra psicoterapia, tan popular en al actualidad, se utilice muy pronto para toda conversación sostenida con un médico o, al menos, para toda conversación con un psiquiatra. Ningún buen médico da una inyección a su paciente sin pensar también en el temor del enfermo, sin alentarlo y darle quizá algunas explicaciones acerca del significado y efectos de la inyección. ¿Podemos llamar a esto psicoterapia? ¿Se trata de una psicoterapia cuando alentamos a un ser humano deprimido o le decimos palabras consoladoras? Si llegamos a afirmar esto, entonces también sería psicoterapia el que una madre le cosa el vestido destrozado del muñeco a su hijita llorosa, el que un hambriento sea alimentado o un pobre reciba ayuda económica. Si llamamos psicoterapia a todo comportamiento o conversación de solidaridad humana, sólo alcanzamos una hinchazón de la palabra que la despoja de todo sentido. Es necesario que nos limitemos. La psicoterapia es terapia de la psique y con la psique. Pero con ello ya presuponemos que existe una psique, un órgano psíquico por así decirlo, con el cual y gracias a cuya intervención se practica la terapia. Más adelante nos ocuparemos del carácter problemático de esta representación. No constituye ningún obstáculo para la delimitación del concepto de psicoterapia. Lo que le interesa a la psicoterapia no es pues simplemente atenuar las aflicciones psíquicas en el caso de una experiencia abrumadora sino lo que interesa es hacer frente a los problemas psíquicos a través del contacto psíquico. Pero este tratamiento no es de ninguna manera una restitutio ad integrum, tal como la concibe la medicina corporal como meta deseable sino que, por el contrario, es un intento de captar el sentido de la enfermedad, de incorporarla y de alcanzar una nueva integridad. La psicoterapia se propone alcanzar un desarrollo psíquico a través del contacto interpersonal, que permita al paciente dominar más tarde dificultades similares sin el auxilio del médico terapéutico. Si nos fracturamos un apierna por segunda vez volvemos a consultar al cirujano. En cambio en una psicoterapia bien llevada queremos aprender a tratar nosotros mismos nuestra próxima "pierna fracturada". Sólo quisiera hablar de psicoterapia en los casos en que se tiende a tal desarrollo psíquico, ciñéndome al dictamen de Meerwin. Con ello debemos delimitar a la psicoterapia frente a la esfera de acción de las palabras de aliento, consuelo, consejo y de la ayuda activa. La relación que estas actitudes guardan entre sí se encuentra muy claramente expresada por Martin Heidegger, quien ya en 1926 aclaró los conceptos de "procurar por" que "sustituye" y de "procurar por"  que anticipa, sin referirse en especial a la psicoterapia. Quien sustituye a otro le quita una preocupación, pero también hace de él un ser dependiente y no lo favorece en su capacidad de solución él mismo su dificultad. Desgraciadamente gran parte de nuestra actual acción de asistencia social se dirige a "sustituir", a quitar el peso de la responsabilidad e infantiliza con ello nuestra población sin proponérselo en forma consciente. Pero tampoco la hipnosis es una psicoterapia en el sentido de un mayor desarrollo, tan poco como, por ejemplo, los ejercicios de relajación. Todos estos métodos sirven meramente para adaptar al hombre de manera más conveniente a determinada situación, no a desarrollarlo. Frente a esta actitud está la de enseñarle a un enfermo un comportamiento más adecuado; en lugar de resolverle sus dificultades se puede por así decirlo anticipársele en una solución eficaz y alentarlo de este modo a que la imite. De este modo el paciente se vuelve libre e independiente. Si llevamos a un niño a través de un arrollo se le "sustituye"; pero si nos anticipamos a él piedra por piedra aprende a cruzarlo él mismo. La psicoterapia tiende hacia el "anticipar" pero, de acuerdo con la fuerza del paciente, debe comenzar con una actitud de "sustitución" más o menos señalada. Esta evolución interior hacia un ser humano más libre, que se siente capaz de afrontar la vida, es más importante que la rápida desaparición de los síntomas psíquicos; más aún, es a menudo indeseable que los síntomas desaparezcan con demasiada rapidez y el paciente prematuramente consolado pierda la oportunidad de lograr un desarrollo ulterior. 

