El análisis del analista




Del texto de Freud, Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (1912), hay que destacar un requisito que, al parecer, es uno de los más fundamentales del analista: haber pasado previamente por su propio análisis. Para esto Freud presenta dos alternativas: el análisis de los propios sueños o hacerse analizar por una persona perita en la técnica del psicoanálisis.

Sin embargo, dichas alternativas no se realizan fácilmente. La tarea de analizar los propios sueños demanda suma diligencia, y la opción de someterse a tratamiento psicoanalítico, es una experiencia frecuentemente evadida por los aprendices de psicoterapia.

Una de las causas comunes para la evasión mencionada, es la pundonorosa convicción de que el analista debe contar con una personalidad excepcionalmente saludable y que al someterse a tratamiento da prueba de lo contrario. Es decir, subyace muchas veces, bajo la resistencia de los psicólogos, la aseveración común de que un “un ciego no puede guiar a otro ciego”. No obstante lo que ocurre en el análisis está muy alejado de dicho refrán, pues la ceguera del analista, no consiste tanto en tener complejos como en su incapacidad para “verlos”, es decir, para reconocerlos como propios sin confundirlos con los del paciente.

Otra de las dificultades para el análisis formal de los psicoterapeutas es la acusación popular acerca de que los psicólogos estudian para "comprenderse a sí mismos” o para "solucionar sus propios conflictos”, acusación que se sienten forzados a desmentir en virtud de proclamar la generosidad del psicólogo y refutar su debilidad egoísta. Sin embargo, dicha acusación puede hacerse al estudiante de cualquier disciplina, siempre y cuando se cumpla que la misma pueda aplicarse al propio conocimiento o beneficio. Así, podría decirse que un médico estudió para prevenir su propio dolor, que un abogado estudió leyes para protegerse de la injusticia, o que una maquillista se interesó en ese arte por el deseo de verse más bella.

Pero con la disciplina psicológica ocurre algo distinto. La tarea del conocimiento propio no es sólo una tarea egoísta, sino que es el primer requisito e instrumento para acceder al conocimiento de los demás. A veces se olvida que la psicología, se funda sobre el aforismo griego “conócete a ti mismo”, máxima inscrita en el templo del oráculo de Delfos (del cual, como sabemos, deriva el signo psi). Dicha frase, a diferencia del prejuicio popular, se impone con poco peso sobre los psicólogos, cuando, en realidad, debería ser su principal cimiento.

Así como para la cultura grecorromana fue indispensable un “conocimiento de sí mismo”, por una “preocupación por sí mismo”, para “cuidar de sí mismo”, así pues si el psicólogo quiere pretender poseer una salud mental tan preciada, un excelente cuidado de sí mismo, debe también ser maestro de su auto-conocimiento.

Otra cuestión que inhibe a los psicoterapeutas de iniciar su propio proceso es, posiblemente, la incredulidad en un repertorio consabido de técnicas. Respecto a este tema mencionamos dos posibilidades. Primero, que el empleo de métodos conocidos por ambas partes pueda influir en las resistencias de la terapia: como también el paciente tiene conocimiento de las técnicas y teorías de su analista, estará atento de forma excesiva a lo que éste intenta aplicar a su persona, a las intenciones persuasivas, o a las especulaciones de su terapeuta. La terapia donde muchos procedimientos tácitos resultan demasiado obvios, o donde ambos son psicólogos, puede incrementar la atención del paciente sobre la conducta del terapeuta, en detrimento de su capacidad de insight y su espontaneidad. Y en segundo lugar, hay que mencionar la posibilidad de que se genere escepticismo, similar al de alguien que ya conoce o cree conocer cuál es el secreto de un truco de magia: la persona estará segura de que no hay nada escondido ni nada por descubrir. Sin embargo, el que ambos sean “magos” en terapia, también puede resultar en que el clima sea mucho más diáfano, las transferencias sean más sencillamente interpretables y las resistencias sean menores. Ambos dialogarían de forma más sincera y rigurosa sobre cualquier sentimiento extraño o duda que surja. Pero para que esto se logre, el analizante deberá proponerse la propia observación y dejar el análisis de su analista en una última prioridad, esto quiere decir, en términos prácticos, que deberá evitar las intelectualizaciones.

Con dicha finalidad de prevenir intelectualizaciones en terapia, Freud propone que el analizante se abstenga de leer teoría psicoanalítica por el tiempo que dure el tratamiento. Sin embargo, un aprendiz de psicólogo no puede renunciar fácilmente a sus lecturas. Deberá buscar a un analista que considere intelectualmente superior a sí mismo. Sólo de esa forma evitará perder tiempo en medir habilidades, ya que supondrá, en buena medida, que su analista está haciendo lo correcto.

Otra razón para que el alumno busque a un analista que considere intelectualmente superior, es la primera suposición que se tiene como paciente: “el analista sabe de lo que me pasa”. Al igual que la suposición de un enfermo que llega donde el médico, es necesario que el paciente tenga la suficiente confianza en la pericia y conocimiento de su doctor, pues sólo así estará dispuesto a seguir sus indicaciones terapéuticas.

Pasando ahora al tema del autoanálisis, es necesario comenzar por tratar brevemente la tarea del análisis de los propios sueños…

Cuando una persona se asigna la ocupación de conocer sus propios sueños y analizarlos, es muy fácil que caiga en el autoengaño y la censura. Puede ocurrir que los sueños se le oculten más frecuentemente, que no los recuerde, o que se proponga “apuntarlos más tarde” para luego olvidar de qué trataban o cómo estaban encadenados los sucesos.

Por ello es importante prevenir al iniciado acerca de dichos obstáculos, ya que así se verá en la necesidad de adoptar las medidas adecuadas para sortearlos. Una de esas medidas podría ser, como bien se ha dicho, apuntar los sueños inmediatamente después de levantarse, tratando de recolectar todos los símbolos que hayan despertado mayor interés y aún todos los que sean posibles.

Luego de haberse realizado esa recapitulación, también se hace necesario que se registren otras dos vicisitudes que pueden influir en gran medida el contenido y la vivencia de los sueños. En primer lugar, deberán tomarse en cuenta todas las sensaciones internas y procesos corporales anómalos que puedan alterar la disposición del soñante, esto es todas las ocurrencias físicas internas, tales como no haber dormido bien la noche anterior, encontrarse afiebrado, o haber comido excesivamente. La siguiente situación a anotar deberá versar sobre lo que ocurre en el exterior inmediato de quien reposa, teniendo por ejemplos el estado especial del clima, los ruidos u olores que de alguna forma puedan perturbar el reposo.

Registrando dichos eventos se puede hacer una diferenciación de lo que ocurre por influencias externas o fisiológicas, y lo que surge por influjo del inconsciente. Hay que recordar que el sueño es un “guardián del reposo” que tiene la tarea de reducir las perturbaciones tanto externas como internas.

Luego de esto se propone una tarea de función similar: reconocer la calidad del reposo en general. Esto se hará ya que de haberse dado un reposo muy pobre, es muy probable que los sucesos oníricos no hayan sido suficientemente protectores para las perturbaciones externas e internas, o bien que el material soñado haya sido de una naturaleza muy inquietante. De lo contrario, un reposo muy satisfactorio podría dar indicio de un material soñado igualmente satisfactorio y complaciente. Esta recomendación sirve, particularmente, para captar la vivencia del sueño, la experiencia.

Finalmente, para iniciar la operación analítica del sueño, deberán relacionarse por asociación libre los símbolos y sucesos redactados. Generalmente las motivaciones que hacen surgir esos símbolos y sucesos son motivaciones de censura, relacionadas con angustia, inquietud, o motivaciones de naturaleza satisfactoria, relacionadas con el cumplimiento de deseos, por lo que las interpretaciones buscadas tendrán tendencia hacia ambas orientaciones, las cuales habrá que separar individualmente pero también intentar reencontrarlas en un sentido en conjunto.

Una última opción para el autoanálisis es el análisis de la propia producción artística. La realización de obras y su posterior interpretación constituyen actividades que se encuentran quizá en un nivel menos “profundo” que el análisis de los sueños, pero que pueden dar valor al principiante para iniciar su autoconocimiento.

Para finalizar, concluimos reiterando la opinión de que el análisis propio es una tarea indispensable del analista, pero que indudablemente requiere de mucha paciencia, constancia y valentía, así sea que se trate de un autoanálisis o de un psicoanálisis ordinario.

De las ventajas y desventajas de cada alternativa, podemos indicar que el autoanálisis representa un menor compromiso del pundonor del psicólogo, pero, a la vez, requiere de perseverancia y rigor para evitar autoengaños. Por ello consideramos, finalmente, que el autoanálisis es el más adecuado para iniciar la autoexploración, para “tomar valor”, pero, el acompañarse de un psicoanalista, logra profundizar y reducir los probables "sesgos subjetivos".


Referencias
Freud, S. (1912). Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico. Archivo en PDF.