Aconsejar, consolar y actuar en lugar del enfermo no puede alcanzar tal desarrollo en tanto que animarle y aconsejarle solo consiguen alcanzarlo en medida limitada. Tampoco la hipnosis modifica la personalidad, si bien permite en ocasiones la desaparición de ciertas tensiones psíquicas y ciertos síntomas muy dolorosos, que vuelven empero a aparecer si no se somete a un tratamiento la perturbación de la personalidad en que se basan. Lo mismo es válido para la terapia de relajación. Pero para contrarrestar síntomas particularmente dolorosos o en aquellos casos en que no es posible una psicoterapia propiamente dicha y con menos frecuencia dentro del margen de una psicoterapia, estas medidas pueden servir de medios auxiliares, pues es bien sabido que el éxito de todo tratamiento depende de la dosificación adecuada de la actitud de "apoyar" y de "dirigir". Con estas explicaciónes debería quedar bien claro que, de ninguna manera deseamos oponernos a los métodos de "apoyar", a saber, consuelo, consejo, estímulo, ayuda activa, hipnosis o ejercicios de relajación. Se trata únicamente de encontrar el radio de acción respectiva. Pero así como de una inyección de insulina no se espera el mejoramiento de la descompensación de la circulación sanguínea, no se ha de esperar una maduración de la personalidad de la ayuda o del consejo "sustitutivos". Cuando, por ejemplo, dos cónyuges no son capaces, debido a una falta de autodisciplina, de conservar la fe conyugal, todo consejo tendiente a hacerles renunciar a experiencias extramatrimoniales servirá de bien poco. Los consejos sólo tienen sentido en los casos en que existe una falta de conocimientos necesarios y cuando los interesados se hallan en condiciones de seguir el consejo.

El consuelo está muy acreditado entre todos los pacientes, particularmente entre quienes desean ver sólo la participación del mundo circundante en su desgracia y que prefieren no prestar atención a sus propias faltas. Si protestamos enérgicamente con ellos contra la maldad del mundo, se sienten satisfechos, pero en cambio, descuidan la oportunidad muchas veces única de ayudarse a sí mismos a través de un propio cambio de actitud y malgastan su tiempo y energías en intentos vanos de corregir el "mundo malo".

Un desarrollo que se propone lograr la independencia y la madurez no es de ninguna manera privativo de la psicoterapia. Es, por el contrario, lo más natural del mundo, lo que podemos observar en cualquier niño, en cuanto no se le estorba artificialmente. Sólo en aquellos casos en que limitaciones educativas inoportunas han originado un comportamiento enfermizo, la psicoterapia trata de poner nuevamente en marcha la maduración natural, al apartar los obstáculos; dicho gráficamente, pero no d eforzar con el auxilio de una bomba, el curso de las aguas por entre los obstáculos. 

A menudo la psicoterapia se equipara al psicoanálisis. Teóricamente es muy fácil establecer una delimitación. En los Estados Unidos, por ejemplo, se habla en muchas partes de psicoanálisis sólo en los casos en que el paciente se recuesta en un diván, asocia libremente, y cuando se analiza la relación médico-paciente. El tratamiento tiene lugar a través de una conversación, en posición sentada o sin una mención expresa de la relación médico-paciente recibe el nombre de psicoterapia. En la práctica esta diferenciación resulta engañosa y artificial. Es más fácil llegar a una delimitación -en el caso de que creamos necesitarla- partiendo del médico. Si el médico psicoterapéutico no ha sido analizado el mismo y sino se ha dejado controlar muchas horas de tratamiento a través de conversaciones con un profesora analista no debería llamar psicoanálisis a la actividad que despliega. También en los casos en que la relación médico-paciente no es expresamente estudiada es preferible hablar de psicoterapia y no de psicoanálisis. Como ocurre ante todo en el psicoanálisis, médico y paciente pueden estudiar esta relación, por así decirlo, como caso modelo de comportamiento interhumano o también se puede, lo que ocurre con frecuencia  en la psicoterapia, utilizar esta relación por ejemplo para intentar un comportamiento nuevo y más favorable. Pero debemos señalar que ambos aspectos aparecerán en todos los análisis, tanto la observación como el aprovechamiento de las relaciones, y con ello también esta diferenciación se vuelve problemática. Lo más sencillo es prescindir de la diferenciación rigurosa entre psicoanálisis y psicoterapia. 

En resumen podemos afirmar lo siguiente: La psicoterapia se propone poner en marcha el desarrollo humano natural en sí pero obstruido de manera enfermiza, para alcanzar la madurez e independencia. 

El psicoanálisis por su parte es una forma particularmente profundizada de la psicoterapia, sólo necesaria y posible para pocos pacientes, que en gran medida se apoya sobre la consideración de la relación entre médico y paciente. La curación de los síntomas no es abordada en primer término, sino que por regla general, ocurre espontáneamente cuando ha vuelto a ponerse en marcha al maduración psíquica, más aún, constituye su principal misión, a pesar de que desgraciadamente la transmisión de conocimientos ha pasado a ocupar un primer plano en nuestro tiempo. Pero la educación sólo es posible cuando tiene este proceso de maduración que es natural en el hombre.  Si es frenado, se produce un estado enfermizo que puede ser superado en muchos casos mediante la psicoterapia" (Knoepfel, 1967, pp.13-15).


Referencia bibliográfica

Knoepfel, H. (1967). Psicoterapia para médicos de cabecera. Madrid: Gredos. 

El pago del dinero en la terapia


El pago que se hace en la terapia es distinto a los demás, pues tiene una importancia que va más allá de la transacción misma. Sin embargo, es un tema tabú... Probablemente, dicen algunos, por la relación inconsciente del dinero con los excrementos (son equivalentes simbólicamente dinero = regalo = heces, básicamente, en tanto que son "dones"). De lo que más cuesta hablar es de sexualidad, excrementos y dinero.

Freud dejó establecido que el pago del análisis, o más bien el establecimiento de los honorarios, le indicaba al paciente que el mismo analista se había liberado de su "falsa vergüenza" respecto al dinero. Una cuestión de ejemplo, digamos, sobre la actitud que se quería practicar. Afirmaba también que el tratamiento gratuito resultaba en que las mujeres jóvenes se mantuvieran en el vínculo transferencial, y que los hombres jóvenes se negaban al agradecimiento por una transferencia de la imago paterna. 

La principal razón para el cobro del dinero, según Isidoro Vegh, es que, al pagar, el paciente se libera de sentirse comprometido para el goce (disfrute) del otro, del analista en este caso, pues de eso se sufre. 

Otros consideran que el dinero, en la sesión, no solo es un significado sino un significante. Indicaría simbólicamente una "responsabilización": que al paciente "le cuesta" su cura. El sacrificio económico le llevaría a responsabilizarse, a esforzarse por tomar parte activa en el tratamiento. El pago, siguiendo este discurso, sería como un modo sugestivo de motivar al paciente. Incluso hay quienes señalan, que un mayor costo induce a la idea de una mayor efectividad. 

También se piensa que el pagar, indicaría que la "hora", la sesión, es del paciente, y que por lo tanto puede hablar en ella lo que él desee, puede decidir quedarse callado, llegar tarde o temprano, etc. 

Hasta acá solo se trazan ventajas: el establecimiento del pago serviría para hacer parecer más genuina y desembarazada la relación con el dinero, liberaría al paciente de sentirse comprometido para el goce del otro, o indicaría una responsabilización del paciente en el tratamiento, sugestionándole en favor del análisis para hacer su parte. 

No obstante, pienso que también tiene sus desventajas, por ejemplo: el paciente tiene comúnmente un sentimiento de falta de autenticidad en la relación; puede llegar a pensar que se lo trata con consideración solo "porque paga", que el analista o psicoterapeuta es como un "amigo pagado", o que, al contrario de lo que se espera, paga para que se le dé una cura o una solución a sus problemas (compra-satisfacción), lo cual le exime a él de ser una parte más activa en su propio tratamiento: le pago para que me cure.

No creo que haya, por lo tanto, una solución única para que el pago de la terapia pueda efectuarse sin el menor riesgo de compromiso para el tratamiento. Por otra parte, la inaccesibilidad al análisis para los más pobres no se podría solucionar sosteniéndose dicho discurso, no necesariamente conveniente. Freud afirmaba que muy poco podrían hacer los psicoanalistas para cambiar dicha situación desde sus condiciones de trabajo, las cuales no les permitirían brindar gratuitamente sus servicios. Habría que considerar para ese fin, plantean algunos, la opción del pago a través de la seguridad social, como se practica en Alemania, por ejemplo, y habría que estudiar comparativamente la transferencia y contratransferencia en ambas modalidades de transacción. 

En cualquier caso, me parece, contrario a la presunta ortodoxia freudiana, que el establecimiento del contrato de pago no da una solución única a todos los problemas o situaciones que pueden surgir de la transferencia y contratransferencia en la relación con el dinero -pues el psicoanalista tampoco se libera, por ejemplo, del sentido moral de cobrar menos en casos de necesidad, o cobrar más según, su criterio y disposición, posiblemente con motivos inconscientes-, por lo cual, como todo lo que ocurre en el marco del análisis, la transacción del dinero es algo que debe ser considerado también en función de la subjetividad del paciente y la del terapeuta, tal como plantea Kaufmann:
"En definitiva, será entonces en la singularidad de cada experiencia donde podremos precisar la significación del pago, su magnitud, así como la periodicidad y las condiciones en que se realizará."

Ver también: P. Kaufmann: El pago (en las sesiones psicoanalíticas)

Un raro amor: el amor de transferencia


En la intimidad del consultorio del psicoanalista, este aislamiento de dos, los secretos confesados por uno, la escucha atenta del otro, la creencia en el alivio, la invitación, en ocasiones, a recostarse en un diván… es, más que teatral, una situación que por sí misma revela el engaño del amor.

El descubrimiento de un sentimiento amoroso del paciente hacia el analista, que nacía casi al inicio de los tratamientos, fue una sorpresa para Freud. Este amor sucede sin que se haga mucho en ese sentido, pues (adiós ilusiones), poco importa la gracia o atractivo de la persona del analista, este es un amor incondicional, “que prescinde de todo”.

Cuando alguien acude a consulta porque quiere que se le desembarace de su malestar y recibe la relajante conminación: “Diga Ud. todo lo que le viene a la mente sin ejercer ninguna crítica sobre lo que dice”, se dan, con mayor o menor intensidad, ciertas consecuencias lógicas.

Primera suposición de saber: El analista sabe acerca de lo que me pasa; Segunda suposición de saber: Eso de lo que me quejo, mi síntoma, quiere decir algo, encierra un saber a descifrarse. Esta condición (supuesta al analista) de “intérprete” del sentido inconsciente del malestar, está en los cimientos del surgimiento de un amor, de un enamoramiento, que fue llamado en la clínica “amor de transferencia”. En un giro del más puro estilo freudiano, se traduce en que el paciente transfiere a la persona del analista aquellos sentimientos que dirigía hacia sus padres y demás personas de su infancia.

Pero el amor, a la vez que lanza el trabajo en análisis, es también obstáculo… demasiadas ganas de agradar, demasiadas ganas de decir todo de la buena manera para ser amado, a su vez, por quien es objeto de amor…Sólo la infatuación de un mal analista pudiera torcer el buen destino de este amor, y equivocarse al condescender a amar, en fatal reciprocidad, a su paciente…

Un raro amor...